Perdóneme, Padre,
porque tuve otros dioses:
le he pedido a Dios como le pedí a Lucifer,
como le rogué a Diana, Selene y Hécate
que se apiaden de mi corrompido cuerpo
con rodillas rojas de rezar, rezar,
rezar.
Y no supe a quién entregarme en cuerpo y alma
así que me entregué por igual
a todo aquel que me dijera:
«sí rezás por mí, te daré lo que deseas.»
Deseaba,
padre, perdóneme:
he sido cuerpo deseante
suplicante:
«más, más»
Más plata, más tiempo,
más vacaciones, más comida
más silencio, más ruido,
más profundo, más fuerte,
más, más, más…
Padre, tomé en vano el nombre de Él,
para maldecir, para agradecer, para despedirme,
para gemirlo.
Más…
más…
más.
Padre, no he ido a la iglesia los domingos
porque los ecos de la lectura
retumbaban en mi cabeza
por la resaca de los sábados:
bailando los sábados,
bebiendo los sábados,
drogándome los sábados,
teniendo sexo los sábados,
deshonrando a mis padres los sábados,
«más».
Maté y cometí adulterio,
y me cogí a la mujer del prójimo
en su propia casa
y la hice gemir «oh dios, oh dios»,
y la hice pedir más.
Padre, he pecado.
Y ninguna palabra
bastará para sanarme.
Imagen: Construcción de la Iglesia Sagrado Corazón de María, año 1923. Imagen compartida por Leonardo Moreno.