¡He aquí el inevitable comienzo!
El albor de una flor rehuida
que deshace en el tiempo
la tradición de vastos ojos,
por costumbre -yo pienso-
y por falta de la misma
me detengo a repuntarlo;
¿Qué intenciones resurgían
en la entrega de aquel dios
al tallar la primer flor
o al permitir la melodía?
Es que estoy agradecido
pues yace en mis ojos presa la flor
y en mis oídos un néctar vibrante,
no sé ni sabremos lo ambiguo
de un dios que puso pendiente
el asombro tajante,
¿Será que ese oro que ocultan las cosas
definen los centros, el brillo y los fuegos
que resguardo dentro de mi corazón?