Al final, antes de que nuestros ojos se cierren y que el sueño nos abrace, con la caída del Sol, el alma nos recuerda las miserias que nos rodean: lo que somos, lo que fuimos, lo que quisimos ser y no salió.
Mientras una lágrima tímidamente se asoma las otras apresuradamente la atropellan formando un camino imperfecto sobre nuestro rostro. Caen apropiándose de cada parte de él.
La soledad nos invade, nos recuerda una vez más que estamos solos frente a nuestros miedos.
Aunque estos se presentan en todos sus tamaños y formas, con ellos recordamos cada acción digna de sentir vergüenza y nuestra cobardía presente complica aún más la densidad de la noche. Las preguntas carcomen la mente. Agobiados, lo único que nos queda es cerrar los ojos y desear que todo desaparezca.
Un suspiro sale de los labios y funciona.
El sueño se hace presente y tiene esa amnesia en todos, en TODO.
Es nuestra ruta de escape, como siempre.
No enfrentamos lo que sentimos, solo lo dejamos pasar otra noche más.