Estabas comiendo el helado que les habían dado en el restaurante, una bocha de crema y una de frutilla en una copa de vidrio grueso. Tratabas de comer sin escuchar lo que hablaban los otros, en lo posible sin pensar. Te parecía un juego inofensivo, nunca se te ocurriría que con esa actitud le abrías paso a cosas más border. Como quedar hechizado por un pájaro.
Era un día de cielo bien nítido, el viento había parado y todos quisieron salir, deambulaban con los postres idénticos en la mano en una imagen que al principio no te molestaba. Al rato se fueron congregando en un área de césped prolijo entre el lago y el restaurante. La charla se ponía zombi, sentías la amenaza y te ibas guardando en tu jueguito cuando en tu campo visual apareció un pájaro negro grandote. Te gustaba su andar, te gustaba que nadie más parecía verlo. La conversación seguía por asuntos ya muy recorridos y veías que para varios esto funcionaba como una droga. Podría haber funcionado para vos también, podrías haberte metido a nadar en ese caldo, pero esta vez te resistías. Y con tu esfuerzo puesto ahí, bajaste la guardia por otro lado y terminaste hipnotizado por el pájaro. En un momento te paraste poseído y caminaste hacia el ave, que sintió el peligro y tomó distancia hasta cierto punto, sin llegar a huir. Capaz negociando entre el miedo y la curiosidad. Avanzaste de nuevo más prudente y el pájaro grandote repitió el traslado que los dejaba a la misma distancia de antes. Así se consolidó un patrón de desplazamientos, te fuiste alejando de los humanos en el intento de acercamiento al ave, te movía algo instintivo.
No hay calidez en la compañía que te da un animal con pico y ojos de iris rojos, hay un conjunto de sensaciones frías, preguntas existenciales, y por último nada.
Perdiste al pájaro al otro lado de una elevación, lo viste subir, lo seguiste al ritmo que venían pactando y cuando llegaste a la cima ya no lo encontraste. No sabés si es que se había escapado o si el panorama nuevo te había hecho olvidar el plan ave. Abajo había cinco chicos en una actividad que involucraba una pala.
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El sol te daba en la espalda, supusiste que para los nenes eras una silueta sin rostro, los veías mirarte haciéndose visera con la mano. Hablaban fuerte y como en otro idioma. Se fueron callando y dejaron de moverse para concentrar toda su atención en vos. Casi decís algo como: me trajo un pájaro. Pero no lo hiciste, y reprimido ese primer impulso te convertiste en alguien tan seguro de sí que no necesitaste hablar ni dar a entender nada. Te volviste contemplativo, inaccesible, seguiste mirándolos y comiendo tu exhelado, que habías estado llevando sin darte cuenta y ahora era un líquido marmolado espeso. Apagaste tu expresión facial, buscabas ese tipo de presencia del pájaro negro. Fuiste leyendo sus caritas curtidas y ahí sí que había de todo, era evidente que se habían metido en territorio prohibido, un par estaban nerviosos, a la defensiva. Uno se clavaba en la tierra en una pose de poder, como si invocara fuerzas que le iban entrando al cuerpito y lo hacían indestructible. Ese te impactó. Al fin se te terminó de formar el cuadro, habían enterrado a un perro muerto y habían dejado su cabeza asomando por fuera de la tierra. Se te hizo inevitable hablar.
-Qué pasó?
Tuviste cuidado de no sonar amenazante. El nene con poderes fue el que respondió.
-Lo encontramos muerto.
-Y por qué la cabeza afuera.
-Hicimos mal el pozo.
-Lo van a dejar así?
-Estamos cansados.
Bajaste y sin mediar más diálogo te dieron la pala y te sumiste en la tarea de hacer un pozo nuevo. Ellos seguían alerta y hablaban sus cosas ahora en voz baja, te medían pero desde un lugar cauteloso, eras una ficha rara que de alguna manera encajaba en lo que ahí sucedía. Cuando fue el momento de cambiar de pozo al animal te ayudaron, uno se quedó muy quieto y empezó como un rezo con la cabeza gacha, otro más chiquito se le sumó.
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Volviste sucio de tierra y transpirado, cargando tu copa de contenido rosa que nunca se terminaba. Volviste invisible también, por cómo los demás ni se enteraron de tu reaparición. Es que estaban alborotados por el robo de un celular. La evidencia: un hombre recordaba haber visto pasar a unos nenes corriendo con algo en las manos, bastante más temprano. Así lo contaba una mujer a otra en un susurro. El hombre robado increpaba a uno de los mozos gratuitamente. Estaba enloquecido y no iba a desperdiciar la oportunidad de gritarle a alguien medio vestido de súbdito, o que le funcionaba perfecto como continuación natural de los nenes delincuentes. El mozo parecía recibir el descargo pero, si te fijabas bien, era impermeable. Con cara de gioconda miraba al ser que tenía en frente sin aflojar nunca su postura zen. Cuando entró en escena una señora sosteniendo en alto un celular que sonaba, a vos ya te zumbaban los oídos.
-Hugo! Hugo! Acá está tu teléfono.
Llegaste transpirado, sucio y viajado, en conexión con fuerzas nuevas que te guiaban, y te encontraste con ese panorama. Traías el instinto, traías los códigos, y te nacía un ansia por implementarlos en este otro mundo, por más decadente que fuera. Esperaste a que todo se calmara, a que el zumbido de oídos se extinguiera. Te acercaste a la zona de Hugo y sigilosamente le robaste el celular.