una sonrisa invertida

Descubriste que cuando alguien te manda un audio de whatsapp pero lo elimina antes de que vos lo abras y entonces te aparece “este mensaje fue eliminado” eso es en parte mentira.

Estás tratando de hacer lugar en tu celular, borrás cosas viejas para poder recibir nuevas, te sale natural mantener tu teléfono en un ciclo armonioso de llenado y vaciado sin que se acerque tanto al colapso. Estás en eso y frente a tantos audios de tantos contactos distintos pensás en armar una colección. Escuchás los que acumulaste en un par de meses y vas rescatando uno o dos por persona, en ciertos casos más. En tu computadora los audios son una lista de nombres que no dan ninguna información, al principio es frustrante pero se te va haciendo especial ir seleccionando cada uno, esperar los tres segundos que el reproductor tarda en arrancar y recién ahí saber quién te habla. Así es que aparecen cuatro audios que tu celular decía que habían sido eliminados pero tu computadora te habilita. Uno muy reciente es del chico que te lleva bidones de agua. De él te encanta que en su foto de perfil parece un maniático que puede asesinarte impulsivamente pero en persona es como un cachorro de perro rubio grande que produce mucha saliva. No te cuesta reconocer su tono ni entender que alguien de su círculo íntimo se llama como vos y él te mandó el audio queriendo mandarlo a esta otra persona. El mensaje te llega en circunstancias de la muerte de su mamá, podría suponerse que se trata de un audio triste pero no, está hecho de datos, es eficiente y para nada emotivo excepto por un quiebre en la voz que se resuelve con una inspiración profunda y enseguida deja fluir lo otro, horas, lugares, plata. Lo escuchás dos, tres veces más, y decidís que lo querés en tu colección, hay un tironeo moral pero lo vale. Lo que te fascina es el quiebre emocional, está claro, suena eso y unos dibujos empiezan a bailar en tu cabeza. Más tarde le das vueltas a este fenómeno en plan psicoanalítico y al final lo que rescatás es una imagen: punción lumbar. El quiebre es médula ósea expuesta, doloroso de ver pero también con algo de milagro.

La próxima vez que te lleva agua perdió por completo el estilo cachorro, está bien entrado en la adultez y padeciendo una resaca o un resfrío que le transforma las expresiones. Empieza una frase mugida que no entendés y que termina en “alergias”, no deja de esforzarse por sonreír en lo que dura la transacción mientras los ojos se le tuercen melancólicos y le hacen una sonrisa invertida. Están en la puerta del pasillo que da a tu casa fracasando en conversar cuando pasa una señora con un barbijo y se te viene el asunto de la muerte de la madre y el audio y casi casi le confesás todo pero lográs contenerte. Esa señora no va a zafar de ser una suerte de fantasma que viene a anunciar otra historia. La siguen con sus miradas sin emitir sonido, vos sentís que emana un vacío de largo alcance.

Tienen que pasar dos martes nada más para que la entrega de agua incluya vestir barbijos, ni bien se ven se ríen pero no se nota demasiado. En él persiste la sonrisa invertida de ojos y todavía queda flotando la sensación vacía de la señora fantasma, pero ahora intercambiar unas palabras es fácil porque hay ese único tema posible. Se meten de lleno en eso y los va invadiendo un buen humor ansioso que por momentos necesitan controlar.

Recibís cinco fotos de una misma bondiola de cerdo, perspectivas ligeramente diferentes. Es excachorro que expande su negocio, es admirable. Después fotos de un maple de huevos. De inmediato sabés que vas a comprarle las dos cosas. Con un poco más de tiempo te vas a dar cuenta de que en esos días idénticos los martes de agua, bondiola y maple vienen a marcarte algo. Si es jueves, lunes, sábado, ni idea, una masa informe con sus altibajos y en especial sensación cíclica. Martes es el único día que tiene nombre. Eso se pierde parcialmente cuando entrás en una fase diferente más racional y ordenada, suponés por la llegada de zoom a tu vida, que justo coincide con el abandono del hábito de sentarte y mirar los números actualizados, curvas, comparaciones por país, por provincia, simplemente sentarte y mirar eso sin pensar, como si fuera un castigo.

Excachorro por fin cambia su foto de perfil, en la nueva usa un barbijo negro y aun así parece menos asesino que en la de antes. Es martes y cuando lo ves todavía arrastra esa pinta de resaca pero anda bien, comunicativo, charlan en un nivel menos superficial. Te cuenta lo que cambió en su vida y lo que no, desliza lo de su mamá y vos sentís un gran alivio porque ahora lo sabés de manera legítima. Alcanzás a decirle que lo sentís mucho pero él retoma medio atropellado. Está confundido, se le mezcla su pérdida con el malestar general, el paisaje de nadie en la calle, como si fueran la misma tragedia. Todavía no entiende, no puede digerir. Ya más calmado te pregunta cómo estás vos y vos no sabías cómo estabas hasta ese mismo instante en que excachorro te pintó su situación y lo visualizaste hundido en la rareza, se patina y cae en un barro negro y vos lo ves desde tu plano gobernado por otro tipo de fantasía. Y le decís que estás en una burbuja. Demasiado bien, demasiado igual. Que el martes es un día importante y los demás son una masa cíclica. Que tu celular se llena de basura más rápido y tu colección de audios cobra dimensiones inesperadas. Que descubriste que cuando alguien te manda un audio de whatsapp pero lo elimina antes de que vos lo abras y entonces te aparece “este mensaje fue eliminado” eso es en parte mentira.

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