Vi la luz en Buenos Aires.

Vi la luz en Buenos Aires cuando tenía 22 años, aquella mañana del 2 de abril cuando abrí los ojos en una casa en Garín. No, no fue un secuestro, sino que el vuelo arribó durante la madrugada y tenía que dormir. Esa mañana fuimos a recorrer la gran ciudad. Para alguien que nunca había visto un edificio de más de seis pisos era una experiencia casi mística. Las grandes avenidas, la infernal cantidad de autos y la aún más abrumadora cantidad de gente, todos sumidos en el mundo propio.

Pero esta no es la historia de alguien que conoce la ciudad, sino otra historia de ser el portador de las desgracias, la manzana de la discordia, el mufa.

El 12 de abril de 2022 fuimos a hacer otro de los tantos recorridos por la capital. El objetivo de ese día, recorrer las sedes de la UBA, empezando por la de derecho, y luego ir a comer a un restaurante japonés. No me animé a entrar en la sede de derecho. Todos los trajeados me intimidaron y me sentí muy fuera de lugar con mi pantalón corto quemado en el culo y una camisa roja de tres tallas más de las que me correspondían (que tapaban la quemadura). Como quedaba cerca, caminamos hasta Recoleta y merendamos en aquella plaza cerca de la facultad de ingeniería, que primero pensé que sería de arquitectura o artes. Frente a semejantes ejemplos, no podía esperar a conocer la sede de mi área: Filosofía y Letras.

Había visto comentarios en Twitter sobre el famoso pino de Puan, e incluso estaba pensando en colarme en alguna clase para sentirme parte de. Era alguien tan «extranjero» a ese lugar, tan ajeno, y aún así me sentía parte de esa comunidad autodenominada «puaners» debido a la gran cantidad de intereses en común. Cargado con toda esa emoción, fui contándole a mi compañero todo aquello que sabía sobre Puan. Los profes, el pino, las mentes maestras como Martín Kohan o Leonardo Funes, las discusiones, que una de mis profes trabajaba ahí durante la mitad del cuatrimestre. Todo, todo, todo.

Por eso fue devastador, en cierto sentido. Bajamos en una calle que no recuerdo y recorrimos toda la cuadra con google maps en la mano, pero no podíamos hallar la entrada. Cuando la tristeza empezaba a brotar en mi piel, él vio que, debajo de unos andamios tapados de carteles de todo tipo, había una puerta doble iluminada con un letrero. «Debe ser ahí» dijo, y entramos. Más adelante mi hermano de entonces dijo que parecía una rotisería. Mi pantalón quemado y la camisa grande no destacaban mucho por sobre la horda de estudiantes ojerosos y alimentados a mate, por lo que el camuflaje era sencillo.

Nos infiltramos como si de una misión de espionaje se tratara y subimos las escaleras mirando el piso, disimulando mi emoción. Me senté a charlar en un ventanal redondo y aproveché a sacar, a escondidas, una foto del famoso pino y del sitio de la jornada a H. P. Lovecraft. Al final no me animé a meterme en un aula donde un pelado de anteojos y camisa blanca estaba dictando una clase. Me regalaron un calco de Malvinas Argentinas y de Perón. Subí todas las escaleras, recorrí todos los pisos y todos los pasillos que pude. Luego, nos reunimos bajo el pino y salimos.

Le comenté a mi compañero que había sido bastante decepcionante. Que imaginaba una sede mejor, como la de derecho o la de ingeniería, o como la ciudad universitaria. Luego me enteré que ese lugar había sido una fábrica de cigarrillos. Bueno, pensé, al menos había tenido la oportunidad de conocer la facultad. Y al menos tienen sede, yo curso en una escuela primaria. Juré volver en algún momento, para tomar alguna clase en serio y no como espía del interior.

De ahí fuimos a cenar y después la vuelta a Garín con sus dos horas de viaje. Durante el trayecto, sentados en la primera fila de asientos del colectivo, decidí abrir Twitter para ver qué había pasado durante el día. Puan estaba de tendencia y, sorprendido, entré a revisar.
Una organización de izquierda había tenido un desacuerdo con otra organización de izquierda, cuyos motivos no pude adivinar, y ese desacuerdo había terminado en una pelea, lo que se dice, descomunal en el mismo sitio donde me habían regalado el calco de Perón una hora y media antes. Piñas van, piñas vienen. Un pelado tironeó del pelo a una chica. Las publicaciones desbordadas de comentarios sobre lo malos que eran peleando. Video de la pelea con música de Linkin Park de fondo. «Ponganle música de Age of Empires» dijo uno.

Lisandro Pugh, el jinete de la guerra.