UNO
Leónidas Lamborghini escribió que la literatura tiene una potencia oracular.
Frase moderada, pero certera. Pienso en la parcela de un texto de Matías Moscardi: «¿Sabían que la ficción predijo el hundimiento del Titanic y la destrucción de las Torres Gemelas? Aldous Huxley se adelantó a los antidepresivos; George Orwell creó los reality shows; Ballard imaginó las redes sociales; William Gibson inventó la palabra «Ciberespacio»».
Y podemos seguir; por ejemplo, en 1954, Lester del Rey, escritor de ciencia ficción estadounidense, comenzó una novela con la frase: La primera nave espacial aterrizó en la Luna y el comandante Armstrong salió de ella. Quince años más tarde, esa predicción se cumplió hasta en el apellido del primer hombre que pisó el satélite blanco.
A la historia le gustan las repeticiones. A la de la literatura; cuestionar de forma implacable la rigidez que constituye nuestro lado humano más racional. Por eso, en diciembre del 2022 se publicó un libro fantástico en una editorial también fantástica: “¿Podrán los robots dominar el fútbol mundial?”. El autor, sin saberlo (o tal vez sí) se antepuso a una parte de la historia que viviríamos los argentinos en el primer partido del Mundial en Qatar: “la era en que la Justicia estaría en manos de la inteligencia artificial”.
DOS
La novela de Nicolas Guglielmetti es excepcional.
Puntualmente: hay dos cualidades que me llamaron la atención.
Por un lado, la novela, es una novela atómica; no sólo por su argumento, sino su forma de escribir. Por otro lado, por su cualidad oracular.
Prestemos atención a la primera cualidad: Lukács escribe que, para dar vida a los personajes, no se debe describirlos, sino narrarlos. Si narrar los hechos es determinante, entonces Guglielmetti es un gran narrador. Esa característica es un hecho central para darle una dinámica específica a la historia: la nitidez de la imagen se constituye en lo permeable del lenguaje, en su accesibilidad. En este caso, es la dinámica la que le da sentido a la narrativa y la cual mantiene una relación estrecha con el fútbol, mejor dicho; la velocidad del drible. La prosa del escritor es una prosa del dribble. Dribblea los párrafos, es una narrativa ágil y veloz cómo un win derecho. Teniendo en cuenta esto, podemos afirmar que el escritor juega con los tiempos: esa es una cualidad significante en la que se apoya su estilo, se desarrolla una historia fantástica a la velocidad de un partido de fútbol. Es así; que el tiempo exacto de duración, si uno lo lee de corrido la novela, equivale a un partido con tiempo suplementario y la propuesta a las puertas de la cita mundialista parece la ideal para entretenernos y por sobre todo invitarnos a reflexionar.
TRES
El argumento de la novela no es necesariamente sobre una historia de Fútbol, parece que el Fútbol acá es una excusa para escribir sobre la amistad. La novela trasciende: trata sobre el desencanto de lo humanamente posible en contraste de la resignación, los deseos de la trascendencia social, la soledad, la corrupción y el dinero; ese canibalismo contemporáneo que te descarta cuando ya no sos funcional a él.
CUATRO
En la historia nos encontramos con Nico, un escritor que acompaña a un futbolista llamado Toro; su mejor amigo. Toro es un inside man, una persona que no se olvida de dónde viene, que no niega quienes fueron sus amigos desde el comienzo. Nico, es un outsider; un escritor que busca realizar el trabajo de su vida. Nico, el protagonista; lo observa todo, anhela escribir la biografía de su amigo, para lograr una vida mejor. Toro, en cambio, pareciera tener la vida hecha; sin embargo, vive bajo la sombra de un acontecimiento tristísimo: los goles errados en la final del Mundial del 2014. Ahora bien, lo que se plantea en la novela es la siguiente pregunta: ¿Pero sí esa final no fue una casualidad, sino una manipulación adrede realizada por la Fifa para perjudicarnos a nosotros? ¿Y si el fútbol no es un hecho azaroso, sino que en verdad los resultados se compran en función del mejor postor? Entre otras cosas, ese es un terreno peligrosísimo en dónde el protagonista se integra, y a la vez trata (a través de distintos medios) llegar a una verdad que funcione a forma de consuelo.
CINCO
La novela escrita por Nicolas Guglielmetti da cuenta de un hecho, estamos en la era de la posverdad. Tiempos de un ubicuo Moloch, ese monstruo bíblico con panza de fuego que traga a los nuevos desamparados y los multiplica en odio. Este Moloch de hoy es un monstruo de avidez insaciable que desatiende el patrimonio esencial de las naciones: su cultura, para luego distorsionarlas a su antojo. ¿Quiénes somos, sin el acervo cultural que nos sustenta? o mejor dicho: ¿Quiénes somos si el patrimonio cultural se sustenta y se reproduce en el discurso del odio?
“ ¿Podrán los robots dominar el fútbol mundial?» pone en evidencia un hecho; el escrache mediático, a través de las cadenas televisivas cómo los programas de ESPN o TycSport tiene algo de las prácticas premodernas de ese sadismo Romano, y el deseo primero de Moloch. Ese fetichismo televisivo de exposición denigrante es como la ejecución del diezmo, o la lanzada de piedras en las plaza a quienes se suponen habían hecho algo mal. Esos hechos tan parecidos a las basureadas que le pegan los periodistas a los jugadores de fútbol cuando fallan goles decisivos, o en los goles que reciben los arqueros en instancias determinantes. Esa consecuencia que se multiplica en comentarios de Instagram dentro de las fotos de cada publicación del jugador en particular. Esa espectacularidad que le hace agua al capitalismo.
SEIS
La infelicidad a veces es más emancipatoria que la felicidad.
La felicidad a veces nos ata, el dolor en cambio, nos libera: tal vez Fabian Casas tenía razón cuando escribe que la angustia es un momento previo a la libertad. Esta premisa integra el desarrollo de los protagonistas, quienes a medida que avanzábamos en la historia nos plantean: ¿Qué pesa más? ¿La transcendencia social o el anonimato? Es comprensible: la ordalía de vivir solo y de forma lujuriosa entregándose a las luces de las cámaras y los incontables placeres de ese “primer mundo”, es estimulante. No lo es así enfrentarse a los recuerdos más tristes; pero ese hecho tiene cierta ventaja: la de metabolizar la tristeza en algo útil a nivel personal. Es decir: transformar el dolor, en aventura.
SIETE
Cito a Moscardi otra vez: Nostradamus predijo una sola y única cosa: el nacimiento de la poesía moderna, la idea de que la ficción, sus consensos y disensos, son el único sustento posible de lo real.
Hay una simbiosis alquímica entre realidad y literatura.
La primera, por momentos pasmosa, relega el sentido de la segunda por las múltiples facetas a las que se entrega al sentido “racional”, monopolizando así la fantasía y evocando por otro lado la cualidad más fría de la ciencia y la necesidad de lo empíricamente corroborable.
La segunda; en cambio, se reivindica a través sus variables fantásticas que le escapan al sentido común, a la explicación. La escritura, por eso, además de ser una herramienta de criterio, a veces se vuelve un acto irracional por su sentido mágico. La novela pone en evidencia este hecho; desde el inicio, hasta el final.
Hace poquito leí a Luisa Valenzuela: ella escribe que la alta ficción nos brindan un acercamiento abarcativo y plural al alma humana, sin distinción de razas ni de credos. Algo imprescindible en estos tiempos que corren (que nos corren) y que resultan tan poco solidarios. La lectura no sólo genera empatía, produce alivio profundo. A lo largo de la historia, el lector puede conmoverse por la amistad que atraviesa los tiempos más algidos entre ambos amigos: la distancia, la fama, las críticas y las clases sociales. «¿Podran los robots dominar el fútbol mundial?»; además de ser alta ficción, parece una novela que hubiese escrito Philip K. Dick; si es que él hubiese nacido en el conurbano Bonaerense y hubiese amado al fútbol junto a todos sus desenlaces con una pasión inconmensurable.