En cuarentena tengo tiempito para releer algunos libros que me han marcado. En estos días le ha tocado a “El hombre que está solo y espera” de Raúl Scalabrini Ortiz.
Entre relectura y mates, navegando en las redes me apareció esta noticia, tan peculiar, que inmediatamente me dispara a pensar en la grave situación económica que estamos atravesando como país a causa del endeudamiento desmedido pero sobre todo, de la enorme desigualdad que nos aplasta (a les que menos-iguales somos) con esa incertidumbre que no deja pensar; y la contrapropuesta política a esto: impuesto a los multimillonarios del país.
Miguel Taracio relata en primera persona la sensación que tuvo frente a este escenario crítico y más que el de un empresario, el relato parece ser uno cualquiera, uno más, un cualquiera en términos de Scalabrini Ortiz:
El hombre habla sin apuro (…) Su lenguaje es por ahora la única rehumanización de sus desvelos inconscientes. (…) Su lenguaje ya es impreciso, indeterminable, monótono por fuera, afiebrado por dentro, como un hombre cualquiera.
p.86
En la aparente simpleza de sus palabras “no sé como saldré a fin de mes, la idea es pasar el momento” se esconde una identidad que hace que esta noticia nos una, cómo un hilo que atraviesa la mayoría de las voluntades.
El relato comienza en un escenario común, en un lugar compartido, la mesa familiar, las hijas. Lo que aflora es la emoción, no poder disfrutar sabiendo el malpasar de otre.
¿Qué ruindad hace que sea un privilegio el disfrute de un buen asado? tan interiorizado en el sentir popular como un mate o una torta frita. Dice Scalabrini:
Ellos creían que el bienestar espiritual brotaría automáticamente cuando la República tuviera cuarenta millones de habitantes y hubiera en su territorio cien mil kilómetros de vías férreas e incomputable número de fábricas y manufacturas. En su obstinación mecánica y geométrica se olvidaron del hombre.
p.43
¿Cuántos mezquines, obstinades brotaron en cuarentena? ¿Cuántos se han olvidado del hombre? Creo que somos más les que estamos juntes, pero es cierto que los más egoístas resultan en los dueños de todas las cosas y he ahí el meollo. No es lo mismo lavar carne podrida con lavandina para poder venderla, que regalar 3.500kg de carne a quienes lo necesitan.
El que entra en componendas de ambición y calcula o premedita sus conveniencias renuncia en ese momento al depósito del realengo espíritu porteño. Escindido del Pueblo de donde salió, el ambicioso se encastilla en su propia ambición.
p.61
Y es cuando las papas queman que más se notan los gestos de los encastillados.
“A cada familia se las anota en un formulario para que no se agolpen, (…) Mis hijas lo organizaron con una aplicación de Google” el sentimiento que genera en (nos)otres la actitud del cuidado, tan atento, poniéndose a disposición toda su familia, es decir, todo lo que se tiene, se contrapone al castillo de ambición.
La riqueza ya no alucina al porteño. Homologa sus promesas en sí mismo, y si la fortuna es una fuerza que se agrega a él, algo así como un brazo, una pierna o una facultad más, la acepta; pero si la riqueza debe conquistarse mediante un holocausto de procesos vitales, la desecha (…) ¿Para qué deshollarme trabajando, si más de lo que tengo no podría tener por muchas riquezas que tuviera? Para mí una siesta vale mil pesos.
p.79
¿Se puede considerar holocausto de procesos vitales los 1400 despedides de Techint en medio de una pandemia mundial? ¿Y la venta de carne podrida?
“Salimos con los empleados casa por casa (…) Muchos son cosechadores de limón y la cosecha no empezó” dice Miguel, conocedor de su Pueblo y de la idiosincrasia de su gente.
Para valer algo, para vivir, tienen que unirse al hombre (las palabras). Cualquier acepción que se les atribuya es errónea. Su significación (…) es un reflejo del estado de ánimo del que habla.
p.83
La cosecha vale, tanto por su valor productivo pero sobre todo por su valor humano, importa porque es el sustento de la gente. Porque es la población que consume carne, sí. Pero también porque es quien hace que todo exista, el Pueblo, la vida, “te podés imaginar cómo está el Pueblo”.
Miguel confiesa que sus sentimientos fueron motivados por un razonamiento que derivó en un sentimiento que lo llevó a la acción. Así como Evita sentenciaba: “más que creerlo por un razonamiento, sentí que era verdad” Miguel sintió que si en suelo argentino se pueden producir alimentos para 400 millones de personas ¿Cómo podría él disfrutar su asado si sus compatriotas no? ¿Cómo podría estar tranquilo sabiendo que es capaz de garantizar el alimento que le falta al Pueblo?
(el Hombre de Corrientes y Esmeralda) es un sentimental que no quiere serlo y razona su sentimiento (…) El porteño no piensa, siente. Siento, luego existo. (…) En el caos inextricable de la vida porteña, la inteligencia es incapaz de soluciones. Solamente el arrojo del instinto induce probabilidades y propicia rutas.
p.57
El dueño de este frigorífico va contra todo pensamiento “lógico”, de esa lógica colonial que tiene como Dios al dinero, a la máxima ganancia por encima de la vida misma.
Seguía ahincado (el europeo) en la creencia de que la riqueza le devolvería una bonanza terrenal que ignoraba cómo había perdido.
p.39
El hombre porteño se reb(v)ela:
No es egoísta, pero no admite alicientes que los exclusivamente humanos. (…) Hay que «hablarle claramente» sin mucho rodeo, y eliminando del discurso todas las grandes palabras que él ha destruido en su sentimiento. Cuando las oye o lee, se eriza y da a sospechar que «allí hay gato encerrado»
p.75
¡Y sí que lo hay! Según Oxfam EL 1% MÁS RICO DE LA POBLACIÓN POSEE MÁS DEL DOBLE DE RIQUEZA QUE 6900 MILLONES DE PERSONAS. Este 1% se considera milmillonarios ya que acumulan billones de dólares, la misma riqueza que posee el 60% de la población, y las tendencias se agudizan.
Para les que piensan: “bueno, si uno trabajó toda su vida, no estaría mal ser rico, ellos invierten y generan trabajo”. Este “razonamiento” cae por su propio peso ya que no solo que el Pueblo trabaja toda la vida para cobrar una mísera jubilación sino que el capital por sí solo no genera trabajo, sino que el trabajo genera capital, nuestro trabajo genera su capital.
El dinero no le llama; ni otros llamados de la ambición escucha. El se ríe cuando piensa que detrás del espejismo de esa palabra se lanzaron varios millones de europeos a cultivar y cosechar estas tierras, y, siempre tras él, trabajaron hasta sucumbir. A él, «no le engrupe» la fortuna (…) La riqueza es otra superstición que no le engaña: da poco y resta mucho.
p.80
En esa lucha por la humanización de la cotidianidad nos encontramos, en la falsa dicotomía salud-economía, como si pudiéramos trabajar, producir, acumular riqueza sin vida, sin salud, sin nosotres existiendo.
“NO SÉ como saldré a fin de mes, hoy la idea es pasar el momento, y después veremos más adelante cómo recuperamos. Después veremos” aquí es donde se derrumba por completo la calculadora mentalidad que nos trajo hasta este punto, no hay razonamiento económico que explique la expresión del empresario, “NO SÉ”, y dice la verdad, no sabe porque no hay discurso de mercado que justifique la premisa a la que arriba, porque en la economía capitalista no hay rostros humanos, no hay hambre, no hay pandemias, no hay Pueblos. Hay ganancias, hay cabezas de vaca, toneladas de carne, no figura la felicidad de una familia comiendo un asado; preocupados por el proyecto se han olvidado del espíritu.
El instinto no es dialéctico. Para descifrarlo es preciso ser idéntico a él mismo. (…) exige que los hombres públicos tengan, no conocimientos, nociones librescas, sino instintos poderosos, penetración lisa, es decir, que sean hombres de pálpito. (…) El pálpito es el único piloto fehaciente en el caos de la vida porteña y la única virtud cuya posesión premia el hombre porteño.
p.60
Sin ánimos de divinizar ninguna acción creo que el ejemplo de solidaridad practicante demostrado en Tucumán, refleja en un espejo invertido la inmundicia de los que nos trajeron hasta aquí, a este escenario de desastre, que agravado por la pandemia sufren millones de argentines que no llegan a fin de mes, que no pueden “quedarse en casa” porque no la tienen o si la tienen, hay que salir igual, a buscar el plato de comida. Aproximadamente 12.000 personas serán las destinatarias de un impuesto que podría (debería) tender la mano a les compatriotas que no dan más, sí, sólo 12.000 de 44 millones (el 1% de la población). Si solo aportasen por única vez 1,5% de sus fortunas se recaudarían 1.050 millones de dólares (91mil respiradores). Es tanto para nosotres lo que para ellos tan poco; por estas razones es que llama la atención que esta actitud que moviliza no sea viral, tal vez porque no está tan bueno que la gente sepa que no todos los dueños de frigoríficos son como los de Penta. Qué la fuerza de un Pueblo está en ese pálpito que nos nace del interior, del espíritu mismo de la Tierra. Nuestra única posibilidad.