En este ensayo buscaré hablar de un fenómeno característico de la posmodernidad, resultado del pasaje del fordismo a la acumulación flexible: la compresión espacio-temporal. Para ello tomaré como referencia bibliográfica a Mark Fisher, David Harvey, Pierre Bourdieu y Richard Sennet, y los haré interactuar con “La Sustancia”, película estrenada hace poco más de un mes en la cual este fenómeno se puede ver muy claro de forma simbólica.
“La Sustancia” nos introduce en un contexto donde el ritmo ya de por si acelerado de la vida posmoderna se ve aún más acentuado: Hollywood. La película comienza con un montaje que nos deja en claro que nadie está a salvo del paso del tiempo y sus crueles consecuencias: vemos el proceso desde que colocan una estrella de Hollywood en el camino de la fama, los flashes, el éxito, hasta que con el correr de los años, finalmente, ya nadie le presta atención. Esta estrella le corresponde a Elisabeth Sparkle, una mujer con una larga carrera dentro de la industria, que acaba de cumplir 50 años. Saliendo de grabar el programa que conduce, escucha una charla por teléfono en donde el productor, entre otras cosas, le grita a la persona del otro lado de la línea: “Necesitamos que sea joven, necesitamos que sea sensual y la necesitamos YA. ¿Cómo logró esa perra vieja mantenerse tanto tiempo acá? Me importa un carajo lo que le hayamos prometido”. De esta forma, Elisabeth se entera de que la van a cambiar por alguien más joven, y nosotros entendemos que incluso aquellos de mayor poder no están exentos de ser reemplazables.
En palabras de Mark Fisher: “La vida se vuelve precaria. Planear se hace difícil y las rutinas se tornan imposibles. El trabajo puede empezar o terminar en cualquier momento, y la responsabilidad de crear la próxima oportunidad y de surfear entre distintas tareas recae en el trabajador. El individuo debe encontrarse en un permanente estado de alerta.” (Fisher, 2019: 126). Cuando a Elisabeth le comuniquen de manera formal esto, el productor le dirá, entre otras cosas: “La gente es simplemente… gente. Y tengo que darle a la gente lo que quiere. Eso es lo que mantiene contentos a los accionistas. Y déjame decirte una cosa: la gente siempre pide algo NUEVO. La renovación es inevitable. Y a los 50… bueno, se detiene.” De esta manera, la responsabilidad de esta decisión no recae en él, de hecho, ni siquiera recae en algún jefe de la cadena de televisión, la responsabilidad es de “la gente”, este colectivo abstracto al cual es imposible reclamar algo, o como lo denominaría Lacan, el gran Otro: “El gran Otro es la ficción colectiva, la estructura simbólica presupuesta en todo campo social. El gran Otro nunca aparece directamente; sólo podemos confrontar con sus reemplazantes.” (Fisher, 2019: 77-78) Este mecanismo de desviar la responsabilidad lo vemos de manera cotidiana en nuestras vidas, en cada trámite burocrático irrealizable por alguna norma ridícula e inmodificable.
Angustiada por esta charla, Elisabeth saldrá manejando del estudio y tendrá un accidente. En el hospital, un enfermero le dirá que es una “muy buena candidata”, y más adelante encontrará en el bolsillo de su tapado un pendrive negro envuelto en una nota que reza “me cambio la vida”, con las palabras “La Sustancia” escritas en un lado del mismo y un número de teléfono en el otro. Cuando Elisabeth lo conecta, vemos una pantalla negra y una voz pregunta: “¿Alguna vez soñaste con una mejor versión de ti misma? Más joven, más hermosa, más perfecta.” De esta forma nos enteramos qué es “La Sustancia”: una sola inyección desbloquea tu ADN e inicia una nueva división celular, que liberará otra versión tuya, otro cuerpo… mejor. La única regla: respetar el balance, una semana para una, una semana para la otra. Podremos ser testigos de que, en esta sociedad de la velocidad, a veces siete días es demasiado tiempo.
Se nos introduce de manera brutal “la acentuación de los valores y virtudes de la instantaneidad” (Harvey, 1998: 316) (una inyección bastará) y se nos plantea un dilema ético acerca de lo desechable: ¿estás dispuesto a relegar tu cuerpo, aquel con el que conviviste desde tu nacimiento, el recipiente del alma, dirían algunos, en pos de uno más perfecto? Si nos ponemos a considerar que es lo que hace a este nuevo cuerpo mejor, nos damos de frente con los estándares de belleza, yugo que pesa sobre toda la sociedad, pero de una manera mucho más pronunciada y violenta sobre las mujeres. “El «cuerpo para el otro» de los fenomenólogos es doblemente un producto social: debe sus propiedades distintivas a sus condiciones sociales de producción, y la mirada social no es un poder universal y abstracto de objetivación (…) sino un poder social, que siempre debe una parte de su eficacia al hecho de que encuentre en aquél a quien se aplica el reconocimiento de las categorías de percepción y de apreciación que dicho poder le aplica.” (Bourdieu, 2012: 205, negritas propias.) A partir de esta idea no puedo evitar preguntarme, ¿en qué punto la sustancia satisface a una necesidad propia de Elisabeth, y en qué punto a una demanda social de eterna juventud, en donde lo contrario, es decir, el envejecimiento natural del cuerpo, se ve castigado y marginado? La línea se desdibuja.
Si bien este planteo puede parecer meramente hipotético, no hace falta pensar demasiado para darnos cuenta de que este tipo de dilemas ya se están dando a nivel social. El mal uso del Ozempic, medicamento recetado para personas diabéticas pero cuyo precio subió hasta las nubes en el último tiempo dado que está siendo usado por personas que no lo necesitan como un remedio milagroso para adelgazar y eso genera faltante, es solo uno de los tantos ejemplos que podemos dar, pero es quizás lo más parecido a la sustancia que podemos encontrar: esta droga no quita el hambre, ni genera un cambio hormonal que hace que su usuario baje de peso. Simplemente, genera malestar digestivo, logrando esta pérdida de peso acelerada a fuerza de descompostura. Si bien (por el momento) esta droga se encuentra reservada para las clases más adineradas debido a su costo, podemos encontrar diversos complementos que buscan satisfacer la demanda social de belleza y juventud a lo largo y a lo ancho de todas las clases sociales: cirugías estéticas, extensiones de cabello y pestañas, uñas falsas, bronceados artificiales, de los cuales no hay uno que no tenga una contracara siniestra: mala praxis, problemas colaterales, pérdida de pelo, cáncer de piel. La belleza, evidentemente, duele, y en algunos casos, hasta puede matarte.
Al inyectarse la sustancia, Elisabeth se convierte en Sue, una joven bella, sensual pero inexperta, casi podríamos decir, perfecta. Dice Harvey que la publicidad, en el contexto actual, es un engranaje que manipula los deseos y gustos a través de imágenes que pueden relacionarse o no con el producto que se proponen vender. Si despojáramos a la publicidad moderna de sus tres temas de referencia, el dinero, el sexo y el poder, poco quedaría de ella.” (Harvey, 1998: 317-318) Y Sue vende una imagen que engloba todas estas aristas a la perfección. Ella tomará el lugar de Elisabeth en el programa, y, gracias a su carisma y cuerpo joven y perfecto, conseguirá que las filmaciones sean semana de por medio con la excusa de cuidar de su madre enferma. De esta forma, comenzará la doble vida de Elisabeth/Sue, un balance “perfecto” que de a poco se irá corrompiendo, ya que el tiempo dedicado al trabajo nunca alcanza, el éxito alcanzable nunca es demasiado, y la perfección nunca es suficiente.
Entre las respuestas posibles del individuo para hacerle frente a la volatilidad que conlleva la sociedad posmoderna, una es “el cultivo del arte de hacer beneficios en el corto plazo donde se pueda.” (Harvey, 1998: 317) y esto es precisamente lo que Sue hará. Bajo esta lógica, el trabajador es responsable por las oportunidades que consigue, y es quien debe poder crear su camino hacia el éxito, incluso cuando sea a costa de sí mismo. Ávida de poder, pronto su semana no le alcanzará, y Sue comenzará a robarle tiempo y energía vital a Elisabeth, quien en realidad no es nadie más que ella misma en su cuerpo original, hasta transformar este cuerpo en prácticamente un cadáver. De esta manera comenzará una dicotomía entre ambas, quienes lucharán por sobrevivir cada una desde su lugar.
En uno de los viajes a buscar su dosis quincenal de la sustancia, Elisabeth se encontrará con un hombre que no es sino la versión anciana del enfermero que la introdujo a usarla. Este le dirá: “Cada vez es más difícil recordar que todavía mereces existir… Que esta parte de ti todavía vale algo… Que todavía importas… Nunca debí habértelo dado. ¡¡Pero él es tan superficial!! ¿Ella ya empezó…? ¿A alimentarse de ti?”. Este desdoblamiento de la personalidad es comparable al que debe hacer el trabajador cuando, en pos de poder sostener una estabilidad ficticia dentro de la vorágine del sistema, debe ceder tiempo de ocio, salud y bienestar para dedicárselo a su labor remunerada (aunque este tiempo extra por lo general no lo sea).
La tensión entre Elisabeth y Sue irá en aumento a medida que esta última incumple cada vez más el balance, extendiendo su tiempo hasta que Elisabeth, con sus últimas fuerzas, buscará detenerla, falleciendo en el intento. Pero Sue ha olvidado algo fundamental: Son una sola, y esto le traerá consecuencias en el pico de su carrera. Desesperada, al igual que Elisabeth, Sue buscará la perfección a cualquier costo, incluso su propia vida, y se inyectará la sustancia contra toda recomendación, creando el MonstroElisaSue, una criatura deforme con características tanto de Elisabeth como de Sue, y suyas propias.
A partir de este momento la película ingresará en un frenesí lisérgico de referencias una tras otra: Frankenstein, El Jorobado de Notre Dame, Carrie, por mencionar algunas. En este acto es donde se pondrá de manifiesto la búsqueda real de Elisabeth, Sue, y el MonstroElisaSue: amor y aceptación. Finalmente, el MonstroElisaSue es golpeado masivamente por las personas de la industria debido a su fealdad, arrastrándose para morir sobre la estrella del camino de la fama de Elisabeth, aquel lugar donde todo empezó, allí donde alguna vez fue amada.
Algo notable a lo largo del desarrollo de la película es la falta de personajes secundarios relevantes. A excepción de Fred, un ex-compañero de secundario de Elisabeth quien aparece por escasos minutos como un guiño a ese pasado menos acelerado, todos los demás personajes aparecen y desaparecen sin generar un cambio significativo en la existencia de Elisabeth/Sue. Esta es otra de las características de la compresión espacio-temporal: “ser capaz de desechar valores, estilos de vida, relaciones estables, apego por las cosas, edificios, lugares, gente y formas de hacer y de ser tradicionales.” (Harvey, 1998: 316). Nadie es esencial, nadie es significativo, y por ende, no hay relaciones duraderas. No hay ningún vínculo cercano en la vida de Elisabeth que pueda dar testimonio de sus logros profesionales, y aquellas personas que podrían hacerlo (sus compañeros de trabajo) se ven arrastrados por la lógica posmoderna en la cual todo es desechable, incluso una estrella del canal. “El Capital ya no recluta a las personas, sino que compra paquetes de tiempo separados de sus portadores, ocasionales e intercambiables. Estos “paquetes de tiempo” no tienen ninguna conexión nocional con una persona con derechos o necesidades: simplemente se encuentran disponibles o no en el mercado.” (Fisher, 2019: 133)
“La Sustancia” logra trabajar con un humor oscuro temáticas tan actuales como lo son la flexibilización laboral, la incertidumbre del mundo posmoderno y su vorágine, la opresión que los estándares de belleza ejercen sobre nosotros y las “soluciones” que el mercado nos brinda para ajustarnos lo más posible a estos, las cuales en realidad no son más que necesidades generadas por el mismo sistema que sostiene estos estándares. Pero sobre todas las cosas, a mi parecer, “La Sustancia” habla acerca de algo profundamente humano: la necesidad de sentirse amado. Pienso que quizás no habría película alguna si Elisabeth hubiera tenido una red de vínculos en la que refugiarse, una persona a la que abrazar en ese loft inmenso e iluminado lleno de nada, alguien que le dijera que no está mal envejecer, que sus logros valieron, que hizo las cosas bien. Si bien puede entenderse como una mirada individualista, creo que antes de poder cambiar el mundo y el sistema, deberíamos intentar poder hacer más amable la realidad de aquellos a quienes amamos, y que quizás fortaleciendo esas redes cercanas podamos extender cada vez más ese espacio seguro, hasta poder soñar en algún momento con una mejor versión del sistema, más amable, más humano, que no busque la perfección sino, por el contrario, que abrace el error.
Nací durante el invierno de 1999 en Posadas, Misiones, donde actualmente resido. Acróbata, poeta, estudiante de Comunicación Social.