Me hubiera gustado decirte todo lo que quiero por escrito, bien ordenado, incluso para poder entenderlo mejor yo mismo; pero las palabras tienen eso que les gusta escaparse y hacen difícil decir estas cosas. Perdí la cuenta del número de intentos frustrados que tuve que soltar para escribir esto. Había hecho una mezcla de resentimiento, amargura, frustración y fracasos personales. Te acusaba a vos; pero no pude, no pude mentir así. Entonces me quedó esta carta cursi (y sabés que odio lo cursi). […]
Nosotros hablábamos otro lenguaje: el del silencio. Cuando te callabas y nos mirábamos, nos entendíamos. Ahora no puedo estar en silencio con nadie sin sentirme incómodo, y cuando hablo siento que no me escuchan, sino que se escuchan en mí y responden con esas frases de memoria que se dicen cuando te importa un carajo lo que dijo el otro.
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Es muy difícil no pensar en lo que hubiéramos vivido en el futuro. Una serie de posibilidades que ya no existen. Fue como cerrar la puerta de una habitación de la casa y no volver a entrar nunca más. Fue cortar una rama que se alejó mucho del tronco; quizá para vos ya estaba marchita, pero nunca vamos a saber si hubiera florecido o tal vez, incluso, dado algún fruto.
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Fragmento publicado en la página 10 del Cuaderno de la Biblioteca Nacional, N 20
https://www.bn.gov.ar/micrositios/revistas/cuaderno/cuaderno-de-la-bn-20