Adrián Dárgelos y [tu nombre]

Las puertas se abrieron de par en par, él entró envuelto en su pashmina, llevaba unos pantalones ajustados que se veían bastante elásticos con su paso ligero pero seguro. Le gustaba hacer notar que había llegado, algunas personas dejaron a medias sus conversaciones para voltear a verlo, ¿era él? ¿era realmente Adrián Dargelos en ese bar de Vicente López? Aparte de otros dos hombres que parecían ser sus amigos, estaba solo, lo que resultaba sorprendente, porque era inevitable pensar que, adonde fuera, llevaría a su acompañante de turno.

Los tres caminaron hasta el fondo del bar y se sentaron en un lugar reservado, oculto a las miradas curiosas de quienes habían ido a tomar algo de forma casual. Cuando se hubo acomodado en su asiento, la conmoción inicial pasó, y quienes lo reconocieron sorprendidos en un principio volvieron a lo que estaban haciendo antes de que él llegara.

En el bar sonaba algún reggaetón superficial y fácil de ignorar, lo que creaba un ambiente ligero y alegre. Algunas personas bailaban en una pista no muy grande, en el extremo izquierdo del bar, mientras que otros tomaban algo sentados en sillas incómodas y levantando la voz para poder ser escuchados por encima de la música.

— Buenas noches, el señor de aquella mesa quiere invitarles todo lo que consuman esta noche—se miraron sorprendidas, él no realizó ningún gesto, pero las miró directo, casi como si llegara a verlas a los ojos desde la distancia.

— Bueno, gracias. Queremos pedir otros dos gin tonic entonces.

— Por supuesto, ahora en un rato se los traigo.

— Gracias

— Boluda, ¿ese no es?…

— Ese de esta banda que esta buena, ¿cómo era?

— A Martu le encantan, Babasónicos, boluda.

— ¡Ay sí, boluda! ¡Es él! ¿Cómo se llamaba?

— Ay, no me acuerdo, boluda, pero no me quiero quedar con la duda, a ver… Siri, ¿cómo se llama el cantante de Babasónicos?

— El cantante de Babasónicos es Adrián Rodríguez, mejor conocido por su nombre artístico como Adrián Dárgelos, nacido el 3 de enero de 1969 en Monte Chingolo.

— Dárgelos, boluda, ahí está. Ay, te juro que me había parecido que lo ubicaba de algún lado cuando lo vi entrar.

— ¿Y qué onda le das? Nos invitó los tragos, el chabón debe estar de levante.

— Ay, no sé, boluda, es medio grande, no sé si me gustan mucho los tipos grandes.

— Yo creo que le doy, no sé, como que me atrae esa onda de rockerito raro.

— Ay, boluda, ¡nooo! ¡¿Qué decís?! ¿Posta le das? ¿Pero qué te gusta onda físicamente?

— Ay, no, no sé, pero me gusta como nos mira, fíjate, como que mira para esta mesa, pero no parece un pajero desesperado, o sea no me parece un viejo pajero como esos que te quieren levantar en un bar.

— Pero si está haciendo justamente eso, ¿o te crees que nos va a invitar porque le caímos bien? Yo por eso cuando algún pajero me quiere invitar algo lo acepto y después me levanto y me voy si no me gusta.

— Pero miralo, el chabón está en otra, no creo que solo venga a levantar, no sé, capaz nos invita de onda y solo quiere hablar. Me gustaría conocerlo, nos sacamos una foto y se la mandamos a Martu, ja ja.

— Ay, esa es buena, boluda, ¿te imaginas la reacción de Martu cuando vea que estuvimos con D’Angelo?

— Dárgelos, boluda.

— Ay, bueno, eso.

— No sé, yo le iría a hablar después a ver qué onda, capaz es un chabón interesante.

— No parece un tipo desagradable, es verdad.

Tomaron los dos gin tonic y pidieron dos shots de tequila, no habían comido nada, no querían comer. Miraban de reojo hacia la mesa en la parte reservada del bar y notaban que él no las veía, solo seguía hablando con los otros dos hombres que lo acompañaban mientras tomaban cerveza y fumaban. Eran casi las dos de la mañana, el bar cerraría en una hora, Dárgelos parecía tener todo el tiempo del mundo y miraba apenas el entorno que lo rodeaba con vistazos panorámicos y rápidos. Cada tanto, él o alguno de sus amigos se levantaban para ir al baño y volvían rápidamente, con un paso que parecía más seguro y enérgico que antes. Algunas fanáticas se acercaron a la mesa y lo saludaron, sin quedarse mucho tiempo, ya que parecían no querer incomodarlo demasiado. Él recibía a quienes llegaban como si hubieran pedido una audiencia personal con él y sonreía por pura cortesía, como una retribución a la admiración con la que lo interpelaban. Con el paso de los minutos, quizá la curiosidad o los tragos pudieron más que la renuencia inicial, y las dos invitadas decidieron que se acercarían a la mesa de Dárgelos.

— Hola—él giró la cabeza para verlas, le dio una pitada como un beso corto a su cigarrillo y respondió:

— Hola.

— Gracias por la invitación. Vos sos Adrián Dárgelos, ¿cierto?

— El mismo, sí.

— De lejos y en la oscuridad no te reconocimos, no estábamos seguras si eras vos.

— ¿Quieren sentarse con nosotros?

— Ay, no, gracias, es que ya nos íbamos, queríamos saludarte y despedirnos nomás.

— Tenemos una amiga que es muy fan tuya, le encantaría que le llevemos un autógrafo tuyo, cuando le contemos que te conocimos no nos va a poder creer.

— Yo encantado de ayudarlas como pueda, pero no tengo cómo dejarte un autógrafo, ¿tenés algo para anotar?

— Ay, no, no la pensamos ja ja.

— Bueno, no importa, le pedimos al mozo.

— Ay no, dejá, no te molestes.

— Una foto podría ser también.

— Obvio, ¿seguras que no quieren sentarse a tomar algo más?

— Dale, está bien, te aceptamos dos gin tonic más.

Se acomodaron a la izquierda de Dárgelos, a su derecha estaban sus dos amigos. Ellas dijeron sus nombres y se mostraron algo incómodas, la que estaba al lado de Dárgelos se cruzó de piernas al sentarse, posición un poco incómoda debido a que su vestido corto era muy ajustado, y la otra miraba de reojo hacia el costado, evitando la mirada de los tres. Los acompañantes de Dárgelos se presentaron, a su vez, uno era Diego Tuñón, el tecladista de Babasónicos, y el otro era Eduardo Rocca, el mánager de la banda.

— ¿Y qué las trajo esta noche acá?

— Nada, salimos a tomar algo tranqui, no teníamos planes para esta noche.

— Yo no creo en las casualidades.

— ¿Cómo es eso?

— Nos cruzamos en este bar justo esta noche, y ahora estamos sentados en la misma mesa, creo que todo es por algo, ¿no?

— ¿Y por qué crees que pasó esto?

— Quizás todo pasó para que le cuentes una muy buena anécdota a tu amiga.

— Ja ja ja, puede ser, me gusta tu perfume.

— De cerca podés sentirlo mejor.

Ella se acomodó en el asiento y bajó la pierna que tenía cruzada. Se acercó al cuello de Dárgelos y le dijo al oído:

— Tenés razón, de cerca te siento mejor.

Él no dio una respuesta y, en un movimiento preciso, como un reflejo, sin pensarlo, cruzó su brazo por la cintura de ella y la acercó hacia él para darle un beso. Por la mente de ella se atravesó una duda, pero quizá la curiosidad o los tragos pudieron más, y lo besó sin pensarlo mucho. Fue un beso que duró unos treinta segundos, su amiga trató de enfocarse en tomar el gin que habían pedido, y los acompañantes de Dárgelos se quedaron hablando entre sí. Lo que siguió fue como el vaivén de una sombra, en apenas un momento, él pidió permiso, se excusó para ir al baño, y ella lo siguió, no los volvieron a ver en toda la noche. Su amiga pidió que la acompañaran a pedir un taxi, y los dos hombres volvieron a sus casas a dormir.

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