En mi ratonera con balcón a la calle,
dos dientes buscan una cola
a leguas y siglos de los terremotos
que abren grietas en la cabeza más dura:
aquí sólo vale
el menso girar sobre lo mesmo.

Adentro, una bestia devora un cuerpo
miembro a miembro, marchitando
lo que no se puede digerir por medio
de espectros que invoca a mansalva,
sin medida ni mesura, tan sólo
porque puede, tan sólo
porque no tiene que tocarlos.

Sabandija astuta, su negra taumaturgia
torna tabúes en tótems, y los yergue,
uno a uno, en barrotes que ahogan
los sonidos que llegan de la calle.
Pero pese a todo la sangre fluye,
y las vísceras gruñen, el cabello
crece y se cae y aun el olor a estiércol
semeja un perfume pleno de porvenir.