En el bosque sin salida
huyo del llamado del cuyeo.

Jugaba en el cafetal
bajo un poró florecido

cuando escuché su voz y lo vi:
un pájaro cualquiera en el suelo

pequeño y de plumas pardas,
pero su voz en el linde del monte

me hechizó. Avancé. Caía la tarde
y al acercarme el pájaro se volvió

y voló entre los árboles. Quise regresar
pero su voz me llegó

desde el interior del monte.
Seguí caminando. Atrás quedó el cielo

y delante mío el cuyeo
huía, sin cesar nunca

su canto de sirena.
Miré alrededor: puro monte,

árboles y matorrales
en el filo del crepúsculo.

No pude salir antes de que oscureciera.

A lo largo de los años,
en atardeceres de calles bulliciosas

en que los pájaros se arremolinan
bajo un cielo entumecido,

que nunca olvide ese momento,
el sonido de mis pasos perdidos:

enfrente, árboles y matorrales,
atrás, el llamado del cuyeo;

y yo, el augur que busca un rumbo
y solo sabe perderse.