La vida acontece
demasiado deprisa,
es trivial afirmar que nunca seré
tan joven como ahora,
pero es verdad.
Ya no volveré a ser un niño,
nunca recuperaré aquella genuina felicidad.
Ya no volveré a ver a mis abuelos,
nunca recuperé sus rostros, ni sus voces,
ni sus miradas.
No sé cuándo los perdí,
algún día se me cayeron y yo no miré para abajo,
siempre fui muy torpe, siempre se me cayó todo de las manos.
Ya recorrí el camino de vuelta y no están,
se esfumaron, se los llevó el viento,
como se los llevó la muerte.
La vida se me escapa de las manos,
mientras trato de aprehenderla la voy perdiendo.
Quiero volver a la casa de mi tía,
al pasillo estrecho que desembocaba
en un inagotable olor a limpio.
Quiero volver a las noches con mi primo,
donde encontrábamos un algo,
hablando de filosofía sin saber que existía.
Quiero volver a jugar con mi hermano,
tratar de buscar su aceptación
para sentir que me quería.
Quiero volver, pero no sé a dónde,
el pasado dejó de existir,
no retornaré jamás a nada,
este incesante devenir me obliga
a decidir, me obliga a actuar.
El tiempo es demasiado cruel,
me roba todo lo que alguna vez me regaló,
pero, los regalos no se piden,
y nunca lo aprendió.