Soneto I (a Enrique Santos Discépolo)
Discépolo, poeta burdo y de llanto,
cantas mi Buenos Aires con verso tan suave,
que mi lagrima levanta vuelo como un ave
y ya veo Callao cual si fuese un cuento.
Guapo e’ Balvanera, Santo no has sido,
y tu voz, que penetra en mi alma lacrimosa,
de tanto cantar acerca de verdades penosas
se ha cansado, y con sed se ha ido.
No, no inventaste al General, gran genio.
Inventaste esos tangos que cantan
linyeras que por el abasto andan
y que te cantan para no pensar en su infierno.
Eterno es tu verso, como vos, Discepolin
y se canta aun en Buenos Aires, en algún cafetín
Soneto II (a Roberto Arlt)
Ciudad fantasmagórica, de Roberto,
con tu noche me figuras tus poetas
y en tus resonantes y ya mudas vías
los cadáveres de metal lloran tanto
y suena su llanto como un saxo alto.
Rechina en mi tu nostalgia de aceites
con triste anorexia de negros carbones
Y tu -supongo- infinito letargo.
¿Quién ha de revivirte? ¿Un viejo Ingles?
De esos viejos, de los que yo me conmoví
Solo queda un triste «To be or not to be«
-Duda infinita humana, el saber si se es-
Nunca vas a resurgir; no esperes tanto
Solo podrás dormir: estancado barco.
Soneto III (a quien me ame)
Curva de solsticios y de soliloquios,
noches acumuladas, días que añoras,
melodías, bellas, tristes, que entonas
Cuando tus ojos se vuelven lacrimosos.
Bella y amada, en tus ojos si soy libre
y pintores lloran al ver tu pupila.
Y lloran porque pintan, siempre de lila
tu belleza cual poema; de oro-tigre
Es sensato derrumbarse, amada mía
más si quien te ayudo hoy te derriba
Y te mira, con mirada corrosiva
generando eterna apatía y agonía.
No escuches voces de crueles ni malvados
Ladran Sancho, señal de que cabalgamos
Soneto IV (a Jorge Luis Borges)
Condecoro tu certeza, tu claridad
Más allá de la -tu- ceguera ¡oscuridad!
Andante de bibliotecas, abstraído,
Homero amaría ver lo que has escrito.
El bronce de Lope de Vega legaste,
De Cervantes, de Quevedo aprendiste.
¡La vida es un sueño! -Oro recordado-
Galatea y Ovejas has evocado.
Cuando pienso en tu vista aniquilada,
con sueño voraz y mente dilatada
Una lágrima brota pensando en tu don:
Recordar, anacrónico, un brillante sol.
Has sido compadrito, asesino, rufián
Y has sido Lönnrot, Funes y Menard.
Soneto V (al Palacio de las Aguas y lo eterno)
Enfrente el gaucho, morada de las almas;
Detrás la calle, como llano llameante;
Más detrás, guijarro de luna rodante;
Y en ti, todos los tiempos y las bellezas.
Suecia en los brillos de las aguas porteñas.
Como en el Ganges pero en Viamonte,
Se baña todo Malmö en el barrio de Once,
Y Heráclito reformuló sus sentencias.
Soy el que pensó, halló y soy olvido.
Tu eres agua y tiempo, eres la muerte,
Pero eres vida y reflejas el poniente
Que, metamorfoseándose, vio Ovidio.
Serás, palacio, resguardo de la memoria del tiempo
Y te recordaré, llorando, cuando yo solo sea viento.
Soneto VI (a la tristeza que me compunge)
¿Cómo ser mas que una tarde?
¿Cómo no lagrimearme si el cielo,
de tan rojo y de tanto desasosiego,
como yo, se siente de perdida ineluctable?
Y con el alma cayéndoseme,
irme lento a paso caído.
ir, como el viento, arrastrándome,
y volvérseme un ocaso mi destino.
Y evitarme en el día,
ser en la tarde un fantasma;
llenar de memorias mi vida
y de fatigas morir en mi cama.