La pandemia instaló una nueva percepción de las interacciones físicas. La disposición de los cuerpos y sus respectivas distancias, pasó a ser un asunto de estado. Lo vincular debió delimitarse mediante protocolos. Como consecuencia de estas disposiciones el colectivo teatral se encontró frente a un impedimento que lo paralizaba. No había posibilidad de encuentro; ni del público con el cuerpo ficcional, ni del elenco con el ensayo. El teatro quedó inhabilitado, desmembrado; desposeído de sus órganos vitales.
Algunas plataformas virtuales ofrecieron la posibilidad de probar textos, discutir, exhibir obras grabadas y hasta dar clases. Podríamos preguntarnos si aquello continuó siendo siquiera un suceso aproximado a lo teatral o acaso una consecuencia relativamente distante; o inclusive podemos preguntarnos si todo el aprendizaje técnico que significó montarse en un medio ajeno tendrá alguna utilidad dentro de la disciplina.
La acción de los artistas, dentro de este panorama, ha sido un efecto que puede comprenderse de distintas maneras. Una primera interpretación puede sugerirnos que el traspaso hacía los medios digitales haya sido consecuencia de cierta inercia productiva que encontró, en dichos medios, una suerte de canal alternativo que aliviaba la carga. Es posible que también hubiese cierto entusiasmo por hallar una forma y una nueva estética, una especie de oportunidad para los creativos. En muchos casos la virtualidad fue (y tal vez continúe siendo) una manera de sostener espacios de enseñanza, de exhibición y en contados casos, de percibir ingresos por una actividad cercana a aquello que entendemos por teatro.
Aquí la contradicción: durante el ASPO el hacer estaba ceñido a una estructura técnica que imposibilitaba la aparición de lo que es constitutivo de la actividad. Los espacios de trabajo específicos, ya sea salas teatrales o talleres privados, donde la actuación tiene un relieve concreto y más cercano al escénico, estaban cerrados. Podemos decir que aunque hubo manifestaciones que partieron del ámbito teatral, no hubo teatro.
No hubo porque el teatro tiene no tiene la capacidad de articularse en otros medios sin perder lo que lo constituye. Esa imposibilidad nos interpela, su rebeldía es convocante, sus bases se establecen a contramarcha de una tendencia global. Cualquier intento por interceder en la expectación puede atentar contra los cimientos constitutivos de este arte y obligarnos a pensar en la configuración de un suceso que es fruto de y por tanto distinto de.  
Quienes hicieron a pesar de las imposibilidades, inyectaron pequeños fogonazos de electricidad que movieron espasmódicamente las extremidades del cuerpo teatral. Ese cuerpo estuvo tirado en una camilla; ahora empieza a reaccionar, ya se levantará como el buen Frankeinstein que siempre fue.
Es posible reconocer, en esta adaptación forzosa, un gesto sutil, uno que organizó y encauzó: la energía que se expresó en la disciplina, es decir, la capacidad de trabajo. La importancia de esta fuerza fue tanto en lo colectivo como en lo individual. Su relevancia no estuvo determinada por la posibilidad de acoplarse a plataformas audiovisuales con mayor o menor pericia, sino por aquello que reveló en el núcleo propio del hacer.  
Intentar emular producciones de plataformas digitales supone una dificultad en varios términos, en principio hay que tener en cuenta todas las complejidades que surgen a partir de trabajar el lenguaje audiovisual, luego comprender el funcionamiento de la plataforma y por ultimo trabajar con todo eso para lograr un resultado adecuado. Sin decir la lógica mercantil que fagocita cierto producto efectivo que homogeniza las producciones en pos de lograr consumo (clics). ¿Han notado como en youtube prolifera los videos de X persona reaccionada a Z cosa?
Es necesario escaparle a todo esto, gambetearle sin trabar pelota, mientras menos condicionantes encontremos en la liberación de las capacidades productivas más contundente será lo que se genere. Entrar sin subordinarse a la funcionalidad que supone la virtualidad puede resultar una intrusión poderosa. Como lo hiciera la hinchada de Chicago cuando ocupó las graderías de un partido de polo. Entrar como un cuerpo no negociable, extraño, con bandera y cantos propios.

Este tiempo, tiempo de pandemias y enfriamiento de la maquinaria productiva, ha sido un momento propicio parar reparar en lo propio y en la circunstancia que nos contiene. Tal vez entre tanta crisis, hayamos visto los lazos de dependencia que el circuito alternativo, por su presunción, oculta. ¿Acaso el teatro independiente es denominación de origen o los trabajos que ocurren dentro de este territorio son así catalogados por lo que expresan?  En relación a esta pregunta, si anteponemos la afirmación de Franco Berardi (2020), podemos descubrir una paradoja:
El capitalismo es una axiomática, es decir, funciona sobre la base de una premisa no comprobada (la necesidad del crecimiento ilimitado que hace posible la acumulación de capital). Todas las concatenaciones lógicas y económicas son coherentes con ese axioma, y nada puede concebirse o intentarse por fuera de ese axioma. No existe una salida política de la axiomática del Capital, no existe un lenguaje capaz de enunciar el exterior del lenguaje, no hay ninguna posibilidad de destruir el sistema, porque todo proceso lingüístico tiene lugar dentro de esa axiomática que no permite la posibilidad de enunciados eficaces extra sistémicos. La única salida es la muerte, como aprendimos de Baudrillard. (p. 40)

El entramado virtual no ha colapsado con este nuevo cotidiano, sino que por el contrario ofrece una continuidad irrestricta, solida. Es el bastión más operativo del capitalismo. En ese espacio ya están preparadas las incubadoras para los nuevos cuerpos que ingresan a sus entrañas.
Por suerte el teatro con sus dos mil años a cuestas, ya está demasiado viejo para que le pidan entrega. Se hará presente únicamente en ese momento en que confluye en tiempo y espacio la mirada del público y la proyección del cuerpo ficcional. La magia está allí. Algunos dicen que la historia se remonta a nuestros ancestros, cuando imitaban, en una pradera virgen, los movimientos de los animales que deseaban cazar.   
Tal cimbronazo servirá para reafirmar su identidad. Pensemos en las posibilidades vanguardistas que estas crisis imponen. Fue la fotografía en su capacidad técnica y de reproducción la que produjo una de las grandes rupturas que derivó en las vanguardias plásticas de principio de siglo XX. Este movimiento artístico se produjo dentro de la disciplina, con los medios propios.

Lo importante, dado la condición actual del teatro, no rige en la forma sino en el contenido que se expresa. Como ya no se ha podido manifestar en el medio que le corresponde tampoco se lo puede juzgar por la inoperancia técnica dentro de un ámbito que le es ajeno. Para exponerlo de otra manera: no es el mingitorio como elemento aislado, es el mingitorio en la pared de un museo
Aquellas producciones que se han adecuado a un formato virtual deben ser pensadas a partir de esta circunstancia para hallar, lo que en última instancia, puede constituir un hallazgo interesante.
Ver teatro a través de una pantalla resulta una propuesta difícil, poco convocante desde el punto de vista de lo audiovisual. El estado de excepción nos obliga a tener otras consideraciones (no así concesiones) que nos permitan distinguir un procedimiento más allá de las limitaciones técnicas o desaciertos estéticos. Las propuestas resultan interesantes en el punto en el que exhiben la  posibilidad de capturar un acontecimiento sin precedente. Manifestar el suceso histórico mediante un lenguaje que no es propio de la historia y de esa manera iluminar intersticios impensados.  Puede resultar revelador nombrar los sucesos mediante una construcción poética para que el paso del tiempo no limite el acceso sensible a aquellos acontecimientos, y tal vez con la distancia que únicamente podrá generar el tiempo, las dificultades del orden técnico sean anecdóticas frente al potente testimonio que se ha establecido. Tal vez, estos destellos eléctricos del cuerpo teatral, sea la respuesta a una pregunta que todavía no fue hecha.

Bibliografía:
Franco “Bifo” Berardi (2020) Crónica de la psicodeflación, Sopa de Wuha, Ed ASPO.