Escasos sabores hay dentro de mi boca, sólo los que me permito sentir, lo demás lo trago de forma rápida para no tenerlos que sufrir, mi paladar con sabor amargo es una costumbre, mi lengua salada por las lagrimas y del llanto es lo de siempre, tantos sabores y sólo elegí sentir de esos, supongo que es porque a mi boca sólo llega café y lágrimas, o porque lo único que me importa sentir en mi boca sean sus apariciones repetitivas en mi lengua.
Mis ojos ven borrosos, sólo veo un techo blanco cuando miro el cielo, acostado en el piso del baño, porque estar más arriba que el suelo no puedo. Creí que era por no tener mis lentes, pero es por la vida que veo así.
Mi oído cansado de escucharme llorar, cansado de tanto sollozo sin parar, es algo que me genera ganas de ponerme auriculares o de prender el parlante de mi casa con canciones tristes, porque más de eso no aspiro, y menos de eso es no estar vivo.
Mi tacto sólo toca mi cuerpo, me abrazo las penas y las tristezas, abrazo mis dolores y les pongo curitas, como un niño ingenuo curando las heridas de una madre. Lo siento débil con el contacto humano aunque viva una vida social cada día, aunque viva con roces todos los días, mi superficialidad protagonizó los momentos de contacto, porque mi interior sigue intacto.
Mi nariz huele la derrota de cada día, huele la misericordia que me pido a mí mismo, huele el miedo de tener tanta historia, y huele el olor de vacío que hay en mi trayectoria que sufro diariamente, huelo vino con olor a sangre, porque la sangre es sangre solo cuando no me sabe a vino.