Es muy apropiado que no sepa hablar bien ni su lengua ni otras. No necesita hablar casi nada, la función institucional de representar al poder hegemónico en estos tiempos no requiere de voces claras y profundas. Al contrario, requiere de lo inmediato como idiotez: el fútbol, la hija.
No es necesario desarrollar abstracciones ni reflexiones, no es necesario explicar nada. Es necesario evitar problematizar cualquier cosa. El tipo no explica problemas porque no es lo suyo. Por eso el tipo es lo que conviene y hace lo que corresponde.
Si el tipo hiciera alarde de locuacidad, claridad y capacidad de razonamiento se pondría en la posibilidad de explicar asuntos inconvenientes. Y si algo merece un discurso publicitario para vender alguna idea, están los medios.
Está bien que su educación y su visión del mundo sean evidentemente limitadas y pobres. Exhibir amplitud, flexibilidad, complejidad y refinamiento no coincide con el modelo de hombre que tiende a formar el sistema vigente ni con los hombres necesarios para representar y ejecutar ese sistema.
Es adecuado que trabaje poco y que se tome todas las vacaciones que quiera suceda lo que suceda, porque su lugar es el del patrón. El patrón exhibe sus atributos, que no son los del trabajador. Éso es socialmente educativo: demostrar quién es el subordinado.
Si el tipo fuera otra cosa, no estaría ahí. Si el neoliberalismo requiriera a otro en ese lugar, lo habría. Muchas veces pensamos y decimos que el tipo es bruto, torpe, ignorante, holgazán y superficial. Nuestro inevitable ejercicio del desprecio nos distrae de considerar que esos son hoy atributos de poder funcionales y que en este caso están bien representados.