(Continuación y final provisorio de las notas 1, 2 y 3 ya publicadas en TFK)
Ahora que escribí “patético” me quedé pensando. ¿Qué deriva diacrónica ha hecho que una palabra que menciona originalmente el efecto de la exhibición de los sentimientos se vuelva tan peyorativa? ¿Qué recursos retóricos exhiben la transformación cultural entre lo patético como sentimental y lo patético como vergüenza? ¡Ay, pero qué denso! ¿Y el uso de “denso” no se le parece a “patético” en su función de acusar la intensidad? ¿Y la costumbre más o menos reciente de descalificar la intensidad? Una metáfora en la que la física ocupa el lugar de la moral ha de ser siempre medio sospechosa.
Nos vamos olvidando del sexo en estos artículos, cierto. Pero estamos a tiempo de distinguir alegoría de símbolo, a propósito de la metáfora. La alegoría se ocupa en una función didáctica y representa, en lo posible sin transparencias, sin complejidades, sin “desvíos”, aquello a lo que quiere referirse. Suele operar con metáforas cristalizadas. Son ejemplos de ello el de la señora con la balanza y los ojos vendados, o el esqueleto con guadaña.
También hay alegorías aparentemente mas complejas, como películas ambientadas en la actualidad con mujeres que se llaman María y hacen lo mismo que la virgen María. Por eso, entre otras cosas, dice Angel Faretta que la alegoría es un insulto a la inteligencia. Y decía Buñuel: yo no pago una entrada al cine para que me expliquen lo que ya sé. Y decía Borges: no entro a un cine de la calle Lavalle para ver (ja) en la pantalla una proyección de la calle Lavalle.
El símbolo en cambio, si bien tradicional, nunca se descifra por completo, siempre está buscando su completud. Lo simbólico opera, mediante la movilidad metafórica, una transmutación permanente de los datos, los actualiza. Esto es debido a la transparencia apropiadamente dispuesta: la connotación posible de lo simbólico hace que pueda ser atravesado por sentidos variables y concomitantes. No cualquier sentido, por supuesto. Pero hay bastantes escaleras (laberintos) simbólicamente puestas en muchas narraciones.
A propósito de transmutación, voy a robar un poco de las asociaciones que hace Angel porque aquí hay metáforas que se sostienen en un símbolo: La casa Usher, Casa tomada, la casa de El regreso de los muertos vivos, el Motel Bates. Casas cerradas y oscuras y, además, como todo diseño arquitectónico, metáforas del cuerpo. El athanor, el crisol en el que los alquimistas libraban sus batallas, es eso: una casita cerrada y oscura para que pase todo lo que finalmente puede pasar ahí adentro. Athanor quiere decir “no muerte”: el enfrentamiento con lo mortal, con lo final, con lo que parece definitivo. Es decir: la tragedia.
Edipo va a arrancarse los ojos con un broche que toma de su madre muerta. Va a desterrarse a un lugar a donde nadie puede verlo, en el que nadie puede hablarle y en el que no hay nadie a quien él le pueda hablar. Es casi imposible nombrar el horror, y el horror puede ser nada más que respirar. Edipo no quiere ver, pero la obra va a representarse a pesar de él. Casi imposible, casi: van a deslizarse metáforas que hagan apenas soportable el mundo recalcitrante. Hasta una pregunta por la muerte parece un gracioso acertijo.
Pero la lengua (excúseseme aquí de cualquier metáfora sexual) no alcanza a hacer lo que quisiera, no se basta a si misma aunque el deseo payaso la saque para afuera. A veces el tiempo y el olvido nos han dejado creer que algo sucede y que podemos decirlo: hace rato que decimos tranquilamente que sale el sol por las mañas, aunque hace rato sabemos que el sol no sale y que se trata nomás de un giro terrestre.