Iba adelantando por turno los troncos de mis piernas en aquel apoyo de equilibrista, sosteniéndome por el cuello del camisoncillo como a una muñeca grotesca. Yo apretaba los ojos.

    Este año tuve el gusto de asistir al curso Amparo Dávila y otras cuentistas siniestras a cargo de Eduardo Cerdán, que la UNAM brindaba en honor a Dávila, una talentosa autora mexicana de horror, que falleció este año y que seguro nombraré en más ocasiones. Allí, supe de Inés Arredondo. Formó parte del material de lectura un cuento que, desde una primera persona, juega con la dimensión más incierta de los sueños, con el miedo a la mutilación y al abandono, con la incomodidad de la mirada y la angustia de la invisibilidad. Orfandad, se llama. Su lectura –en la primera como cada vez que vuelvo a él – me pone muy nerviosa. Lo encontré subido a un blog de trillada estética de fondo negro y letras rojas, su extensión me pareció cortísima, así que inmediatamente me surgió enviárselo a unas amigas. A ellas también les había producido horror y nos preguntábamos de dónde venían esas sensaciones. Tuve ganas de expandir esa experiencia, personalmente leyendo más obra de la autora y públicamente nombrándola, haciéndola conocer. Así llegué a Río Subterráneo, donde se publicó el cuento, que salió a fines de los 70 y que reúne más ficción que la autora fue enviando a revistas. 


   En la lectura del libro, continuaron apareciendo esos afectos que me habían llamado la atención previamente. El nerviosismo vinculado a la incertidumbre y el vértigo, la incomodidad y el asco frente al detalle de lo grotesco, angustia ante lo inevitable y lo imposible, horror ante la exposición perversa* de elementos propios de los tabúes de nuestras sociedades. El inicio del cuento que da nombre a la publicación puede dar un pantallazo de lo que puede encontrarse allí: Es eso lo que quiero contar: la crueldad y la exquisitez de una vida de provincia. Voy a hablar de lo otro, de lo que generalmente se calla, de lo que se piensa y lo que se siente cuando no se piensa. 

   La vida al margen de las grandes ciudades, la familia y sus secretos, la relación con la naturaleza son tópicos recurrentes, como también la cuestión del poder, las desigualdades de clase y de género, la brutalidad policial, la guerrilla, lo nacional y lo extranjero. El primer cuento, Las palabras silenciosas, representa la terrible dimensión imposible del lenguaje a través de la experiencia de un inmigrante asiático campesino que establece un nexo silencioso con la vegetación y con las personas que la habitan. Nombres. También entran en el misterio, se corresponden con otras cosas. La autora produce, desde un ámbito cotidiano como lo es el trabajo y desde la intimidad de los recuerdos personales del personaje, un aspecto incómodo que va apareciendo y que desemboca en un final que resulta atroz y, a su vez, perturbadoramente aliviador.


   Hay un procedimiento muy particular que realiza Arredondo. Utiliza elementos del imaginario del fantástico, como lo animal, la ensoñación, la exuberancia, generando un clima en torno a lo sobrenatural, pero se sostiene y se afirma un marco de la real. Se muestra, de forma tenebrosa, una potencia oscura de las fantasías. En Las Muertes, se habla de un asesinato nombrándolo como eso por parte del narrador, que da lugar a la vacilación. Aún así, lo siniestro reposa en lo que confiesa: Lo perturbador es que se trata de un asunto estético. Como si la muerte tuviera una dimensión estética, vinculable a una experiencia sensorial y epistemológica. Además, autónoma, sin motivos personales y, por lo tanto, perversa. Incluso, comparable con otras muertes y valorada, como ocurre hacia el final. En Los inocentes, aparece una madre de un joven preso político que describe ciertas presencias y memorias con vocabulario fantasmagórico. Piensa constantemente en su hijo, con una narrativa como si estuviera vivo y la perturban expresiones que le surgen en su mente, como comiendo a besos que se literaliza hacia el horror con otra palabra: apetecible. Lo inconfesable sale hacia la superficie. Un cuento que también les mencioné a mis amigas es 2 de la tarde. Es un claro ejemplo de cómo puede generarse incomodidad desde convenciones distintas a las más clásicas del terror: un hombre que, mientras espera un camión que lo llevará a la ciudad, se babosea con las mujeres, sube al vehículo y se encuentra en un ambiente caluroso, atestado de personas, frente a una mujer que no deja de observarlo mientras él se muere de vergüenza.  


La monstruosidad con la que trabaja la autora tiene que ver con la exposición, en un primer plano– literalmente como en las películas, cuando aparecen imágenes que producen contradicción entre el no querer ver y el desear continuar viendo– de lo corporal que permite ver lo fragmentado en detalle. Hay una exploración sobre el malestar, el temor, la repugnancia, la confusión a través de lo orgánico y lo físico: aparecen pelos, uñas, extremidades cortadas, fluidos. También, la belleza se enuncia, pero siempre incomoda. Como si hubiese algo escondido en ella y siempre a punto de estallar y oscurecer todo.


   Quise elegir uno favorito, pero no pude ya que me parecen sumamente destacables varios momentos que concentran imágenes siniestras de distintos cuentos. Sin embargo, haré mención especial de Apunte gótico porque es de esas ficciones en las que lo podrido se muestra de un inicio para luego intensificarse, más y más, para dejarte mal incluso mucho después de estar físicamente lejos de la lectura.

  

     Ese algo podía ser la muerte. No, es mentira: no está muerto: me mira, simplemente. Me mira y no me toca: no es muerte lo que estamos compartiendo. Es otra cosa que nos une.

  Pero sí lo es. Las ratas la huelen, las ratas la rodean. Y de la sombra ha salido una gran rata erizada que se interpone entre la vela y su cuerpo, entre la vela y la mirada. Con sus pelos hirsutos y su gran boca llena de grandes dientes, prieta, mugrosa, costrosa, Adelina, la hija de la fregona, se trapa con gestos astutos y ojos rojos fijos en los míos.


   No spoilearé el final porque, en este caso, me parece vital para el efecto de lectura que busca generar, pero diré que cuando lo leí, gracias a la construcción de la sugerencia, me asustaba creer que estaba malinterpretando perversamente lo que estaba leyendo. Tuve que volver al texto muchas veces y, aún inconforme, googlear para ver si les demás estaban leyendo lo mismo. En la búsqueda, me salió que Claudia Albarrán  describe a Arredondo como poeta maldita, guardiana de lo prohibido, niña perversa e imprudente, hechicera, loca. Además, por comentarios ajenos, verifiqué el horror de mi imaginación y de un secreto espantoso que la ficción estaba contando.





*cuando me refiero acá y en otras ediciones a lo perverso, lo hago al modo en que Julia Kristeva habla de esa palabra para definir lo abyecto: no abandona ni asume una interdicción, una regla o una ley, sino que la desvía, las descamina, la corrompe. También Bataille y Sontag relacionan lo obsceno con la trasgresión. Un tema interesante.


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#Infernaliana es una serie de escritos vinculados a un proyecto de difusión de poéticas monstruosas. Se trata de visibilizar autorxs, revisar el canon, comentar lecturas actuales. Sale cada dos semanas en Trafkintu