Tan pronto como un peón llega al final de un tablero de ajedrez, se produce algo denominado “promoción”, que significa que ese peón pasa a convertirse en la pieza que eligió el jugador. Puede ser un caballo, un alfil, una torre o una dama; entendidas comúnmente como piezas más poderosas.
Pero para mí, no hay pieza más poderosa que el peón. Pues es la única que, si transitó bien el camino que le tocó recorrer, tiene la posibilidad de transformarse.
A menudo la vida nos pone a prueba sobre diferentes escenarios, muchas veces impensados, que no hacen más que evidenciar nuestra propia vulnerabilidad. Haciéndonos transitar por caminos inciertos sin la suficiente claridad mental para comprenderlos. Es ahí entonces, cuando nos atraviesa el miedo. Simplemente porque no sabemos.
Ha aparecido un virus que nos hace difícil pensar que el mundo anterior a esta pandemia fuera un mundo “sólido” en términos de humanidad, economía y sociedad. A tal efecto, resulta evidente cuan importantes son los debates societales que inviten a la reflexión, puesto que las causas socio ambientales de la pandemia nos muestran que el principal adversario no es el virus en sí mismo, sino aquello que lo ha causado.
Se ha vuelto común escuchar a diario distintos discursos que confunden, y evitan profundizar sobre las verdaderas raíces del problema. Muchas veces atacando el síntoma, pero evadiendo las causas profundas; relacionadas directamente con esta era capitalista que tiene como ejes el egocentrismo y la individualidad.
A causa de esto, es una vez más la naturaleza quien se rebela y nos hace reflexionar sobre si somos realmente tan necesarios en este planeta; en el que nuestra ausencia nos devuelve menores índices de contaminación, elefantes libres en Tailandia, coyotes que pasean por el Golden Gate y cisnes en Venecia.
Si sos de los que todavía intentan ver el vaso medio lleno, como yo, interpretarás estas señales de la Madre Tierra como sutiles guiños, que intentan decirnos que aún estamos a tiempo para reconciliarnos con ella. A tiempo de reconstruir nuestra mente, nuestro entorno; de generar conciencia. De volver a construir un vínculo de vida y no de destrucción, no de guerra.
En mi opinión, las crisis siempre han representado oportunidades para el cambio. Para tal fin, debe efectuarse un proceso de liberación cognitiva que nos permita repensar acerca de nuestras verdaderas prioridades, principios y valores para el posterior paso a la acción, tanto individual como colectiva. En este sentido considero esencial destacar que un ambiente saludable, el cuidado, la disponibilidad y el acceso a los servicios de agua son fundamentales para nuestro bienestar. A estos efectos, es necesario tener fe en que otro mundo es posible, pero para ello es imprescindible reflexionar sobre nuestro futuro civilizatorio, y dar prioridad a las prácticas comunitarias del cuidado en lugar de a las del capital.
Debemos dejar de levantar muros y divisiones; y darnos cuenta de que lo que de verdad necesitamos son más puentes para conectar, porque estamos luchando contra un virus, no entre nosotros.
Pienso que en un mundo saturado de objetivos, cuestiones de status y exigencias, donde la posición ególatra es concebida como “la norma”, ser agradecidos por la existencia de un otro es casi un acto de rebelión. Tanto es así, que considero que este virus llega para enviarnos otro mensaje aún más claro: el de la conformación de una sociedad que se fundamente en la solidaridad y no en la competencia. Una sociedad con base en los valores de pertenencia y de unión, que haga resurgir el sentimiento de ayuda al prójimo, de promover la empatía. De pasar a los libros de historia por lo que colectivamente, hicimos bien.
Haciendo a un lado por un momento las causas sociales, pienso que este es también momento para dejar de buscar culpables y preguntarnos individualmente qué podemos aprender de todo esto.
¿Pensaste hoy, en la cantidad de tiempo que perdiste haciéndote drama por cosas intrascendentes? ¿Cuántas horas desperdiciaste ayer en enojarte por cosas que no conducían a ningún lado? ¿Y cuánto tiempo pasaste agradecido por tu salud? ¿Cuánto tiempo pasaste agradecido por despertarte, por la salud de tus hijos, por la de tus amigos?
Es momento de soltar el teléfono y estar con la familia. Momento de valorar lo poco o mucho que tenés. Momento de, aunque suene un poco extraño, agradecer por el instante exacto en el que estás. Porque lo más importante es lo que hacés en el aquí y ahora, y la única mala suerte es no vivir.
Cuando todo esto termine, ojalá que los encuentros tengan abrazos, de esos que tanto te faltaron. De esos que ahora seguro valorás tanto más. Ojalá que puedas liberarte de los pensamientos que te limitan, de las cuestiones que no tienen importancia. Ojalá que cuando salgas disfrutes más de la brisa en la cara y de las luces de la ciudad de noche. Ojalá que te des cuenta que el tiempo que se disfruta es el verdadero tiempo vivido.
Cuando todo esto termine, ojalá que sigas aplaudiendo al que se esfuerza, al que arriesga. Ojalá que te pongas en el lugar del otro.
Ojalá que cuando pase el temblor, no te olvides de lo importante; de lo que te impulsa, de lo que te sostuvo. Ojalá que aprendas a ser el que aprovecha, el que celebra, el que disfruta. Ojalá que grites a los cuatro vientos lo que sea que sientas.
Si te sirve de algo, te diré que nunca es demasiado tarde para cambiar ni para ser quien quieras ser. No hay límite de tiempo, empezá cuando quieras.
Ojalá que tengas la posibilidad de elegir si perdiste el tiempo o si aprendiste.
Cuando todo esto termine, ojalá prefieras quedarte con lo bueno. Que entiendas que al final de todo, lo único que de verdad importa es ser buena persona, amar a la familia, ser fiel a los amigos. Ser fiel a uno mismo.
Te deseo que vivas una vida de la que estés orgulloso. Y si un día despertás y descubrís que no lo estás, espero que tengas la fortaleza para volver a empezar de nuevo.
Pienso que todos los días cada quien, camina su propio tablero de ajedrez.
Quizás el secreto esté en, sencillamente, recorrer la vida con la misma pasión, serenidad y fortaleza del peón. Y entregarse como si nunca fuera a doler. A la vida, al amor, al sexo, a las cosas simples. Entregarte incluso a vos mismo.
Como si hubieras encontrado que la verdadera belleza está en dejarte vivir. Como si te hubieras dado cuenta de la verdadera cercanía; la real, de lo que de verdad importa.
Como si fueran a prohibirlo todo mañana.