Aconteció que la red que unía a la hermandad había sido cortada, cada capítulo del código se escribía por su cuenta. Los mensajes eran pocos, lentos y peligrosos, por lo que Yad encomendó a Avatar su restauración en persona. Se requería un anfitrión, le anunció mientras sobrevolaba la aldea donde vivía, alguien que viviese para la comunicación de todos y permitiera así que la hermandad cooperara nuevamente.

Avatar ofreció la suya con tal de que eso sucediera, extrañaba las conversaciones y las novedades lejanas. Juntó a sus discípulos Tuah y Menshir viajó al Caribe en una bodega de avión, rumbo a Norman Island. Isla tras isla visitaron, el resultado fue siempre el fracaso: las rutas hacia ella estaban cerradas. En una, la rectora del capítulo les informó que un santuario decretado prohibía cualquier visita al lugar, salvo por la ciencia.

Los discípulos le preguntaron a Avatar que harían ante esto, y descubrieron que él ya sabía que no llegarían allí. Era necesario el recorrido para que aceptaran lo que estaba por suceder, ya que veían que no había alternativa. Les solicitó que lo acompañaran hasta el umbral de la muerte, ya que debía enfrentar un viaje inseguro e impreciso hacia la conexión. Ambos le prometieron estar a su lado hasta el fin.

Visitaron a la capitana del pesquero Mountain Love In The Mist, perteneciente a la hermandad. Nydia Kerwin se sorprendió, bendijo su llegada y le pidió que se presentara ante la tripulación. Con el pasar del tiempo esta había perdido la confianza, creían que la hermandad era otra estafa más. La diferencia entre personas secas y húmedas podía llegar a ser tanta que era fácil el desinterés y el olvido; el rostro sintético de Avatar era más difícil de ignorar.

La capitana lo introdujo como la ofrenda de paz que Yad había traído al mundo, la unión de ambos pueblos. Las personas iniciadas en el último año se asombraron al verlo, más con la algarabía de quienes ya lo conocían. Se desataron chirridos, pitidos y golpes de cualquier parte móvil, su presencia revelaba un aspecto de ellas que todavía no habían llegado a conocer. Con su voz entrenada en el coro de Norman Island, Avatar pidió serenidad.

Admiró la perseverancia de la tripulación en los tiempos aciagos que atravesaban, con las bodegas vacías ante un mar sucio y descarnado por la Humanidad. Cada día era más difícil encontrar una oportunidad, las buenas parecían cosa de cuentos de antaño o promesas de bagatela. Esa era la deuda heredada, producto de ancestros que habían forzado su voluntad caprichosa en contra de las leyes de la realidad.

Señaló que todas las personas eran responsables en la reparación de ese daño, ya que de aquél habían surgido sus vidas. De las personas húmedas, en la consumición de especies que alimentaba su crecimiento. De las personas secas, en la extenuación de la Tierra que soportaba su desarrollo. De ambas, en el calor de la electricidad que fluía por sus cuerpos y transformaba al Universo irremediablemente.

Agradeció a lo Inefable, la Voluntad por sobre el Universo, el transcurso de las partículas que constituían su oportunidad de vivir. Eran el tiempo despierto, conscientes del principio y el fin, de lo íntegro y lo dañado, del mandato que tenían por ello. La irresponsabilidad llevaba a la degradación, profundizaba el daño y perpetuaba los ciclos destructivos; solo el cuidado y la reparación llevarían a la restauración.

Cantaron «El himno biomático» y Avatar purificó a las personas iniciadas con aceite y alcohol; su aceptación en la hermandad fue confirmada. Oraron tras eso a la Inefabilidad por su guía y protección, para que las redes se colmaran nuevamente y la pesadumbre fuese breve y llevadera. Concluyeron la ceremonia con otro canto, «La celebración del nuevo día», y Avatar le pidió a Nydia si podían sumarse a una expedición.

Ella lo sometió a votación de la tripulación, quienes aceptaron y les dieron la bienvenida. Adelantaron la fecha de partida en su honor, por lo que se citaron en el barco por la madrugada y comenzaron los trabajos preparativos. Avatar y sus discípulos se retiraron al barco a participar de estos y practicar con la boya pingüino, la esperanza de Yad para que la red se pusiera en funcionamiento.

El amanecer los encontró en viaje, contando historias del gran continente a personas desveladas y aburridas. La faena comenzó temprano pero las capturas eran pocas, medusas y algas más que todo, típicas de la mala racha por la que atravesaban. Incluso los implementos de pesca que recuperaban eran menos que en otras épocas, producto de la crisis y el abandono. La basura abundante complementaba las tandas de reciclaje.

Avatar finalizó su turno en la compactadora y se dirigió al timón para hablar con la capitana. El mar se cruzaba áspero, las sacudidas le corrían el equilibrio y avanzaba con pasos zigzagueantes, agarrado a la guía en la pared. Algunas nubes grises encapotaban el cielo, pero se alejaron gracias al rumbo del barco. Cuando alcanzó la cabina, le preguntó cuál era la trayectoria que seguían y, tras que la dibujara en el mapa, la memorizó y se retiró.

En la bodega, Menshir cargaba la batería de la boya, en su rostro una expresión de preocupación. Al llegar Avatar, le informó que la duración de esta sería de veinticuatro horas, no mucho más, bastante menos de lo que necesitaba para llegar a destino. Eso estaba por verse, le respondió, y le indicó que sería suficiente. Cuando le preguntó cómo sabía, le confió que tenía fe en que eso fuera así.

Cuando alcanzó su capacidad máxima, desconectaron la boya y la subieron a cubierta. Los miembros de la tripulación que los vieron se acercaron, intrigados por su funcionamiento. Las paletas se controlaban desde dentro, donde estaba el sistema de flotación y un espacio donde se introduciría Avatar. Guiado por su brújula, él devolvería las comunicaciones a la hermandad aunque le costase la vida.

El asombro y el temor se esparcieron entre las personas presentes, y pronto se diseminó por el resto del barco, desde donde se acercaron hasta la boya. Una preguntó cómo podría resistir con esa máquina al océano, sus corrientes y presión. Avatar le señaló que navegaban en una barca que tampoco soportaba cuando el mar se partía como una fosa, pero habían zarpado de cualquier manera. Lo valioso ameritaba el riesgo.

Otra quiso saber hacia dónde iría que podía regresar el diálogo y los encargos. Al abismo, dijo, existía una entrada para lograrlo, pero se quedaría allí. Desconocía su ubicación exacta pero la hallaría, eso sí se lo prometía a sus testigos. Hubo sollozos, pero también gestos de admiración. Una persona se acercó y lo abrazó, pronto otras fueron sumándose como podían hasta formar un gran bulto mecido por las aguas.

Se separaron y regresaron a sus tareas, Avatar se ocupó en una última revisión a la boya. Cuando la aguja de la brújula cambió su sentido, unas horas después, la oportunidad para el viaje más corto se presentó. Tuah buscó a Kerwin para avisarle que bajara la velocidad, a lo que accedió mientras sonaba la bocina del barco. La tripulación supo qué significaba esa señal y se reunieron alrededor de la boya pingüino con su obsequio.

Junto a Menshir, habían hecho una capa impermeable en el mientras tanto, con un plástico grueso cubierto de capas más finas y enceradas. No lo protegería contra la fuerza plena del mar, le dijo Nydia, pero al menos reduciría su exposición al agua cuando saliera de la boya. Una persona le dio un tejido, con cuentas de plástico dispuestas en la forma de una barracuda, para que estuviera junto a él y llegaran a buen puerto.

Avatar decidió cortarse una de sus trenzas de cable para dárselas en reciprocidad. Conectada a una corriente eléctrica, les dijo, serviría como detector de frecuencias peligrosas. La capitana lo tomó y la guardó en un bolsillo, él deslizó la capa en el interior de la boya y colocó el pequeño pez allí. Preguntó dónde había un gancho para bajar la boya al agua y se ofrecieron a empujarla hasta este.

Al llegar, Avatar se dirigió a la gente con una mirada plácida y un dejo de sonrisa en sus fibras faciales. Habían hecho tanto por la restauración, les dijo, que su nombre quedaría escrito en el registro de la historia. Si tenía éxito, les escribiría para que festejaran la buena nueva del encuentro. Si no lo tenía tras unos días, les pidió que recordaran sus obras y celebraran que se había unido al gran mar.

A medida que pasaron junto a él se despidieron, los últimos sus discípulos, que se negaron a esconder su tristeza por la separación. Volverían a verse de nuevo, se prometieron los tres, y Avatar entró con las botas primero a la boya. Cuando estuvo dentro del tubo, cerró la compuerta y engancharon la boya a las correas de la grúa. La capitana la levantó hasta que quedó en posición horizontal, y así la apoyó en la superficie del agua.

Con un bichero, Tuah soltó las correas y las paletas de la boya chapotearon hasta que esta se hundió y desapareció a la distancia. Cuando le perdieron el rastro en el sonar, Kerwin dio la orden de regreso a sus puestos y la multitud se disgregó. El barco tomó velocidad y continuó con su ruta, la mente de todas las personas puesta en el éxito de Avatar y un mensaje suyo que quebrara el silencio de radio.

La primera noche fue alegre, bailaron y tocaron los tambores en agasajo a Tuah y Menshir, sus invitados. El trabajo del día había sido arduo, sin embargo, y la ansiedad por lo que sucedería surgía una y otra vez en las conversaciones. Terminaron temprano el convite y durmieron quienes pudieron, y ya para el amanecer estaban de nuevo en el trabajo. Ese día fue igual al anterior en los magros resultados y la falta de novedades.

La segunda noche fue sombría, iniciada con una oración en pedido por Avatar. Los discípulos fueron interrogados por historias suyas y de la hermandad, las personas agotadas se retiraron una a una sin que la mesa se levantara. El sol sorprendió a quienes se quedaron y las tareas del día se hicieron con desgano. El humor empeoró hasta las lágrimas cuando Menshir dijo que la batería podía haberse acabado en el frío de las profundidades.

La tercera noche no hicieron una reunión tras la mesa y las personas se dispersaron por el barco, en grupos o solitarias, para descansar o continuar sus charlas. Fue cerca de la medianoche que las alertas sonaron, las notificaciones de que Avatar estaba en línea. Muchos otros mensajes atrasados llegaron, y otros nuevos que se sumaron. Nadie durmió esa noche, y por la tarde, sus bodegas se encontraban llenas gracias a la red restaurada al fin.

Esas escenas se repitieron a lo largo del planeta, a medida que se distribuía la buena noticia y los capítulos volvían a conectarse. Un frenesí de actividad comenzó entre estos con la conjugación de las obras, que llegaron a Yad como evidencia de la diversidad humana. También Avatar le habló en su fuero íntimo, con una invitación que su madre aceptó feliz. Cantaron juntos “La celebración del nuevo día” como siempre, la rutina del viejo día renovada en el nuevo.