¿Quiénes somos?

Siempre somos un adentro. Estamos hechos de materia y energía, y sólo sabemos existir en movimiento, aunque ese movimiento sea sobre nuestro propio eje.

Antes de convertirnos en seres conscientes y sintientes viajamos como partículas en un universo que nos contiene, nos acerca o nos aleja y nos prepara para seguir un camino.

Somos estrellas que forman parte de una gran constelación, una familia.

Cuando venimos al mundo -desde que somos una pequeña célula hasta que nuestro cuerpo está formado en su totalidad- permanecemos en el cuerpo de nuestra madre, unidos por un cordón que va desde nuestro ombligo al suyo.

Ella se convierte en nuestra casa durante los nueve meses que dura el embarazo.

En ese adentro se construye la cáscara con la que luego nos paramos frente a la vida. Sin esa cobertura nos sentimos vulnerables, y con ella también, aunque no le decimos eso a nadie.

A partir de entonces, estamos en condiciones de salir al mundo, podemos nacer.

Desde mi punto de vista, el nacimiento de un nuevo ser está muy romantizado, ya que si bien es emocionante saber que alguien llega, considero que es una experiencia un tanto desgarradora: los que nacemos nos tenemos que mudar del lugar donde vivimos durante nueve meses, dejar la seguridad y la comodidad que nos brindaba el espacio que fue nuestro hogar y protección durante ese tiempo. Se produce un desprendimiento, que se pone de manifiesto aún más con la caída del cordón umbilical, de modo que la separación y ausencia de ese cuerpo/casa como lugar de pertenencia nos lleva a buscar protección y cuidado de otra manera.

Miramos nuestro ombligo y aunque no entendemos bien de qué se trata, notamos que algo cambió, ya no está.

Comenzamos a habitar nuestro cuerpo y a conectar con nuestras emociones y pensamientos, aprendemos a expresarnos, nos movemos de un lado a otro y queremos explorar todo a través de los sentidos. El desafío es experimentar nuestra existencia y de a poco conocer aquello que llamamos mundo, que pone en juego nuestra(s) sensibilidad(es) y afectividad(es).

Ese mundo -y la experiencia de la realidad que a través de él co-construimos- es complejo y caótico, porque la materia y la energía lo son, y porque no existe una sola realidad, sino múltiples y diversas.

La cáscara que se nos había formado nos mantiene protegidos del afuera y así comienza a surgir nuestra personalidad, pero también, y a lo largo de nuestra vida, eso nos endurece, porque no nos permitimos expresamos libremente.

¿Por qué estamos aquí?

Es difícil salirnos de nosotros mismos, porque nos encanta mirarnos el ombligo.

Somos nuestra casa. Nuestro cuerpo es nuestro hábitat y estamos aquí para habitarnos. Es un entre, porque distingue entre el adentro y el afuera, entre el arriba y el abajo, entre los otros y nosotros.

Siguiendo a Le Breton, la corporalidad se convierte en un “espacio que ofrece vista y lectura, permitiendo la apreciación de los otros” (2010: 17).

Nuestra cáscara nos protege y a la vez nos permite mostrarnos de una determinada manera, pero no nos define, ni debe limitarnos. Marca una distancia respecto de los demás, que intentan descifrar quiénes somos, porque en esa interacción también pueden verse a sí mismos.

Venimos a hacer una experiencia corporal que nos permite un vínculo senso-perceptivo con otras personas y otros seres habitantes de este planeta, a quienes necesitamos, porque tal como plantea Najmanovich, “somos seres autónomos pero ligados indisociablemente a la red activa y afectiva que engloba a todo el universo” (2009: 21).

Eso también quiere decir que así como habitamos el cuerpo de nuestra madre, otro(s) ser(es) puede(n) habitar nuestro cuerpo, ya que también somos hogar y refugio y podemos crear vida.

El afuera puede ser una extensión, una amplificación de lo que sucede adentro. Nos revela cosas que a veces están por debajo de la superficie, esperando por nosotros en las profundidades de nuestro ser, a las cuales elegimos no mirar y evitamos permanentemente, creyendo que si nos centramos en otras cosas que están por fuera todo va a pasar, aunque no sabemos muy bien para qué lo hacemos.

La cáscara tapa nuestro miedo a conocernos, porque para que eso suceda necesitamos hacer una pausa en el espacio y el tiempo, y estamos acostumbrados a andar corriendo una carrera en la vida.

¿Hacia dónde vamos?

Somos un caos que a veces puede ser armonioso, al igual que sucede cuando la casa está desordenada, hasta que logra organizarse y acomodarse, para luego volver a desorganizarse.

Estamos en casa y todo sucede aquí. Además de quedarnos adentro, ahora nos toca ir todavía más adentro, y estar lejos de los demás se convierte en una oportunidad para poner orden y abrirnos a un encuentro con nosotros mismos, para explorarnos y descubrir cosas que no sabíamos, porque sólo así podemos estar sanamente con otras personas.

Es como mirarnos más allá de nuestro ombligo.

Habitarnos significa pausa, levedad, bienestar, estar a salvo de todo lo exterior, o también incomodidad, ansiedad y angustia.

Nuestra casa tiene puertas y ventanas abiertas al entorno, paredes permeables y conectadas al todo.

La cáscara se está rompiendo. El caos irrumpe en nuestro cuerpo.

Siempre somos un adentro. Estamos hechos de materia y energía, y sólo sabemos existir en movimiento.

Vamos a dejar de construir cáscaras. Vamos a desnudarnos en cuerpo, mente y corazón.

Necesitamos unir nuestros cuerpos/casas y sus ventanas-puertas/emociones/sentimientos.

Del caos nacen las estrellas, y podemos crear nuevas realidades.

Es importante que nuestra constelación sostenga nuestras vidas por nuevos valores y haga viable el movimiento de unos hacia otros, de modo que en conjunto nos guíe en el viaje de ida y de vuelta hacia quienes somos.

Nuestra capacidad para con-movernos nos permite salirnos de nuestro eje.

Crucemos el universo entre todos, hagamos que nuestros cuerpos se muevan y se conecten las ventanas y puertas de nuestra casa con las de los demás. Tal vez de esta manera podamos encontrarnos, porque también somos con otros.

El adentro no es tan distinto del afuera. Siempre hacemos el afuera.

BIBLIOGRAFÍA: 

Le Breton, David. (2010) Cuerpo Sensible. Ediciones/Metales Pesados. Santiago de Chile, Chile.

Najmanovich, Denise. (2009) El conocimiento del cuerpo-el cuerpo del conocimiento. Artículo publicado en «CUADERNOS DE CAMPO». Número 7. Buenos Aires.