«Había más caras que corazones, más candidatos que gente», decía mi mamá en situaciones de actos o charlas de figuretis pechos frío oportunistas, para los cuales el pueblo es necesario en campaña, y descartable fuera de época de contextos electorales. Peronista, la Susi bravía fuego que no se extingue, que en su niñez donde los platos eran improvisados en latas por su madre, las únicas golosinas eran caramelos de azúcar quemada en las fiestas de navidad y año nuevo, y pasaban sus días entre cuidar a sus hermanos y limpiar cocinas de gente de plata, recibió a su primera muñeca gracias a Evita. Sostenía que Evita había pasado en tren a la medianoche por su pueblo, y en el andén de la Estación de Justino Solari le regaló su primera muñeca. Le preguntaba si la había visto a Eva, y respondía: «-no, pero ella algunas veces a la semana pasaba a la medianoche en ese tren». La de cantidad de habitantes de aquella patria de la infancia que habrán tenido recuerdos similares con su primera muñeca, bicicleta, pelota de fútbol, entregada en el tren sanitario Eva Perón.
Ayer pensaba en ella -bah!, todos los días la recuerdo- pero ayer me resonaban esas palabras suyas, ante la caterva de pechos fríos, de índices señaladores de moral y buenas costumbres, punitivistas del dolor del pueblo. Y la veía a mamá sentada en la cocina, frente al tele, repitiendo «Había más caras que corazones». Sí, Susi, seguís teniendo razón, con esa sabiduría con la que enfrentaste a la vida y a la muerte, me encontré expresando en voz alta mientras movía la cabeza asintiendo. Y la imaginé diciéndole al Diego, en el comando celestial peroncho: -te hago un asadito, Dieguito, los asados de la Susi son los mejores. ¿Viste el haka que te hicieron los del equipo de rugby?»
Me quedo con los rostros, gestos y palabras que tienen corazón, y no lo escatiman. Me lo enseñó la Susi.