Tenía seis o siete, era un sábado de noviembre.

La Iglesia de calle holdich abría sus puertas, sacaba los equipos de sonido a la vereda, montaba un escenario y cantaban al aire.

Mi abuela me llevaba de la mano, yo, esperaba ansioso los caramelos que habían en su cartera.

 El pastor, hacia la presentación formal del evento y le gritaba al diablo, que habitaba en el barrio, que se fuera, que por esa noche, no tenía autoridad sobre la vida de los vecinos. 

Comenzaban las canciónes, las letras hablaban de carros y faraones, de un hombre de Galilea que iba pasando pero yo nunca veía, seguramente , era el que levantaba la ofrenda.

Recuerdo esa noche como ningúna otra, las campañas evangelistas en mi barrio eran algo habitual, hermanos con saco y corbata en pleno noviembre, camisas transpiradas y señoras con polleras. 

El predicador invitado traía una palabra de parte Dios, algo que la Iglesia estaba necesitando, por lo menos así decían los carteles.

En medio del escenario y con el silencio respetuoso de la congregación, alzó la voz y pregunto, ¿quien dicen ustedes que es el enemigo?

¡Satanás! Afirmaron los más ancianos, ¡el diablo! dijeron otros.

Y ante la atenta mirada del barrio, el predicador dio un grito, 

¡El enemigo es usted!

El silencio corrió por las calles del barrio, esa noche, todos habíamos sido descubiertos…

Nicolás Gonzalo Toloza