Un cuarto frío
Por la noche no hay necesidad de conectar los cables debido a las bajísimas temperaturas. Los cubro con hojas ya secas y oscuras. Doy una mirada a las casas, a las ventanas del departamento, ni una luz encendida. Después me quedo viendo las calles, nadie está tan loco como para salir con este clima así que nadie me ve.
Vuelvo a tu lado
En el cuarto me recibe el aire congelado que colecciono para vos. Para que te mejores, el calor siempre te hizo daño, pronto vas a volver a caminar. Me abrigo aún más, como siempre me aseguro que no tengamos filtraciones en las paredes. Escucho pelear a los vecinos. Con mis orejas entumecidas recibo sus canciones dulces de ira. Nosotros no somos así. Voy a verte, te doy un beso en la frente y seguís ardiendo. Dejo la ventana abierta y me cubro entero de mantas en el colchón. Te miro hasta quedarme dormido, quizás mañana podamos bailar.
Lo ví esta mañana por las calles. Caminaba como el idiota que es, tu ex marido, daba vueltas y hablaba con cualquiera que le preste el oído, mostrando unos papeles. Recordé la época en que me rechazabas, cuando lo preferías a él a pesar de que te lastimara, que te engañara, que ignorara tu enfermedad que ahora intento tratar. Lo bueno es que recapacitaste. Aún así me enoja recordar estas cosas. Lo pienso y quiero pulverizar tu cabeza como un trozo de hielo. Dejo la ventilación encendida y cierro las cortinas para que no entre luz ni calor. Me marcho furioso para no cometer un error.
Los vecinos no peleaban siempre, pero sus conversaciones más tranquilas eran campos minados. Una vez fue que uno depende mucho del otro por dinero. Otra vez que no importaba si no conseguía algo mejor, el alquiler se pagaría mitad y mitad. Que no puede ser tan cara la boleta de luz. Cosas así. Los peores momentos llevaban a gritos y romper cosas. Me avergonzaba por ellos, nosotros nunca fuimos así, aún considerando el tiempo que te tomó darte cuenta que me necesitabas. Al menos yo hubiera tenido motivos. De todas formas no tardaban en reconciliarse. Aquí se escucha todo pero no claramente, como si sus voces estuvieran enlatadas y cubiertas de colchas. Aún así escucho a través de las mentiras que se dicen para arreglarse. Mí mente pone siempre las palabras reales encima de las falsas. Gracias a eso fui paciente con vos. Me rechazabas pero sabía que no eras feliz con él, igual que estos dos de al lado.
La vecina vuelve del trabajo y yo lo hago sin pensar. Me entretengo mucho viendo a la gente siempre. Mala costumbre. La rubia que parece perdida buscando a alguien, se cruzan nuestras miradas y noto como me ve, la sorpresa y el asco. El grupo que sale del colegio y tengo que apurar el paso porque me concentro demasiado en los pliegues de sus polleras, y ellas corren. Todos nos miramos. Nadie puede culparme de nada si todos lo hacen. Además, todos viven como si fueran objetos para ser vistos. Yo, al menos, elijo ser el que observa. Los vecinos dicen algo así entre peleas a veces. No totalmente pero si en retazos. Él, que no quiere tratarla así, controlarla tanto, pero que no puede evitarlo si el amor es así, se apoya en el miedo a perderse. Ella, que no se iría ni aunque pudiera, que lo quiere porque la seguridad que le da su dinero alivia el miedo de no saber qué hacer, dónde ir. Y así, como ellos, somos todos, cosas para otros. Allá va la vecina, la veo llorar al teléfono. Sigo furioso con vos, la herida que causó que no me eligieras tiempo atrás sigue doliendo y te quiero hacer pagar. Ella tiene un paso lento y va distraída. Mis pies y los suyos mantienen el mismo ritmo. Mantengo distancia y observo bien. Podría acercarme y hacerle entender que no necesita a su marido. Repetir con ella la historia que tuve con vos, pero esta vez mejor. Se detiene en las escaleras y llora. No hay nadie. Realmente podría. La veo subir y la imagino llegar a su cuarto y repetir su historia con su marido otra vez. No tuve necesidad de hacer nada con ella. La satisfacción de saber que podría es suficiente.
Tenías un talento intimidante. Tus canciones trataban siempre del amor entre gente incomprendida. Cuando te escuché por primera vez supe que me entenderías, que me amarías como en tus canciones. Iba a todos tus conciertos, a todas las fiestas donde estuvieras, te enviaba regalos. No podía acercarme. El miedo me dominaba así que solo podía contar con que me vieras y supieras que yo era el indicado para vos. Me heriste mucho cuando lo elegiste a él por sobre mí. Fue entonces que decidí hacerte saber de tu error. Te mandé mensajes por cada medio que supiera que llegaría a tus manos. Eran tus propias letras y mi inicial. Elegiste a alguien como él, que no ha podido sufrir más que una uña rota en su vida, te enamoraste de alguien para quien tus canciones no estaban dedicadas. Fuiste una hipócrita. Te odié. Todo ese tiempo te odié. Luego enfermaste. El calor del sol comenzó a quitarte la vida de a poco, mientras él, que se volvía furioso de celos hacia mí, ignoraba tu condición. Entraste en razón después de esto. Acudí en tu ayuda, ya que a pesar de lo mucho que me fallaste, soy el único que necesitas. Ahora cubro las grietas, escondo los cables, mantengo el frío en el cuarto para que cuando mejores podamos bajar juntos las escaleras.
Él está aquí. Me di cuenta que se trataba de su voz demasiado tarde, ya está en medio de una conversación con la vecina. Él está llorando, diciendo alguna estupidez. Te tomo con cuidado, siento tu piel, estás helada, bien. abro la puerta al balcón y siento terror. El sol está en lo alto, convierte el hielo de las canaletas en corrientes pequeñas, ni siquiera el aire me da esperanzas de mantenerte sana. Pero tenemos que huir antes de que aquél nos separe.
–Cuando me llamaron del hospital no lo podía creer –dice –. Ahora sólo quiero ponerle fin, enterrarla. Creo que fue este tipo, el de la foto.
La vecina grita, da órdenes al marido, después se escuchan pasos precipitados hacia mi puerta. Las bisagras no aguantan, tanto revisar y por un descuido de mi parte ahora pueden entrar los dos hombres. Yo ya te tengo conmigo a un paso de volar al suelo, pero tengo miedo. Él viene hacia mí y comenzamos a forcejear. Nos liberamos de su agarre y de pronto el cielo se vuelve igual al color del concreto y el viento nos abraza, nos lleva como dos novios recientes al final de las escaleras. Aquí abajo, ahora es mi turno de sentir el frío mientras algo en vos cambia. O mejor no, no cambia. Siempre tuviste este olor.
Resistencia, Chaco. Estudiante de Filosofía. Escribo porque no hay de otra.