Se deja alabar, disfruta de las loas y ofrendas que los pueblos le dedican, temerosos de su poder y anhelantes de su gracia.

Ha dejado llegar a los hombres a lugares remotos, solo por curiosidad, para saber qué eran capaces de alcanzar. Algunas veces se ha molestado, desatando tormentas épicas y se los ha tragado con sus tesoros, borrando toda huella de su presencia.

Mar hombre, poderoso, impredecible. Ruge y se agita incansable. Socava y golpea, sacude y devora.

Enérgico, persigue en una danza eterna a la luna, intenta alcanzarla. La diosa esquiva se asoma, se oculta entre velos, a veces se muestra plena. Como un Zeus vigoroso, mientras baila con la inalcanzable, seduce a las playas con caricias de espuma.

Bajo la superficie, la mar. Mar mujer, mar madre. Prolífica, generosa, fuente de vida para incontables criaturas de las más diversas formas, de increíbles colores. Seres que llevan su candil donde el sol no puede llegar. Madre del ser vivo más grande de la tierra, que le canta loas ancestrales con devoción porque ella la arroba… La mar afligida, padeciendo por los seres con quienes jugara su oxímoron.

Dios hermafrodita, ambivalente, temible titán y, a la vez, madre que acuna. Amorosa conjunción: mientras ella cuida y cría, él brama con fuerza para proteger a su prole bendita.