Estamos fascinados con la tecnología. Las comunicaciones son el futuro inimaginado por los visionarios que a mediados del otro siglo predecían cohetes, robots y ciudades enjambradas por vehículos voladores. Nada de eso pasó, demostrando nuevamente que el porvenir hace lo que se le da la gana. Llegados que somos al ahora, poblamos una actualidad con más celulares que personas. Convivimos con un variopinto zoológico de dispositivos que utilizamos para aislarnos intercambiando información frenéticamente. O a la inversa: un variopinto zoológico de dispositivos convive con nosotros utilizándonos para aislarnos frenéticamente intercambiando información.
-Soy loco por la tecnología-, le espeté a modo de saludo al primer vendedor que enganché libre en el atiborrado local de electrodomésticos. –Ya tienen el nuevo Fantasy SVRSD 3.0 que aparece en las redes?- pregunté ansioso como nene en juguetería.
-Veo que estás actualizado, bolú-, me dijo obsequiosamente el seller. -Te referís al increíble Súper Virtual Reality Server Device de SamSSony, verdad? Lo último en realidad virtual, viejita- confirmó cómplice, en un acuerdo entre expertos que se reconocen miembros de una logia.
En segundos materializaba ante mí una voluminosa caja. Comprendí que no era un holograma cuando la abrió y, luego de manipular manuales, inútiles instaladores e ingentes trozos de espuma plástica, extrajo una especie de control remoto y un aparatito no más grande que un botón grande, en forma de sopapa.
– El casco y los visores son cosas del pasado. Ahora basta con esto que te lo adherís aquí, ves-, me dijo, mientras aplicaba sin mi permiso esa cosa fría y extrañamente perturbadora en un punto de mi cuello. Sin aviso previo manipuló el control.
Mi entorno cambió súbitamente.
-Qué te parece?- me preguntó el vendedor, parado entre Tinelli y una voluptuosa vedette semidesnuda. -Funciona eh?-
-Sacame de acá inmediatamente-, alcancé a masticar con una irritación apenas atemperada.
-No te gustó? qué raro, es el demo que viene con el equipo-, se extrañó el vendedor, mientras se volvía a corporizar el salón de ventas a mi alrededor. -Debés ser del tipo intelectual-, afirmó para sí como quien revisa un catálogo.
Antes que volviera a operar, le quité el pequeño sintonizador de las manos. Apreté la opción 4. Para mi sorpresa, lo manejé con total naturalidad, con un conocimiento que yo no sabía que tenía por defecto. Violento cambio de entorno.
-Ahá. Playa del Caribe. Muy elegida también -, corroboró el vendedor en un paneo 360, con las patas metidas en la arena blanca. -Ésa es tu mujer?-, medio afirmó con un tonito que no me gustó nada. Tardé en preguntarme qué hacía ese tipo parado al lado de mi reposera. Le seguí la vista y descubrí efectivamente a mi mujer, en la reposera de al lado, divina, con un daiquiri y un inmenso sombrero de paja.
Corté su mirada babosa apretando reset.
Reaparecimos en el negocio, mostrador de por medio.
Increíblemente, en sus ojos permanecía aun la calificación equivalente a “está buena” referida a mi chica. El empleado me informó que no recordaba que en el catálogo figurara la modelo que estaba conmigo en la playa.
-No es una modelo de catálogo. Es mi mujer-, le escupí tajante, acentuando el “es” existencial y el “mi” posesivo, entre ofendido y orgulloso.
Hubo un silencio. Inclinó un poco el cuerpo hacia adelante, me miró torvo, pegando los ojos a las cejas, lo que le daba a su mirada un carácter entre incrédulo y sobrador. Lentamente deshiló, en el tono de quien le explica a un nene:
-Te la creíste, bolú: esa es TU mujer en la realidad virtual que te sintonizaste…-
-ES mi mujer! Vivo con ella desde hace cuatro maravillosos años. Yo la amo. Y ella me ama! y es tan real como ésto- estallé, mientras ponía mi mano a un palmo de su cara en forma de puño con el dedo medio hacia arriba.
Me di cuenta que estaba gritando cuando todo el salón me devolvió su silencio y sus miradas. Pensando tiernamente que la había elegido a ella hasta en mi fantasía, enuncié en un rezo fraseado:
-Ninguna realidad virtual puede emular los sentimientos-
-Sentimientos? Dejame ver. Sí se puede-, explicó triunfante el vendedor, más profesional que contestatario, -si tenés un modelo posterior al 2.6. te podés bajar la aplicación “loving feelings” y-.
-Minga!-, lo intirrumpí ya descontrolado.- Ni sabía que existía el modelo 2.6. Es la primera vez en mi vida que uso un aparato de éstos. – reiteré mostrándole esta vez a su entrecejo mi dedo índice, símbolo universal de la unidad y de la admonición. -La primera vez que entro a una realidad virtual! La primera y única vez- ratifiqué. Algo muy en el fondo mío empezó a no estar tan seguro.
-Seguro?- adivinó melifluo el maldito.
Me di cuenta que se venía de contragolpe y yo con todas mis líneas adelantadas. Bajé dos cambios. Hice una pausa y cargué munición pesada. Le disparé la frase que derrite a cualquier vendedor:
-Está bien, lo llevo-.
No lo esperaba. La expresión de canchero le mutó al modo “atento con sonrisa”. Hasta relajó la postura mientras iniciaba la retahíla correspondiente a esa etapa de la venta:
-Cómo lo querés pagar? Tenemos hasta doce cuotas y podés extender la garan…-
-Estás confundido-, lo corté, un tono más grave y copiándole la mirada hipnótica pegada a las cejas de hacía un momento. -Estás confundido. Estás viviendo la fantasía de regalarle estos equipos a los que vienen a preguntar. Esto es realidad virtual, man. Fijate lo que tenés en el cuello-.
Por un momento lo logré. Me escabullí el sintonizador en el bolsillo y encaré para la puerta, mientras se escuchaba el sopapo que, autopropinado, el tipo se daba en el cogote en busca de la presunta sopapa.
El urso de seguridad me alcanzó en dos pasos. Con una tenaza me apretó impiadosamente el cuello, me dio vuelta como una marioneta, con la otra mano me sacó el aparatito y con las dos me echó a la calle.
Ahora camino cabizbajo, ridículo, triste.
Si la realidad virtual es capaz de hacerme sentir este bruto dolor en las cervicales, entonces, mis estimados, estamos fritos.
NOTA DEL AUTOR: este cuento fue escrito en 2015. Advierto hoy, 2020, que ya está desactualizado: los salones de venta, como en el que trascurre el relato, ya casi son cosas del pasado, reemplazados impiadosamente por las ventas on-line…