Iba tranquilamente

Cuando de pronto, frente a mí

Surgieron dos caminos:

Uno a la derecha,

Y el otro a la izquierda,

Según todas las reglas de la simetría

-Marín Sorescu.

Reseñar teatro puede ser una tarea un tanto complicada de abordar, más aun no siendo un especialista. Que exista un encargo a cuestas me condiciona un poco el ojo de espectador. Al mismo tiempo entra en juego la tarea de intentar transmitir una experiencia sin adelantar mucho y no condicionar a quienes vayan a leer estas líneas y luego decidan ir efectivamente a la sala. En tercer lugar, y no por ello menos importante, está el deseo de hacerle justicia.

Ahora bien, imagínense una puesta que no se encuadra en lo clásico. Una puesta que parte de una serie de textos de un poeta rumano del siglo XX, llamado Marín Sorescu, cuya obra traducida al español es escasa y difícil de encontrar. Una puesta que apunta a llevar a escena ese componente casi inasible que tiene la poesía.

Es en este punto que todas las reglas de la simetría se rompen para con la producción tanto como para con el espectador, porque no se trata de un recital de poesía, claro, pero tampoco estrictamente de una  obra de teatro. No puede ser leída sólo como una de las dos cosas, tampoco como ambas al mismo tiempo.

Si pueden imaginar el dilema de dar cuenta de una experiencia de este tipo, ahora pueden empezar a intentar concebir el otro lado, o sea, la enorme dificultad que plantea pensar esta asimetría desde el adentro, desde la producción.

¿Cómo adaptar la palabra escrita, haciendo dialogar distintos textos, implementando distintos lenguajes sin que ninguno termine por digerir al resto? ¿Cómo hacer esto sin caer en una referencialidad poco profunda, quizá obvia, carente de metáforas (que sí tiene el material de origen) y que pone en riesgo la multiplicidad de lecturas que por lo general ofrece la poesía a quien interpela?

De izquierda a derecha: Araceli Márquez, Sofía Fernández, Virginia Falcón y Camila Bresciano por Clara Starkloff

La compañía Heterónimas demuestra no sólo haber tenido en cuenta estos desafíos, sino haberlos atravesado con éxito, y posiblemente esto se deba en buena parte no sólo a los talentos individuales sino a la dinámica que tomó el desarrollo de esta empresa.

Si bien Mariana de Cristófaro acudió con los textos originales y como coordinadora de escena (en un principio compartiendo este rol junto con Sol Di Lernia), el elenco de performers integrado por Camila Bresciano, Virginia Falcón, Sofía Fernández, Araceli Márquez y Micaela Forestier (quien luego tuviera que ausentarse, siendo reemplazada en las tablas por la misma Sol), tomó parte activa en todo el proceso de construcción. Cada una de ellas hizo una revisión del corpus y fue seleccionando aquellos elementos en los que más se hallaban. Luego vino la tarea de lograr hilarlos entre sí, poder armarlos como cuadros individuales sin que por eso chocaran o se pisaran unos con otros.

Demás está decir que el resultado salta a la vista: un despliegue con una fluidez y una unidad de sentido muy lograda, donde las transiciones no se sienten tales sino que se integran perfectamente, los artificios funcionan a la perfección cuando tienen que hacerlo, y aun así, aparecen momentos de improvisación y de meta-teatralidad.

Todo el desarrollo se da en un vaivén de escenas que remiten por momentos a lo casi cinematográfico. El excelente manejo de la geografía del espacio pone al público entre más de un frente, oscilando en paneos de lado a lado, enfocando hacia sectores más elevados o al nivel del suelo, haciendo zoom en recovecos o presentando amplios planos justo frente a los asientos. El trabajo con el espacio realmente mueve los ojos de los espectadores como una cámara, bajo la voluntad de esta obra que toma vida propia.

Esto a su vez se intensifica a partir de dos factores más: por un lado, el sutil y quirúrgico trabajo de iluminación de la mano de Florencia Valo, integrado a la perfección con otras fuentes de luz en escena.

Por el otro, una musicalidad fríamente pensada que corre enteramente por cuenta de estas cinco mujeres que llamé performers. Porque decir actrices sería corto, en tanto ponen en juego sus habilidades en distintos ámbitos de lo artístico al servicio de lo que podría decirse una producción estética que se encuadra en un lugar -entre- la poesía recitada y el teatro, con elementos de expresión corporal, la danza, el canto y la música en vivo.

“Todos tus días han sido un día” resulta difícil de encasillar. Esta es la belleza del asunto en tanto la pluralidad de sentidos de lo poético se mantiene, e invita a dejar que lo presenciado decante y decante incluso tiempo después de pasada la función. Este grupo rompió las reglas de la simetría y tomó otros caminos, dándonos la posibilidad de hacer lo mismo, tanto a la hora de pararnos (o sentarnos) como espectadores, así como, espero, de ponernos en el lugar pensar futuras experiencias de producción artística.