Buñuelos

Dos de mis alumnos estaban muy conversadores durante la clase, así que les pedí que se quedaran al finalizar y les pregunté si pasaba algo que ameritara tanta charla; me dijeron que estaban emocionados por el proyecto que se les había ocurrido para el Concurso Nacional de Ciencias, y me contaron entonces que habían diseñado una máquina del tiempo que funcionaba con buñuelos como combustible. Admito que al principio fui escéptico. Con dibujitos y esquemas en el pizarrón me fueron explicando, y las objeciones que mi limitada sapiencia pudiera oponer, ellos enseguida las disipaban con soltura, y se veía que estaban disfrutando de superarme en conocimientos de física y matemáticas. Todavía no dispuesto a rendirme y admitir la genialidad de su invento, fui a buscar a dos profes de Ciencias Físicas y una de Matemáticas, los llevé a regañadientes al salón; los estudiantes nos esperaban y procedieron a explicar para todos nuevamente el funcionamiento de su idea, ahora con más dibujitos y haciendo algunos ruidos de efectos especiales. Dibujaban los buñuelos con una habilidad que demostraba la larga práctica, y se explicaban con profunda claridad. Los profesores, cada uno medio distraído por su cuenta, mirando el celular o corrigiendo escritos de reojo, fueron diciendo que sí, que la idea estaba buena, que a primera vista parecía funcionar, que si podían armar un prototipo o una maqueta (son locos por las maquetas, los profesores), lo presentaran; y también que el lunes tenían prueba y que había fotocopias para sacar en la biblioteca, para hacer los deberes, que ya se iban porque perdían el bus y tanto dibujo de buñuelos les daba hambre. Se fueron.
Mientras los alumnos borraban el pizarrón y sacaban buñuelos para comer de un tupper (ese día tenían Educación Física y se quedaban hasta la tarde) me acerqué y les pedí disculpas, les ofrecí ayuda, les expresé admiración, les pedí un buñuelo, uno para probar. Declinaron mi ayuda, ignoraron mi admiración, aceptaron mis disculpas y me tiraron un buñuelo cuando se iban.
Durante los días y semanas siguientes intenté hablar con ellos, conocer la situación de su proyecto, saber de sus avances, pero me eludieron sistemáticamente y se negaron a dar información. Con igual falta de resultados consulté a los profesores que había presenciado la exposición del milagro, ya que ninguno de ellos había dado demasiada relevancia al asunto y tenían mejores cosas en qué pensar: se rumoreaba que el inspector de su asignatura pensaba visitar el Liceo por esos días y podía llegar en cualquier momento, no le iban a estar hablando de buñuelos al señor inspector. El tiempo pasó, aunque ahora ya supiéramos que era posible burlarlo con buñuelos, y la fecha del Concurso Nacional de Ciencias ya casi había llegado; los dos mentados estudiantes faltaron mucho a clases por esos días.
El día de la exposición de los proyectos, previa a la participación oficial en el Concurso, llegaron muy puntuales, pasearon entre la gente arrastrando un carrito que cargaba la máquina del tiempo, y se fueron; nadie entendió muy bien todo aquello, hasta que veinte minutos después aparecieron nuevamente, diciendo que disculpáramos por su impuntualidad, y que a continuación viajarían al pasado unos veinte minutos, pasearían por entre nosotros para que apreciáramos la máquina, y volverían al presente; se subieron con un saltito al carrito, presionaron un botón, un fuerte olor a buñuelos invadió la sala y repentinamente no estaban allí; todos recordamos, en ese momento, que veinte minutos antes habían hecho aquello que ahora habían ido a hacer. La demostración era escalofriante y rotunda. Volvieron a aparecer tras unos segundos, y cuando ya todos los íbamos a aplaudir, una adscripta embarazada se sintió mal y se desmayó; alguien a su lado acusó al olor de los buñuelos por descompensar a la pobre mujer, y de inmediato se elevaron voces justicieras exigiendo que se retirara de allí esa máquina, y se abrieran las ventanas; “uno no debe meterse a jugar con el Tiempo, porque suceden estas cosas”, sentenció la subdirectora y la administrativa estuvo de acuerdo. La máquina fue retirada en su carrito hacia el fondo del patio, contra la reja, y enseguida se llenó la vereda de perros atraídos por el aroma, y el portero los tuvo que echar.
Al final de la exposición eligieron como ganador, para presentarse en el Concurso Nacional de Ciencias, al proyecto titulado “Inteligencia Artificial en los pasillos”; consistía en colocar cámaras con software de reconocimiento facial en todos los rincones del Liceo. La máquina del tiempo de buñuelos quedó ahí hasta fin de año, cuando unos auxiliares la sacaron a la volqueta de la esquina y se la llevó un carrito.
