Afuera llueve
y el agua barre los restos de lo que fui,
de la luz invernal, del color tenue.
Miro los charcos desde mi nueva piel
y lo que se refleja es indómito, es virgen,
es, todavía, todo y nada, lo eterno y lo etéreo,
lo efímero.
Grito de dolor, de nostalgia,
por nacer una vez más,
por ser, frente al mundo,
un amasijo insondable
que se muestra y esconde como la primavera.