-Hibakusha-

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-Breve reflexión tras una clase de literatura japonesa- (13/10/2021)

¿Cómo escribir después de la catástrofe? Pero sobre todo, ¿para qué escribir después de la catástrofe?

Cuando una clase es buena es probable quedarse sumergida en un estado cuasi-catatónico haciéndose este tipo de preguntas. En este sentido, esa misma clase funciona como la catástrofe que impide la palabra. Y sin embargo, una encuentra que debe hacer el esfuerzo hacia la expresión.

No cayó una bomba nuclear en Japón, sino dos. Y no cayeron, las tiraron. Una de uranio. Otra de plutonio.

Cuando una bomba hace su efecto se produce una devastación en forma de varios círculos concéntricos, de los cuales cada uno de ellos significa una forma distinta de destrucción. Esta destrucción no es necesariamente menor a medida que el círculo está más alejado del punto de caída. Eso es relativo. Quiero decir, que el primer círculo es la devastación total, la inexistencia de un instante a otro de todo aquello que esté a su alcance, cuyo resultado es sólo la permanencia de las sombras. Los siguientes círculos son probablemente la devastación por incendio, derrumbe y la onda expansiva de la explosión; una destrucción cuya secuencia podríamos pensar que dura minutos, quizás horas o algunos días. Los últimos círculos corresponden al alcance de la radiactividad, una acción corrosiva más lenta, un cáncer que crece en una persona durante años.

Sin ninguna intención de crear una atmósfera apocalíptica, me pregunto, ¿no es todo desastre radioactivo? e incluso, ¿no es toda acción, también la positiva, radiactiva o consecuencia de otra que lo es?

La literatura de las bombas atómicas, las obras que nacen de la catástrofe, son también una especie de consecuencia de la radiación. Quizás toda obra literaria es consecuencia de algún tipo de radiación, sobre todo siendo la radiación invisible, y sólo visible en sus efectos.

Intento  pensar un concepto parecido al efecto mariposa pero gradualmente menos caótico. Algo tan rebuscado para simplemente decir que toda acción tiene sus consecuencias, aunque no es sólo eso.

Quizás me anime a decir que el efecto de una bomba atómica en su sentido simbólico se parece a cuando vivimos algo extremadamente fuerte y no podemos percibirlo en su totalidad. Y a medida que pasa el tiempo lo vamos comprendiendo. Como cuando vemos un cuadro demasiado cerca y luego nos paramos a unos metros de distancia.

Pienso en los efectos de todo régimen totalitario. En la dictadura argentina y sus efectos en el presente, cómo hay personas que siguen siendo buscadas, personas que siguen siendo juzgadas. Eso es un efecto de la radiación de una bomba atómica. También pienso que hay pequeñas bombas que suceden todo el tiempo.

En Japón, las personas que se vieron afectadas por la radiación de las bombas pero no murieron en la explosión se denominaron hibakusha. Si me pregunto cómo escribir después de la catástrofe, si pienso en los cuerpos afectados por la radiación, en las personas hibakusha, no puedo hacer más que volver a leer a Gelman:

“ ¿Cómo hacer olvidar a la lengua su ayer manchado de espanto? ¿Cómo cicatriza la lengua olvidando su ayer? (…) La palabra justa pertenece al reino de la muerte. Y la condición de los poetas es frágil, no encuentran abrigo en su obra, cada momento de esa obra cuestiona los demás y entonces nada sostiene a quien no tiene otro sostén que el acto de escribir. Y, sin embargo, la poesía continúa. La poesía está cargada de más vida. Un poema sin ojos no puede cruzar la calle ”