Sí, estuve enamorada un par de veces. Me di cuenta hoy, al no corresponder una mirada. Una mirada vulnerable, movediza, dudosa de encontrar complicidad donde se posaba o — en tal caso — de poder generarla de alguna forma. Me acordé de Žižek y del abismo que puede ocultar un par de ojos o que — mejor dicho — deja entrever cada tanto. Y un abismo llevó a otros, que aceptaba y evadía al mismo tiempo entornando los párpados para darle un beso en la boca al tupper que lo contenía. El otro día abrí una lectura pendiente que retomando a Bataille hablaba del deseo como aquello que daba sentido a la angustia y de la reafirmación de la falta también ahí implicada y asocié todo casi automáticamente. Me dispersé un poco, salté oraciones y párrafos completos hasta que me choqué con la palabra «derrota». Estaba escrita para definir al goce desde la imposibilidad de apropiarse del todo de un otro que nos marca nuestra falta. Desde el no poder rellenar, remendar, remediar nuestro vacío. «Derrota» podría servir también para explicar ese aceptar el abismo ajeno y querer evadirlo al mismo tiempo. Porque no habla de cómo ese abismo nos sobrepasa en un sentido en el que podríamos resignarnos ante él sino del dolor que inflige saberlo ineludible. Sucumbo a la otredad que se me presenta franca y desnuda, trato de vestirla con un gesto amoroso, el que me surja en el momento, el que por ahí piense que pueda ser más útil para evitar la angustia. Trato de responder a una pregunta que todavía no se me ha hecho. Trato en vano, sabiendo que no es suficiente, que yo misma soy insuficiente en este momento y en los momentos venideros. Y me viene a la mente un práctico de gramática donde un compañero quiso analizar la palabra «amor» sirviéndose de una variación de la raíz de «muerte» (mors) en latín. Le había quedado, dado que la a implica negación, que el amor era una forma de protección (del ser amado) contra la muerte. Me pareció lindo, un poquito fantasioso. A lo sumo será un instinto o un impulso. De la muerte no se salva nadie.