Escribí este texto el año pasado y lo publico acá recién ahora, un año más tarde. 

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John Lennon lleva cinco años recluido en su departamento en la ciudad de Nueva York cuando oye Coming Up! de Paul McCartney saliendo de la radio y se siente inspirado por primera vez en mucho tiempo. Un poco después de haber escuchado a su amigo en la radio, John zarpa desde Rhode Island hasta las Islas Bermudas. El velero le recuerda sus raíces en Liverpool, que están sumergidas en el agua: su papá había sido marinero, su abuelo también, y el mismo John, antes de decidirse por ser un Beatle, había considerado volverse un hombre de mar.

El viaje, que realiza desde mayo a junio de 1980, resulta transformador: en medio del viaje cae una fuerte tormenta y todos los demás miembros de la tripulación que viajan con él, han caido enfermos. John queda a cargo del barco.  Se sujeta al timón con todo lo que tiene. «El agua me llegaba hasta las rodillas,” le relataría después a la revista Playboy, cuando Double Fantasy  ya está terminado, “seis horas estuve a cargo de ese bote. Las olas me golpeaban en la cara, una y otra vez, y no se detenían». La violencia del mar le recuerda a su época pasada como Beatle: las giras, los conciertos y los gritos de las fans no son tan distintos a las olas que, como látigos, le escupen en la cara y lo sacan de su estupor. Estar a cargo de un barco, se da cuenta entonces, no es muy diferente a estar encima de un escenario: “una vez arriba uno no se puede bajar.”

John no baja. Sigue adelante. Se sostiene del timón y grita por encima de la tormenta, y cuando arriba sano y salvo a su destino, es un hombre nuevo. Aquella experiencia lo libera, de alguna manera, de los fantasmas del pasado. John no ha trabajado en cinco años, pero ni bien llega a su hotel telefonea a Yoko. Tengo noticias, le dice. Vamos a hacer un nuevo álbum. 

Es junio de 1980. A John le quedan seis meses de vida.  

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Nació un 9 de octubre de 1940 y murió un 8 de diciembre de 1980. Nace durante un bombardeo y lo matan en un tiroteo. La vida que transcurre en el medio está lejos de ser idílica. Su padre está trabajando en el mar cuando John nace, y para cuando regresa – años más tarde – la madre ya estaba embarazada de otro hombre. Los padres de John no pueden formar nunca una familia unida y feliz.: se patean a John de un lado para el otro hasta que, cansados, le preguntan a John con quién prefiere vivir. John dice que con papá, pero cuando su mamá empieza a llorar la elige a ella. 

Al final, no se queda con ninguno. Los padres lo mandan a vivir con una tía lejana y estricta llamada Mimi, con quien John tendrá contacto por el resto de su vida, pero no supera nunca el abandono de sus padres. El tener que haber elegido entre ambos hace todo infinitamente peor. Se vuelve un nene furioso, resentido, malhumorado. Bulle en él una violencia que no sabe cómo canalizar, producto de la incapacidad de sus padres de actuar como tal: “yo sabía que los padres no eran ninguna clase de dioses,” explica después, “eso me diferenciaba de mis amigos, que todavía no lo habían descubierto.” Pero saber que los padres son imperfectos no lo alivia: le arruina la vida.

Para cuando John cumple treinta años es un pacifista que se mete en la cama de hoteles y pide que nos dejemos crecer el pelo y la barba en nombre de la paz, pero cuando es joven y está creciendo en casa de Mimi, no es la paz lo que busca. Es violento, con hombres y mujeres. Hace dibujos morbosos, horribles, crueles. Se burla de los discapacitados, de los niños, de los ancianos. Cuando crece se arrepiente de todo: de los dibujos, de los golpes, de las burlas, de su violencia. Insiste: “yo creo en el amor y la paz.” Nos pide que hagamos el amor, y no la guerra. Canta luego: “todo lo que necesitas / es amor.”

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Crece en Woolton, cerca de Liverpool, en casa de sus tíos. Aprende a leer desde los diarios que dejan tirados en las mesas de la casa y descubre que le gustan los juegos de palabras cuando se detiene a leer los carteles que están al costado de la ruta. En la escuela es un pésimo estudiante: le va mal en todas las clases aunque, como todo artista, las clases de literatura son sus favoritas. Lo que rescata de la escuela es el séquito de amigos que hace, y a quienes entretiene dibujándole comics llenos de chistes morbosos y dibujos crueles. Los profesores no saben cómo detenerlo, y los padres lo quieren lejos de sus hijos: “ni siquiera el papá de Paul me quería,” afirma Lennon después, un poco orgulloso.

Si le duele que la gente lo tilde de loco, de rebelde, no lo demuestra. Fiel a su estilo, John pretende que no le importa. Paul lo describe a la perfección cuando en Hey Jude canta sobre él: “Es un tonto / que hace como si nada / mientras convierte su mundo en algo frío.”

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John tiene diecisiete años cuando un policía borracho atropella a su madre enfrente de su casa. El contacto austero que tenía con su mamá era especial para John.  Su muerte representa la última de las muchas patadas que la vida le ha pegado en la cara, pero es la que más le duele. John dice después: “todo lo que hago es para alcanzar a mi mamá, pero nunca logro atraparla…” La muerte de su madre es inmediata e irremediable, y aunque John no se espera nada bueno de la vida, no puede creer su mala suerte. “Empezó a pensar que estaba maldito,” explica McCartney después, “porque toda la gente que quería se moría.”

La muerte de su madre le otorga una herida infinita, una que John no la supera del todo hasta que está encima de ese velero, debajo de esa tormenta, gritando a los cuatro vientos, ya rozando los cuarenta. Su mamá, aunque algo difusa, representaba para John la posibilidad de tener una familia feliz, de ser querido y aceptado en algún lado. Cuando Julia vuela por los aires, John se queda sin nada. En Mother! John canta: “Mamá / vos me tuviste / pero yo nunca te tuve. / Yo te quise, / pero vos nunca me quisiste….”

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Después de perder a su madre se le ocurre una nueva ambición: ser una estrella de rock, un Elvis Presley británico. Desde los quince ha tenido una bandita con sus compañeros de la escuela, que se llama The Quarrymen, pero a lo largo de los años se transformará en Los Beatles.

En 1957 conoce a Paul McCartney. Delgado, bien vestido, un poco pálido, con cara de nene bueno, Paul no es igual a él. John lo resiente y lo admira en partes iguales. Paul sabe tocar la guitarra y conoce más acordes de lo que John ha escuchado nombrar. Y no solo es lindo; su manera afable de actuar se gana la aprobación de todos los padres. John no es ningún tarado. Sabe que tenerlo a Paul en su banda es un paso en la dirección correcta, pero John de todos modos se resiste. Sumar a Paul a The Quarrymen representa un riesgo a su liderazgo porque si John es el líder es, en parte, porque el resto no sabe lo que está haciendo. Si Paul viene con él, ¿a dónde queda John parado?

Al final, pesa más la música. Se lo encuentra en la calle para decirle la buena noticia: Te quiero en el grupo. Paul lo piensa por un momento. Después le dice que sí. El resto es historia.

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La amistad con Paul no solo es el inicio de los Beatles: es el refugio que John encuentra luego de perder a su mamá. Como a él, a Paul también se le había muerto la madre: ahora eran dos con mala suerte. De la noche a la mañana, John encuentra a su compañero. Hasta que se casa con Yoko, son inseparables.

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Los Beatles sorprenden al mundo entero.  Resulta que una bandita de Liverpool podía llenar estadios alrededor del mundo, hacer que las mujeres se vuelvan locas, y que los críticos no puedan explicar su encanto. Ni ellos mismos lo entienden del todo. Harrison dijo alguna vez: “era manía pura lo que ocurría allá afuera, los únicos sanos éramos nosotros cuatro.”

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Las chicas gritan, se golpean entre sí, se trepan a sus autos y le rompen los vidrios. A los Beatles le toman varios años entender que esto duraría el resto de su vida, y un poco más entender que las cosas nunca más serían las mismas. Habían salido de Liverpool con la ambición de volverse más grandes que Elvis, pero ahora que lo han conseguido, no saben bien que hacer con ello. Reaccionan como pueden: se compran cosas absurdas, se mudan a los suburbios de Londres, empiezan a probar drogas y viajan por todo el mundo.

Los críticos lo llaman despectivamente una bandita pop, digna de pre-adolescentes. En uno o dos años, vaticinan, los Beatles desaparecerán. Pero afuera corren los años sesenta, y nada es efímero en esta década que empieza con la muerte de Kennedy y terminará con el primer hombre en la luna. Son años tremendos, violentos, pero el resto del mundo no lo sabe todavía. Los Beatles son los Beatles, pero crecen a pasos adelantados.

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Durante sus primeros años como beatle, John se recluye al suburbio de Surrey, en Inglaterra, en donde se dedica a consumir drogas y a subir de peso. Se autodenomina el “fat Elvis”, y cae en una rutina agobiante, desgastante. Para 1966 está casado, tiene un hijo y los Beatles graban un disco cada año que combinan con giras por todo el mundo. No hay cuerpo que tolere los gritos, las patadas y las manos que salen de la oscuridad y le tiran el flequillo beatle para atrás. John está harto, pero no encuentra salida hasta que un dentista amigo lo invita a cenar y sin decirle nada le pone ácido en la bebida.

El ácido le quema la cabeza, pero a John le encanta. Todo lo que creía conocer hasta el momento se derrumba y a él no se le ocurre mejor cosa que una droga que le cambie la forma de pensar. 

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Afuera la violencia se hace insostenible. Adentro, la vida cómoda que llevaba como Beatle empieza a pesarle. John no es el mismo. Está cambiando. El matrimonio en el que se encuentra ya no le da lo que necesita. Y la violencia crece, adentro, afuera. 

Ya no puede morderse la lengua. Su faceta política y su interés por el pacifismo como una manera de vida empieza a latir con fuerza en el centro de su ser, y su nueva agenda se contrapone con la imagen neutra que los Beatles han logrado sostener hasta el momento. Para cuando dejan las giras, John está contento. Mitad de los Estados Unidos lo quiere muerto: ha cometido el error de decir que los Beatles son más grandes que Jesús. “Algún día,” le dice una tarde a Paul McCartney, “me van a disparar.”

Paul se ríe, pero John tiene más razón de lo que cree.

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De Yoko se escribirá mucho después: que es horrible, que no sabe cantar, que separó a los Beatles, que lo hechizó para quedarse con su fortuna. Cuando John la conoce, en 1967, nadie en Londres sabía quién es, aunque ella ya era una artista consumada en Estados Unidos.

 Y resulta que Yoko podrá ser muchas cosas, pero no era mala. A John le gusta que hable bajito, que se ría de cosas que muchos no entienden y que se pare firme y sin miedo cuando John entra a su exposición en el centro de Londres. Le gustan las mujeres fuertes y Yoko era una mujer fuerte.  A John le gusta, además, todo lo que ve en su exposición, cosas que, sin saberlo entonces, pronto empezará a formar parte de su vida: las paredes blancas, las indicaciones vagas en los cuadros, las fotos de Yoko en primer plano. Se termina de convencer cuando, en medio de la exposición, encuentra una escalera que lo conduce a un telescopio que cuelga del techo. John sube los escalones y mira por la rendija del instrumento. Del otro lado se lee: SÍ. “Leí eso y me sentí bien,” explicó John después, “porque era optimista. Si hubiese dicho alguna grosería yo me hubiese ido inmediatamente. Pero como fue un mensaje positivo, me gustó, y me quedé…”

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Entre 1967 y 1970 las cosas cambian, adentro y afuera. Su matrimonio se derrumba. John coquetea con la heroína. Amigos suyos mueren inesperadamente, entre ellos su manager y cuasi-figura-paterna, Brian Epstein. Sobredosis. John está en India redactándole una carta Yoko cuando le llegan las noticias. Los Beatles han sacado El Sargento Pimienta hacía menos de seis meses, pero todo se siente lejano. La muerte de Brian solo confirma que los Beatles, también, están en camino a morir.

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Hacia el final de su carrera los Beatles logran hacer tres discos magistrales. Para el último disco, hacia 1970, John está cansado de pretender que su vida no es Yoko, y que hay algo que le interesa más que pasar cada segundo de su vida con ella. La lleva a las grabaciones de los Beatles, a las sesiones de fotos, a las entrevistas, y cuando ella tiene un accidente de tráfico hace que le pongan una cama en medio del estudio, así ella descansa mientras él trabaja. Sus amigos no lo entienden, y John no pretende que lo hagan. Para él todo es muy claro: “Puedo vivir sin Yoko, pero no quiero. Yo ya probé todo, y sé que no hay nada mejor que tener a alguien que te ama, abrazándote…”

Yoko le brinda a John todo lo que siempre buscó: amor, protección, eterna atención. En sus brazos, John es feliz, y tal vez por eso está listo para dejar atrás todo lo demás, porque sabe que  fundirse en Yoko un poco es sanar la herida de la muerte de su madre. Cuando John empieza a llamar a Yoko “mother” nadie parece muy sorprendido. John está enamorado.

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Los Beatles se separan oficialmente en 1970. Nunca más se reunirán. Frente a su ruptura, los críticos se lamentan, las mujeres lloran y los periódicos confirman que esta es la caída del imperio británico. “Los Beatles han terminado,” rezan los titulares, “¿Qué nos queda ahora?”

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En 1971 John se muda a Nueva York y lo primero que hace es unirse a una terapia en donde, en vez de hablar, tiene que gritar todo lo que le duele. No completa el programa, pero se inspira para crear su estilo solista. Sus discos son honestos, ácidos, y plagados de sus heridas: su mamá, su infancia arruinada, la violencia, el pacifismo, Yoko. Para 1973, aunque ya no es un Beatle, se siente más agotado que antes. Se empieza a dar cuenta que el ritmo que lleva es enfermizo. Desde que tiene veintitrés años John ha escrito un álbum por año.

Llega la hora de descansar.

Cuando Yoko queda embarazada, John se recluye en su departamento en el Dakota. Se vuelve un padre a tiempo completo. Afuera se burlan de él, pero a John no parece importarle. Sus contratos discográficos se vencen y sus amigos dejan de invitarlo a salir. Adentro y afuera, las cosas cambian. Su hijo crece. John aprende a hacer pan y a mirar la televisión que miran todas las amas de casa. Durante cinco años se sumerge en las sombras. Está seguro que no volverá a hacer música. En Watching the Wheels canta: “No hago más vueltas / en el trencito de la felicidad / ya lo dejé ir…”.                                                        

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Noviembre de 1980. John publica su (último) disco. Double Fantasy no alcanza el número uno en las listas, pero a nadie parece importarle demasiado. Lennon está de vuelta y parece distinto. Habla del mar y de ponerse viejo.  “Muchos me querían muerto,” confiesa, “pero logré salir adelante…”

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Diciembre. John y Yoko están trabajando en un nuevo disco pero han regresado a casa para saludar a su hijo antes que se vaya a dormir. John ya no es el padre que alguna vez fue. Es distinto. Ha cambiado.

El taxi se apea al frente del edificio. John sale primero. Mientras fuma firma autógrafos. Yoko camina adelante. John todavía está fumando cuando empiezan los disparos.

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Lo declaran muerto al llegar al hospital. Al igual que su madre, John muere en el acto.

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Cuando le preguntaron sobre la muerte, John dijo que no creía en ella: «para mi es como bajarse de un auto y subirse a otro. La historia siempre continua…”.