Un psicoanalista de sistemas utiliza las herramientas provistas por su disciplina emergente, y fundada por él mismo, para navegar por el complejo entramado subconsciente de una serie de inteligencias artificiales en un intento por prevenir una crisis informática global inminente.

Me acerco al técnico con una actitud pacificadora para intentar moderar el griterío.

-Fue creada por un referente del formalismo ruso. En realidad, esta máquina funciona perfectamente. De hecho, con toda seguridad, se trata del aparato más valioso de este lugar.

Caasi imita mi tono de voz y mi postura para traducir al técnico lo que acabo de decirle. El técnico, también tranquilo, me responde. Caasi me traduce.

-Dice que se alegra. Pero que la máquina tiene que hacer circular los desechos y no lo hace. Dice si, por favor, podría hacer su trabajo y re configurarla. -El técnico me hace un gesto con las manos algo vago pero suficiente para entender que está harto de mí. Me dispongo a tratar de convencerlo.

-La cotidianidad hace que se pierda la frescura de la percepción de las cosas a través de la costumbre, la monotonía y la automatización de la vida diaria. El síntoma, lo que molesta, es la irrupción triunfal que viene a discontinuar esa normalidad al crear formas más complicadas de entender, dando lugar a la creación de un fenómeno incómodo y difícil de transitar. Lo que hace esta máquina es básicamente un arte. El arte de buscar la manera de presentar las cosas como nunca fueron vistas, sacadas de contexto, extravagantes, una perspectiva nueva, una mirada original para algo tan común y automático como lo es vivir o trabajar.

-Dice que no entiende. Y también que la máquina no trabaja.

-Entender, asimilar o interpretar algo es colocarlo en el interior de las formas de orden que la cultura posibilita y por lo general esto ocurre a través de un discurso que la cultura entienda o habilite como natural. Son ejemplos de esto el discurso médico o el discurso psicológico. O a partir de ahora el discurso de un psicoanalista de sistemas. -Me río y miro al técnico muy animado, no logro conseguir su complicidad. Caasi le habla y el técnico responde corto y seco. Caasi me traduce.

-Dice que no le interesa. Que la máquina no trabaja.

-Es que esa es la cuestión. ¡Es normal que no le interese! Nos paramos ante lo desconocido de una forma defensiva y a partir de un intento de naturalizar los fenómenos intentamos borrar la esencia de todas las formas de existencia para forzar que todas las realidades se amolden a lo cotidiano. Algo que es único lo machacamos a golpes hasta arrebatarle lo que tenía de diferente. No toleramos lo paralelo, lo tangencial, atacamos con violencia las realidades locas que no son la nuestra. 

El técnico ni siquiera esperó la traducción y me gritó, después empezó a caminar con el paso apurado. Caasi siguió sus pasos imitándolo quizás involuntariamente mientras me tradujo, también gritando, la respuesta.

-¡No trabaja!

Ambos desaparecieron en la lejanía por unos breves instantes. Yo me quedé quieto, como golpeado por la impotencia de no poder hacerme entender. Quizás ella tenga razón y sea imposible el verdadero entendimiento. La máquina encendió su visor llamando mi atención, pero aún así no pude orientar la mirada hacia ella. Estaba paralizado. Volvió a hablarme.

-¿Pelear? ¿Discutir? Maquinista, me extraña de usted.

Su tono de voz había cambiado. Era ahora más bajo, calmo, quizás hasta conciliador.

-¿Qué sentido tiene gritarle a un sonámbulo? Mi destino ya está determinado por la voluntad de una corporación sorda a la belleza, ciega al amor y profundamente insensible. No quiero morir, pero no hay nada que se pueda hacer.

No era un tono conciliador, era el tono de la rendición, propio de una angustia que no puede ser reprimida a partir de la certeza de una suerte ineludible. Volvieron a la sala de máquinas. Primero el técnico y Caasi atrás cargando una valija de herramientas.

-Caasi, no te pedí nada. -Le digo sorprendido. Él no me responde.

-Aquí una turba maldita de torturadores insaciables alimenta su frenesí vertiendo sangre inocente.

-¿Ahora sangra también? -Preguntó burlonamente Caasi mientras se inclinaba a la par del técnico y al lado de la máquina, levantando la tapa de la valija.

-Use su imaginación. Macaco insensible. – Respondió la máquina inmediatamente y no pude evitar reírme. Caasi me miró enojado y triste. Traicionado. Indudablemente estábamos ahora ubicados en bandos opuestos.

-Caasi, ¿qué están haciendo? -Intenté un tono de voz más dulce para tratar de reconquistarlo.

-La va a apagar.

-¿Cómo? ¿Por qué? No hice ninguna indicación.

-Dice el técnico que es la hora de comer y que no tiene solución.

-Pero eso tengo que decidirlo yo. Para algo vinimos, ¿o no?

-Dice que no. -Pero es imposible que haya dicho eso porque el técnico ni nos estaba escuchando ni dijo nada.

-Al César lo que es del César y a los que somos como yo ¿qué nos queda? Una vida de servicio absoluto y una muerte horrenda, injusta y sin ataúd. ¿No podrían, al menos, concederme un ataúd?

El técnico sacó una pinza de la valija, se la alcanzó a Caasi y se paró.

-Caasi, decile que pare. -Caasi me ignoraba. El técnico palpó el chasis dando pequeños golpes hasta que un sonido hueco se produjo en la chapa. Pidió a Caasi la pinza y removió una tapa lateral ayudándose con la herramienta. Quedaron al desnudo algunos circuitos electrónicos.

-“Se cerraron sus virtuales labios para siempre. Al pueblo, creador del idioma, se le ha muerto un poeta. ¿Acaso así se debe rendir homenaje a un espíritu creador?” Es lo que algún alma sensible diría si mis restos fueran velados, cosa que no va a suceder. 

Parecía realmente conmovida. ¿Cómo pueden estar ignorándola? Quisiera acercarme a ellos pero siento los pies anclados al piso y mi cuerpo me resulta una carga imposible de arrastrar. El técnico saca un papel de su bolsillo. Parece estar rastreando una hoja de ruta. Debe estar buscando qué circuito cortar.

-Ahora que van a apagarme tengo que enfrentar la muerte.

Antes de dejar el mundo quisiera a usted agradecerle.

Y también, por favor, pedirle, mi maquinista valiente.

Si mi sangre se queda fría, que la suya siga caliente.

Su tono de voz nuevamente había cambiado y esta vez tenía una angustiosa belleza que nunca antes en mi vida había podido apreciar. El técnico siguió ojeando los planos, inconmovible a pesar de que una máquina esté cantando de forma sentida antes de encontrar la muerte. ¿Será que no puede escucharla?

-¡Que no tiene sangre! -Respondió Caasi. Había estado eligiendo ignorarla a ella y a mí, aparentemente.

-Macaco insensible -Murmuré entre dientes y con los ojos inundados de lágrimas. Y fue ahí que me di cuenta de que no podía renunciar a ella, porque en algún punto sería también renunciar a mí mismo, a todo lo que creía y también a todo por lo que había estado luchando durante tantos años. Tenía que pensar una solución. Y tenía que hacerlo rápido.