Allá por 2015 me encontré sin trabajo, en un país extraño en el que no podía hacer mucho para tener un ingreso regular. Con mucho tiempo libre para leer y escribir, y con motivos de sobra para intentar cosas nuevas que me sacaran del pozo, decidí probar suerte con la autopublicación. 

Ya había publicado algunas cosas (tres libros infantiles, algunos cuentos en antologías (entre los cuales figura “Fábula Cero”, incluido en Tres cuentos con diosas (el segundo libro (dicho (o escrito) sea de paso) que publiqué en Trafkintu (este fantástico lugar)))) pero la publicación siempre había venido de afuera, como resultado de haber ganado un premio o por pedido de alguna editorial; es decir, siempre me habían publicado otros. 

La verdad es que tenía un prejuicio respecto de la autopublicación, en vista de la cantidad de basura que se podía encontrar en Amazon principalmente. (Chuck Wendig lo dijo (o escribió (en inglés)) mucho mejor que yo.) Además, la neurosis. La sensación de que lo que yo producía también era basura, que no valía la pena publicarlo y que en todo caso sería una audacia hacerlo sin pasar por el filtro de un editor experimentado. 

Pero estaba ahí, era el momento y el lugar, y me lancé. 

Me lancé con una obra que no era mía. Que hice mía a través de la adaptación, es decir, de la reescritura; y con un objetivo muy claro. Que era acercar al público adolescente, o adulto no muy lector, una historia que me fascinaba hasta los dedos de los pies. Esa historia es Beowulf, un poema medieval anglosajón que hasta que llegó Tolkien (gracias a Eru por Tolkien) era considerado básicamente una pieza de interés histórico, lingüístico y antropológico, pero no tanto literario; y que cuando Tolkien lo leyó dijo “Ustedes están todos locos, esto es un poema de la puta madre”, y tenía razón. 

Tolkien publicó su propia traducción del Beowulf  (que, según dicen (y con esto quiero significar que Tolkien lo dice), les pasa el trapo a las previamente existentes), y además, un ensayo que se hizo famoso y que hizo aun más famoso al poema. Se titula “Los monstruos y los críticos” y debo decir que le afané desvergonzadamente la idea para el cierre de mi propia versión. 

Porque mi propia versión era necesaria. Quiero decir: yo venía de publicar tres libros infantiles, estaba muy en contacto con el “modo infantil” de leer, y a la vez, interesado en el género fantástico, en el que también se inscriben estos libros y la mayoría de las cosas que había publicado antes; y venía, además, de leer el Beowulf en una traducción castellana de la traducción de Tolkien con el ensayo de Tolkien incluido; y el libro (poema+ensayo) me había volado la cabeza y yo sabía que los jóvenes y adultos de habla castellana tenían que conocerlo y sabía también que no iban a conocerlo porque el poema original es, como todo poema medieval, o como cualquier épica griega, está lleno de conversaciones y declamaciones sobre el honor y puntualizaciones genealógicas que son muy interesantes para el estudioso pero que son todo lo contrario del gusto moderno, que detienen y complican la lectura, que piden un lector habituado a ese tipo de textos, es decir, un lector que ya casi no existe en nuestro mundo. 

Sí, dije épicas griegas porque también había leído hacía poco la Odisea y tengo que decir que la Odisea es exactamente así, es básicamente una sucesión de banquetes en los que la conversación de sobremesa se transcribe con toda puntillosidad. Las sirenas, los cíclopes, las manzanas de oro (¿así era?), el torneo de arquería, todo eso junto ocupará unas ocho o nueve páginas, según calculo. La diferencia entre la Odisea y el Beowulf  es que regularmente se publican adaptaciones de la Odisea para distintos públicos, ilustradas, expandidas, resumidas, simplificadas, explicadas, al horno con fritas, y del Beowulf no, nada. 

Al menos en castellano. 

Y yo escribo en castellano. 

Así que aquí está, mi adaptación del Beowulf para adolescentes y adultos no muy lectores. Una versión que preserva (o, bueno, intenta preservar) la poesía del original (o de las traducciones que conozco, al menos) y su sentido de la aventura; que condensa todo eso para disfrute de un lector o una lectora a quien probablemente no le interesa mucho toda esa otra riqueza que está ahí pero que dejé de lado a propósito. Una versión que al final te clava un puñal en el corazón (o en el cerebro) porque toma prestada la idea del ensayo de Tolkien. 

Una versión mía

A cien pesitos, acá mismo, en Trafkintu.