Hace tiempo que me siento atrofiado,
la cabeza mal apoyada sobre una almohada,
la saliva fluyendo por una comisura,
los ojos huecos de enduido.

El sol me incendia el rostro
y ya no me importa
que sobre mi barba crecida
se retuerzan las larvas.

Nadie me rescatará.
No se olvida lo que nunca importó,
no importa esa mueca impotente.
Mi puerta no aguarda más.

¿Cuándo me entregué?
¿Cuándo decidí rendirme?
Sólo recuerdo que un día escribí
y luego olvidé.

No me pregunten por qué,
ya no tengo nada más por decir.
Todo ha quedado escrito
y aquello responde por mí.

“Dos macetas y una flor
me observan con tristeza.
Lo he dado todo por ellas
y de mí sólo queda maleza”.