Primero es una fotografía absolutamente cándida tomada durante el movimiento mismo de la vida. No habrá otra toma, sus imperfecciones serán definitivas. Un rostro movido, el foco puesto sobre algún elemento secundario, una luz fuerte quemando la imagen: puro presente. Ese será el recuerdo.

El tiempo irá humedeciendo y carcomiendo las puntas. Quizás se desdibujen algunas líneas menores. Lo que era dos puede convertirse en uno. Lo importante se realzará ante la inminente degradación y esa será la nostalgia.

El sol de las tardes dispersará los colores, ablandará los rojos y diluirá los azules. Pequeñas cascaritas comenzarán a crujir. Algunas incluso caerán al suelo y volarán en motas sin sentido. Allí entra en juego la contradicción.

Uno, desesperado, intentará cubrir los huecos pintándolos torpemente. Buscará en su paleta algún tono similar, manchará zonas indebidas. Un terror inmenso lo atravesará como un coágulo en el vientre. Intentará enmendar un error con más errores. De esa forma terminará naciendo un juicio.

Esta fotografía es un ser vivo que se degrada, muda de piel y se reconstruye constantemente. Sus parches son legítimos porque, en algún momento, formaron obra con los colores originales. Día a día, semana tras semana, año sobre año, lo que una vez fue imagen exacta dará lugar a complejas enmiendas que recogerán su validez a partir de ese hilo que lleva de trazo a trazo, del más nuevo al más viejo, que compartió retrato con otro que compartió rostro con alguno que alguna vez fue fotografía primigenia. La melancolía llueve cuando se marcha sobre ese camino.

En cierto momento, la paleta terminará por secarse, la voluntad se perderá, la imagen elegirá morir. Y ese día, irremediablemente, se cumplirá el olvido.