sumergirse en el mar y nadar desaforadamente.

esperar que con el agotamiento y la liviandad posteriores,

similares a las de una noche de llanto y penumbra, 

venga también la fe en que existe algo más grande.

en un segundo la comprensión por la decisión de Alfonsina

de ponerse fin en la inmensidad,

de saberse acabada en el abrazo violento 

del misterio más grande que nuestro débil ojo puede ver.

el Mar, dios de todos los tiempos, es refugio y es daga.