La temporada de siembra me pisa los tobillos, aún no removí la tierra, no cerque el espacio y el otoño ya se acerca.

Si bien, este año tengo pensado arrancar el CBC, no estoy muy seguro de la carrera. En sí, nunca estuve muy seguro de las otras.

Antropología es una ciencia, que al pensar en su complejidad me siento intimidado. Me siento incapaz de ser tan culto. Pero a su vez me pregunto, ¿“tan” para quien?

Yo, que soy bastante ingenuo para entender cómo se relacionan las personas ¿Cómo voy a entender el desarrollo ancestral, llevado a la actualidad, del ser humano?

Si bien, no es algo que resuelva, quizá es algo que moviliza mis emociones, y de ahí encuentro voluntad para dedicarle tiempo y energía.

Me frustro una y otra vez. Aprender me gusta, pero me hace sufrir. Cada vez soy más consciente, de la diferencia abismal en sentirse identificado con algo y vivirlo en carne propia. Por un lado, la falta de empatía que han tenido conmigo, y por el otro, la falta de empatía que yo he tenido y tengo con el resto.

“Poder”, “quien pudiera” ¿Poder que? ¿Qué sentido tiene el deseo humano si no explota su conciencia al máximo? Acaso ¿Nos hemos convencido que somos ajenos a nuestro entorno?¿Ajenos a nuestro pasado?¿Ajenos a nuestro futuro?

Ajenos a nuestro presente, con la mente puesta en el crecimiento económico, pagar deudas, producir… “mover la economía”. ¡Con un excesivo desbalance socioambiental!

A mis 17 años empecé a fumar porro con mis compañeros, en ese entonces amigos, de la escuela. Era una escuela rural, por lo tanto, podíamos fumar ahí, ponernos gotas en los ojos y “caretearla”.

En ese entonces, era una persona que disfrutaba mucho de molestar a otras personas, con la intención de divertirme, sin valores claros ni reflexiones profundas; todo era momentáneo y fugaz.

A medida que fumaba mas porro y más se acercaba el fin de mi último año de escuela, la presión sobre él “que iba a hacer de mi vida”, aumentaba.

Reprimí mi sexualidad desde los 8 años, cuando una vez me toque con un amigo. Tiempo después, noté familiares y gente adulta hablar sobre homosexualidad, per versión y desgracias. Entiendo que ese tipo de persona no debía ser. Por lo tanto, en adelante de aquel acontecimiento, cada cosa que asociaba con “homosexual” la evitaba de mi vida.

La marihuana, desató en mi, una forma de ser “amanerada”, y un deseo hacia los hombres, que si bien yo intuía que estaba, creía que podía “superar”.

Al terminar el año, me llevé materias como nunca, me sentía muy desorientado, la comunicación con mi familia ni amigos no fluía, me sentía muy vacío y alejado de mi mismo.

Me fui de vacaciones con mis amigos de entonces. Fumábamos mucho porro, ya me sentía poseído por una fuerza mayor a mi, que no sabía decir que no. Solo asumía inferioridad y sumisión. Nos drogamos.

Después de aquel acido, mis amigos dejaron de ser mis amigos. Comencé a tener ansiedad, paranoia, depresión, hasta un ataque de pánico; creí que moría. No se lo deseo a nadie, o si, cambio mi postura ante la vida. De repente me volví más vulnerable, y a su vez comencé a desear, a construir mis valores desde la empatía, sea cual sea el costo.

Esforzarme por querer, no por ser querido.

Disidencia, es una palabra que me representa. Tanto tiempo queriendo formar partes de características ajenas a mi. Por eso decidí alejarme de todo aquello que sentí que no me identificaba. Allí me encontré, solo, sin alivio. Inmenso, pero a la vez minúsculo, en un universo lleno de estrellas y magias. No soy yo, soy todo, somos.

Me fui a vivir al barrio de Congreso, en la ciudad de Buenos Aires. Conseguí un trabajo, vendiendo ropa, en una marca internacional. El nivel de exigencia, soberbia, indiferencia y superficialidad con el que vivían mis pares y la mayor parte de la gente que conocí en la ciudad, me cacheteo, fuerte.

Había noches que llegaba a mi departamento, después de trabajar, con mucha angustia, ganas de morir, sin ganas de llamar a nadie, pues, nadie me entendería. Ya que a su vez, yo no solía compartir mis problemas con otras personas; me daba miedo, no acostumbraba.

Pasó un año, pasé por distintas universidades, buscando desde un lugar abstracto, como el diseño o el arte, representar mi entendimiento universal.

El trabajo colapsaba mis emociones. Las clases universitarias no me alcanzaban. Siempre me iba con un dejo de disconformidad, no conectaba la realidad con mis emociones. Después de un año decidí renunciar al trabajo, dejar la carrera y volver a mi casa, mi pueblo natal.

Empecé a cuestionar mis actitudes desde lo más naturalizado hasta lo más incómodo. A la par, el feminismo explotó en Argentina. Que si bien, entendí que no es mi lucha, me dio herramientas para hacerme valer, más allá de no ser como los demás.

Construí una idea utópica anarco comunista, feminista, vegana, nudista, poligámica, entre otras cosas. Me permitió desentenderme con los modelos educativos tradicionales, y los valores que promueven.

¿Por qué no nos enseñan a ser autosustentables?¿Por qué no nos enseñan a tener un huerto en las escuelas?¿Por qué no nos criamos con nuestras familias, en comunidad?¿Por qué nos importan los “modales” de nuestros hijos y no los del vecino? Si al fin de cuentas son el futuro de una misma sociedad, una misma realidad.

¿Por qué avasallan los recursos naturales?¿Por qué naturalizamos la explotación animal, si no la necesitamos?¿Por que estamos día y noche queriendo ser aceptados por una sociedad construida a partir de valores hetero patriarcales?

Ya no puedo esconder mi tristeza, no quiero. Los días de encierro y convivencia cada vez se vuelven más intensos. Las lechugas ya están para cosechar, las habas dieron flor, el perejil muy sabroso y mi corazón explotó.

Terminamos de cenar, hablamos sobre la crisis global y nacional y sobre la idea de meritocracia. Mi mamá decía, como muchas veces, que “las personas que no se levantan de la cama para ser productivas es porque no quieren, porque son vagas”. A lo que le respondí:

Mamá, hay personas que no deciden no tener voluntad para hacer cosas. La realidad, el contexto las oprime, las hace sentir inferiores, vulnerables, desorientadas, exhaustas. A veces lo único que hay en su cabeza es culpa, vergüenza, tristeza, enojo.

Yo fui acosado, porque me gustan los varones, y me enoja tener que aclararlo con vos o con quien sea. Pero me veo obligado, ya que si realmente me querés y aceptas, vas a dejar de juzgar de forma solemne a los demás.

FIRMA: TITODD