mi abstinencia de vos
me hace un minusválido emocional.
me incapacitás para hacer cualquier tarea que no tenga que ver con esperar que acudas a mí encuentro.
te recibo siempre cuando volvés como cachorro que no sabe cuantificar las horas. «vuelvo a las tres», me decís.
y toda mi rutina se metamorfosea a un canino eufórico que ambiciona verte traspasar esa puerta.
me quitaría la coraza que envuelve mi alma desdichada con tus dígitos de garfio afilado. me abriría una concavidad a la altura de la caja torácica, para ahuecar y vaciar mis órganos que me obstaculizan esta habitación tibia donde quiero que vos duermas cuando venís cansado y precisás una caricia que te devuelva la esperanza.
quiero amueblar mi torso melancólico, romper mis costillas para hacerte una cama matrimonial, un colchón aterciopelado te haría con mi dermis para que siempre me puedas tocar. tejería con hilos de mi pelo amustiado frazadas de sal, para que nunca el frío te pueda vulnerar.
te venero como Santo de mi única iglesia, te acaparo para mí en la solemnidad de tus besos de querubín alado.
y cuando me decís que me querés,
todas las maldades del mundo
parecen doler un poco menos.
quereme en voz alta.
vos a mí me enloquecés, me perturbás, me caotizás. y dale vos a esos verbos la connotación que se te ocurra, porque yo bien sometido me entrego a todo esto que sos
que sos vos conmigo.
que yo voy conjugando el verbo pensar siempre en la pluralidad de tus pensamientos,
por este lenguaje, yo te verso.
entre plegarias que se alimentan de vos, amante camaleónico;
te verso.
escribo con la neurastenia (y la inocencia) de poder saciar el hastío que me corrompe.