Dos poemas de «One secret thing» de Sharon Olds

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One secret thing fue publicado en el año 2008, y es básicamente uno de los dos poemarios completos que pude encontrar de Sharon Olds surfeando la internet. En este libro, ella sigue indagando en los recuerdos traumáticos de su infancia y haciendo poemas hermosos a partir de ellos. Incluso se mofa de los hombres escribiendo en revistas que la critican por eso. Acá, mis traducciones de dos de mis poemas favoritos del libro:

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La enlatadora, 1942-1945

Cuando la visitamos, calle abajo,
en la grammar school, yo era tan chiquita
me senté en el antebrazo de mi madre, y observé la
retorta de acero inoxidable en la que los cilindros
de hierro enlatado y hoja de metal,
herméticamente sellados, se deslizaban, por una pendiente,
como una columna de soldados soldados, una sola
fila, bajando por la rampa de listones de
cromo desde los esterilizadores de llama
hacia el comedor requisado. La mujer
que dirigía aquella enlatadora al frente de casa era
más baja que yo desde mi posición, era pesada, tenía
pelo corto, y se movía con propósito,
ahí en su cocina de esfuerzo-de-guerra. Pensé que ella
había inventado la máquina, y que era su dueña, que desde abajo
se elevaría, hombro con hombro, el rango de
raciones, como si pudiéramos ver los hábiles
funcionamientos de su mente. Cuando la guerra terminó,
y la pequeña fábrica fue desmantelada, se suicidó.
No supe lo que eso quiso decir,
lo que ella había hecho, como si hubiera enlatado
su propio espíritu. Quisiera poder agradecerle
por mostrarme una Hefestos mujer
en su fuego para forjar. Mi madre me levantó
como para ser bendecida por ella. Ojalá su
cielo pueda haber sido la tierra que deseaba.

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Leyendo «Diagnosis», otro poema del libro

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Freezer

Cuando pienso en la gente que mata y come gente,
pienso en lo sola que estaba mi madre.
Ella venía a mí para consolarse, en la noche,
se acostaba sobre mí y rezaba. Y podría decir
que me estaba engordando, hasta que fuera el momento
de cocinarme, pero ella no lo sabía,
le habían robado su sentido de la moral de esa forma.
Qué suave que era, qué celestial su belleza, tan
terrestre el peso de su carne
en la constelación de mis articulaciones y mis pucheros.
Me gusta tener en el departamento,
guardada en un cajón, en otra habitación,
la revista con el asesino-caníbal,
me reconforta que la historia esté disponible
en cualquier momento, tenida en cuenta, no
peligrosamente impensada. Creo que él guardaba
tobillos en el freezer. Mi madre era tan buena
besando.
Desde donde estoy sentada en la bañera, su cuerpo,
entre sus piernas, se veía como
una boca, una boca con una alegre barba
ensangrentada. De una hora a la siguiente en la tierra
nadie sabía qué podía llegar a pasar.

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