Los diarios de Sylvia Plath se publican por primera vez en el año 1982, pero no es hasta el año 2013 que nos llega a nosotres la versión completa, en The Unabridged Journals of Sylvia Plath. Ted Hughes, el ex esposo de la poeta, había retirado algunos manuscritos y había dejado terminantemente prohibida su publicación. Hoy, la figura de Sylvia Plath está siendo rescatada por la crítica literaria, y la de Ted Hughes es recordada mayormente como «la persona que empujó a Sylvia al suicidio».

Por supuesto que la relación con Hughes no fue la causa de la muerte de Sylvia, si bien sí oscureció por completo los últimos años de su vida. Leyendo sus diarios y sus poemas podemos dilucidar la temprana relación de Sylvia con la depresión, el dolor, y el trastorno bipolar. La mente de Plath era sumamente compleja, y se tensaba entre al menos tres figuras femeninas: aquella que ella deseaba ser en su fuero interno, aventurera, sexual, deseante; aquella que le pesaba por mandato, la madre de familia, la buena esposa, la que no se olvidó de sus hijos ni en el momento de su muerte; y por último, aquella que en verdad era, permanentemente insatisfecha, debido a la imposibilidad de cumplir tanto con el mandato y como con el deseo.

Los fragmentos que seleccioné corresponden al primer manuscrito de los diarios de Sylvia Plath, del año 1954, mientras ella estudiaba en la universidad. A medida que leo, traduzco, digiero lo que va diciendo. El proyecto es seguir haciéndolo, quizá por entregas. Tengo momentos de mucha distancia con ella, en los que de pronto me encuentro con un comentario sumamente racista u otro sumamente misógino. Y hay momentos de extrema cercanía: momentos en los que le duele, sobre todo, la serie de imposibilidades para experimentar la vida con las que una mujer viene al mundo, sobre todo, siendo una mujer que ama por completo a ese mundo.

La versión de los diarios que conseguí, no pone fechas sobre los fragmentos. Nos enteramos por los comentarios que hace Sylvia, como hablando con el diario, cuánto tiempo pasa entre entrada y entrada. Lo particular de sus diarios es cada fragmento parece en sí mismo un poema: su escritura nunca es descuidada.

A continuación, dejo mis traducciones de las partes que me van gustando:

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7
Amo a la gente. A todos. Los amo, creo, como un coleccionista de estampillas ama a su colección. Cada historia, cada incidente, cada pedacito de conversación es materia prima para mí. Mi amor no es impersonal, si bien no es completamente subjetivo tampoco. Quisiera ser todos, un tullido, un hombre moribundo, una prostituta, y luego volver para escribir sobre mis pensamientos, mis emociones, siendo esa persona. Pero no soy omnisciente. Tengo que vivir mi vida, y es la única que tendré. Y no podés observar tu propia vida con una curiosidad objetiva todo el tiempo…

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8
Conmigo, el presente es eterno, y la eternidad siempre está cambiando, fluyendo, derritiéndose. Este segundo es vida. Y cuando se termina, muere. Pero no podés empezar de nuevo a cada segundo. Tenés que juzgar de acuerdo a lo que ya murió. Es como la arena movediza…sin esperanzas, desde el comienzo. Una historia, una foto, pueden renovar las sensaciones un poco, pero no lo suficiente, no lo suficiente. Nada es real excepto el presente, y ya siento el peso de los siglos asfixiándome. Una chica vivió como hoy vivo yo, hace cien años. Y está muerta. Yo soy el presente, pero ya sé que yo, también, pasaré. El momento cúlmine, el ardiente destello de luz, vienen y se van, una arena movediza continua. Y yo no quiero morir.

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17
Una pequeña cosa, como un nene poniendo flores en mi pelo, puede llenar las grietas que se ensanchan en mi confianza en mí misma, como una suave lanolina. Hoy estaba sentada en las escalinatas, intranquila, con miedo y descontento. Peter, (el nene chiquito que vive cruzando la calle), con la cara pecosa y pálida, los ojos azules y graves, y la lenta y frágil sonrisa, vino con su adorable hermana menor Libby, la de las trenzas de lino y el cuerpo de niña liricamente formado. Se quedaron quietos, con vergüenza por un ratito, y luego Peter tomó una petunia blanca y la  puso en mi pelo. Así comenzó un juego encantador, en el que yo me quedaba sentada, quieta, mientras Libby corría hacia las petunias para recolectarlas, y Peter se quedaba a mi lado, acomodando las flores. cerré mis ojos para sentir más profundamente las manos amorosas y delicadas de los niños, que ponían delicadamente flores tras flores en mis rulos. “Y ahora, una blanca”, el ceceo era suave y tierno. Rosa, carmín, escarlata, blanco…el aroma ligero y picante de las petunias era silencioso y dulce. Y todos mis dolores fueron suavizados. Algo de esos ojos azules, francos y cándidos, los hermosos cuerpos jóvenes, el breve perfume de las flores muriendo me golpeó como el rápido y limpio corte de un cuchillo. Y la sangre del amor inundó mi corazón con un dolor lento.

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21
Acá estoy, sentada en el sillón profundamente acolchonado, afuera los grillos chirrían, zumban, cantan. Es la biblioteca, mi habitación favorita, con el suelo como un mosaico medieval de piedras cuadradas y planas, del color de las viejas encuadernaciones…óxido, cobrizo, un naranja atigrado, marrón dorado, bordó. Y hay sillas de cuero bordó muy cómodas, con el cuero que se sale, revelando un patrón marmóreo de un rosa ridículo. Los libros, todo con lo que llenarías tus días lluviosos, acomodados en estanterías; volúmenes amistosos y toqueteados. Entonces, acá estoy sentada, sonriendo mientras pienso a mi forma fragmentaria: “La mujer no es más que un motor del éxtasis, una mímica de la tierra desde las puntas de sus rulos hasta sus uñas rojas y nacaradas”. Luego pienso, recordando a los nenes hermosos que yacen dormidos abajo, “¿No será mejor entregarse a los placenteros ciclos de la reproducción, la fácil, confortable presencia de un hombre en la casa?” Me acuerdo de Liz, su cara blanca, delicada como una ceniza en el viento; sus labios rojos sosteniendo un cigarrillo; su pecho lleno debajo del apretado jersey negro. Me dijo, “Pero pensá lo feliz que podrías hacer a un hombre algún día.” Si, pienso, y hasta ahí está todo bien. Pero luego me doy vuelta y vuelve a mi cabeza E., mirando un partido de baseball, quizá, tal vez mirando televisión, o rugiendo con risa despreocupada por un chiste verde con los chicos, latas de cerveza tiradas, verdes y de un dorado brillante, y ceniceros. Vuelvo hacia mí, sentada acá, nadando, ahogándome, enferma de anhelo. Tengo demasiada conciencia inyectada dentro de mí como para romper las apariencias sin que eso tenga un efecto desastroso; solamente puedo acercarme envidiosamente al límite y odiar, odiar, odiar a los chicos que pueden dispersar su hambre sexual libremente, sin tener dudas, y ser por completo, mientras yo me arrastro de cita en cita empapada de deseo, siempre insatisfecha. Toda la cuestión me enferma.

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26
Luego de un tiempo, supongo, me voy a acostumbrar a la idea de casarme y tener hijos. Si tan solo eso no se tragara mis deseos de expresarme a mí misma en una bruma sensual y petulante. Claro, el matrimonio es una expresión de una misma, pero solamente si mi arte, mi escritura, no fuera solamente una sublimación de mis deseo sexuales, los cuales se marchitarán por completo una vez que me case. Si tan solo pudiera encontrarlo…el hombre que será inteligente, pero aún así físicamente magnético y amable. Si yo puedo ofrecer tal combinación, ¿por qué no podría exigírsela a un hombre?

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Si querés escuchar un poema de Sylvia, leído por ella, tenés un link acá: