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Nacido en Youngstown, Ohio, una ciudad en declive desde 1977 por la quiebra de las fundidoras de acero que la mantenían con vida, Noah Cicero es un poeta y narrador reconocido dentro de la comunidad de la alt lit. La guerra humana, publicada en 2003, es su primera novela; la acción sucede en el día que comienza la Guerra de Irak, declarada por Geroge W. Bush alegando que Irak (lugar donde existen una de las mayores reservas de petróleo del mundo, claro) estaba desarrollando armas de destrucción masiva y que el país “debía ser liberado” de la tiranía de Sadam Husein. Porque Estados Unidos y la libertad y matar gente para que sea libre y eso. El narrador critica las decisiones del gobierno estadounidense sin dejar de cuestionarse también su propia pasividad al respecto, su alienación con respecto al tema y al entorno social, en un entrecruce entre fluir de pensamientos, diálogos con personas que se cruza, y acciones que avanzan a una velocidad vertiginosa. Es casi imposible parar de leerla, por su ritmo de novela casi en verso, y por el nivel de identificación que produce.
Acá, una traducción de un fragmento que me gustó mucho. La novela fue traducida al español y publicada en Argentina por Dakota Editora en el año 2015, algo que no me detuve a investigar hasta después de haber traducido el fragmento claro, y se puede descargar en inglés en Library Genesis, el vergel de los lectores pobres que devoramos pdf tras pdf. Incluye también dos relatos breves.
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La guerra humana, fragmento.
(…)
Imaginé personas muriendo. Vi padres llorando, y nenes chiquitos sin piernas.
No quería ser más estadounidense.
Quiero estar en México tomando cerveza* en un cabaret. Quiero fumar metanfetaminas y olvidarme de que alguna vez existí.
Nunca voy a perdonar a Estados Unidos por esto.
Pensé que esto era una democracia.
Platón no creía en la democracia.
Nenes chiquitos van a ver esto en la televisión y se preguntarán cosas. Nunca van a conseguir respuestas reales lo único; a nadie le importan las respuestas reales.
Pensé que el mundo estaba cambiando para mejor. Pensé que los hippies habían cambiado cosas.
Bush creció en los sesenta, por qué no es hippy.
La gente cambia cuando crece.
Cambian para peor.
Empiezan a preocuparse por la plata. La plata se transforma en un pensamiento que consume todo lo demás. Después se mueren.
No me interesa morirme.
Pero tengo que hacerlo. Algún día voy a tener que preocuparme por las cosas que no me importan.
Miro a Kendra y pienso, solía amarla. Pero todavía siento como que la estoy cuidando. Ella sabe que salgo con otra gente, pero se la banca. Es tan débil y frágil. No sé qué es lo que la mantiene viva.
Hay tanto dolor.
Absurdo.
Kendra se arrastra hacia mí. Rodea mi cuerpo con su cuerpo. La abrazo fuerte contra mí. La beso en los párpados.
“Te amo”, dice.
“Yo también te amo,” digo.
No sé por qué dije eso. No es cierto.
Lo dije porque tenía que decirlo.
Digo muchas cosas porque tengo que decirlas.
Vivo una existencia inútil.
¿Amo a Kendra? Más bien no. No amo a nadie. Camino el mundo en soledad.
No soy adecuado para el consumo humano.
Solía ser capaz de amar. Pero ya no puedo. Es demasiado difícil. Y, especialmente, no puedo amar mientras una guerra está sucediendo.
Quiero amar a Kendra, pero eso está destruido desde que le metí los cuernos.
Me gusta demasiado el sexo promiscuo.
Sería lindo abrazar a la misma persona regularmente, pero se torna aburrido. Me canso de sus cuerpos.
Soy un hombre difícil de complacer.
No me mantengo complacido por mucho tiempo.
Quién soy, me pregunto.
Quizá nunca lo sepa.
Nunca sé por qué soy incapaz de amar.
El amor es para gente mediocre.
La gente inteligente no puede amar.
Sabemos demasiado sobre la locura.
El amor es locura.
Toda interacción humana es locura.
Nunca quise ser humano.
Esto no es mi culpa.
La guerra no es mi culpa.
Cada día me miro a mí mismo.
Y me maravillo.
Con las cosas que hago por celos, para ganar poder, y por inseguridad.
No me reconozco.
Pero ahí estoy.
Un monstruo.
Un animal.
Un mono.
Un humano.
Un estadounidense.
Nunca pedí ser ninguna de esas cosas, preferiría ser un delfín o una mariposa. Incluso hubiera sido mucho mejor ser un gato.
Golpee demasiados relojes de tiempo.
Y nunca me pagaron lo suficiente.
Y nunca trabajé lo suficientemente duro.
No soy muy responsable.
En realidad nada me importa mucho.
Nunca puedo encontrar una razón para.
O quizá no tengo la energía.
Mejor que haya un Dios. Alguien tiene que responder por esto.
Necesito respuestas.
No entiendo mi sufrimiento.
Ni mi felicidad.
Por qué el mundo es absurdo.
Leí un millón de libros. Y no creo que eso haya hecho que mi vida sea mejor.
Quizá peor.
Lloro.
El último invierno fue frío. Nevó casi todos los días.
Casi me suicidio el último invierno.
Renuncié a mi trabajo y me escapé a Nueva York en diciembre. Gasté quinientos dólares en tres días, en strippers, cerveza, y poesía.
Cuando volví a casa, no tenía plata. Tuve que comprar regalos de navidad con la plata de mis padres.
Casi me suicido.
Por favor, teneme compasión.
Se siente bien que te tengan compasión.
Absurdo.
Lloré tantas veces durante el invierno.
Pero eso no solucionó nada.
Todos mis problemas seguían ahí.
No eran grandes problemas. Pero eran grandes para mí.
Odio cuando la gente subestima los problemas de los demás. Los problemas son proporcionales al cerebro de la persona que involucran.
Un día volveré a caminar libre.
Caminaré por el desierto de Arizona, sonriendo, con una botella de agua fría.
Me voy a reír de estos días.
Lástima que la gente que va a morir en esta guerra va a seguir muerta.
Yo voy a estar vivo.
Y voy a seguir, lejos de ellos.
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*En español en el original.
Pseudo poeta, pseudo traductora, emprendedora de la edición, e investigadora en formación. Estudiante de Letras