Uno. Dos. Tres.

Las luces de colores cambiaban al mismo tiempo que Javiera presionaba los botones.

Rojo. Verde. Azul.

Uno. Dos. Tres.

A través de las pantallas, veía cómo los sujetos de prueba observaban anonadados las diferentes combinaciones de luces. Había tres personas. Tres pantallas. Tres colores.

Rojo. Verde. Azul.

Javiera levantó su lápiz al ver que uno de los sujetos, el hombre de escaza cabellera, lentes gruesos y camisa abotonada, se ponía de pie y se dirigía directamente a la luz roja. Pareció dudar unos instantes, pero finalmente extendió la mano con la idea de tocarla en cuanto se encendiera.

Verde. Azul.

Rojo.

Su piel, al entrar en contacto con la luz, debió sentir un ardor muy doloroso. El sujeto se alejó bruscamente y, sin mirar a la cámara, como si estuviera avergonzado, regresó a su lugar.

La moderadora no esperaba más. Después de pasar los últimos cinco años repitiendo el experimento, sabía perfectamente qué resultados esperar. Sin embargo, por protocolo, no debía ejercer ningún juicio de valor al respecto. Pero, vamos. ¿Qué tan difícil podía ser? Día a día, veía a diferentes combinaciones de personas pasar por las mismas salas. Veía que cada sala, de una forma sutil, estaba decorada con un color predominante.

Rojo. Verde. Azul.

Aún así, cada uno de los participantes terminaba afirmando que nada había influido en su decisión. La consigna era simple: para salir de la sala, debía probar una combinación de luces. Tenían que observarlas. Detectar el patrón. Y, cuando lo creyeran conveniente, levantarse y tocar la luz. Probar el código.

Uno. Dos. Tres.

 Pocopeloconlentes ya había presionado dos veces el color rojo. La piel de su mano debía estar bastante dolorida. Javiera ignoró el rapto de desesperación que le generaba ver cómo la gente cometía el mismo error una y otra, y otra vez.

Pocos minutos después, fue el turno de la chica-con calzas-muchos tatuajes, quien se levantó de un salto, como si hubiese tenido una revelación, y caminó directo a la luz verde. Esperó, con gesto aburrido.

Azul. Rojo.

Verde.

De la misma manera que ya le había sucedido las dos veces anteriores, recibió una pequeña descarga eléctrica. No demasiado fuerte. Pero lo suficiente como para hacerla decir una seguidilla de groserías, patear la máquina y girarse para mostrarle el dedo medio a la cámara. Javiera anotó cada una de sus acciones, inmutable. Al levantar la vista nuevamente, notó que chicaconcalzasymuchostatuajes había dado vuelta la silla, apoyando el torso sobre el respaldo, y con la mirada fija. Muy fija. Fija en la luz verde.

Uno. Dos. Tres.

Javiera se alejó un poco de las pantallas. Estiró los brazos por encima de su cabeza y tomó aire profundamente. ¿Qué le pasaba a esa gente? ¿No se daban cuenta? Mientras más los observaba, más increíble le parecía que los sujetos se empeñaran en mantener la misma conducta. Ella jamás podría ser un sujeto de prueba. Ya conocía todos los secretos. Ingresaban de forma voluntaria, creyendo tener todas las respuestas. Cuando tocaban una luz por primera vez, parecía que les dolía más el orgullo que la sensación. Y, de todas formas, volvían a elegir esa opción. La moderadora ya había escuchado todas las justificaciones posibles

“Están probando mi perseverancia”

“Quieren convencerme de que esa no es la opción, a través del dolor”

“Sé que si cuesta, es la correcta”

“No me va a ganar una puta computadora”

“Creí que solo iba a doler la primera vez”

“Ya estoy preparado para eso. Si elijo otra, podría ser peor”

Cuando el reloj marcó las seis, Javiera se levantó de su asiento, se puso su abrigo, y se dirigió a la puerta de entrada para tomar un poco de aire en su descanso. Con algo de sorpresa, notó que su jefe estaba de pie junto a la puerta. La miraba con una expresión extraña, algo expectante. Javiera caminó más erguida hasta el imponente hombre. Ahora era claro que quería decirle algo.

-Su trabajo durante los últimos años ha sido excelente, doctora-afirmó con voz segura-. Creemos que es hora de que deje la habitación del piso uno. ¿Quiere cambiar al departamento del entrepiso? ¿O preferiría el sótano?

Eso era nuevo. Javiera abrió la boca para contestar, pero su mente se llenó de cuestionamientos. ¿Un piso nuevo? ¿Por qué? Al principio había creído que su trabajo era algo terrible, una burla a los sujetos de prueba, pero con el tiempo se había encariñado. Incluso le gustaba hacer apuestas con ella misma para ver cómo sería la prueba de cada uno. Además, no tenía idea de qué tipo de experimentos se hacían en el entrepiso. ¿Y si tenía que torturar a alguien? Y nunca había visto a nadie del sótano, debían ser un tipo de gente muy especial.

Su jefe no se había movido de su lugar, claramente esperando. Solo había una respuesta posible. No podía postergarlo más.

Piso uno. Entrepiso. Sótano.

Elimponentehombredevozsegura sonrió de costado al oír su contestación. Javiera se sintió muy bien al ver que no lo había decepcionado, pero notó que ya era hora de volver a su lugar. Su escritorio se veía mucho mejor, cómodo, propio. La sola idea de tener que probar otro escritorio le pareció una locura.

La señora de la tercera habitación se puso de pie, y la moderadora levantó su lápiz para anotar qué luz elegía. Antes de que pudiera tocar alguna, Javiera ya había trazado la letra “A”. al tocar la luz azul, vestidofloreado fue expulsada hacia atrás con fuerza, quedando tirada en el piso. Antes de levantarse, negó con la cabeza y, con resignación, regresó a su lugar.

Pobres sujetos, pensó Javiera. Repitiendo una y otra vez la misma opción. Encerrados en un juego que no saben que están jugando. Siendo esclavos de sus propios temores.

Uno. Dos. Tres.