Hay veces que mi piel tira, que los recuerdos me invaden y me llevan a un lugar cálido, a sensaciones tiernas, lindas: tus ojos billosos reflejando la película que elegimos, tus cachetes iluminados por la pantalla cambiando de color y tu boca moviéndose mientras comes algo de lo que pedimos. Yo abrazada a vos, mirándote de reojo, como si ese lugar en tu sillón hubiese sido hecho exactamente para mí, para ese momento. La sensación de que no existirá un mañana.
Pero el mañana existe y cada segundo que pasa noto como te vas desvaneciendo, de a poco, suave. Primero un dedo, después otro, después tus pestañas, tu labios, tu cara se endurece y mientras te observo cambiándote para llevarme a mi casa, comienzo a mirarme las manos. Al contrario tuyo, comienzo a aparecer, empiezo a sentir mis ojos, mi cara, el dolor en mi panza, el cansancio en la cabeza, entiendo que en unos minutos voy a estar en mi casa, sola, sin vos. Voy a mirarme al espejo y a no encontrarme. Voy a ser feliz por un rato hasta que ya no me soporte y necesite volver a escapar. Y tenerte. Y que no me quieras como no me quiero. Y que me recuerdes constantemente que no me querés y que me lo digas, me lo reafirmes tantas veces hasta que me vea al espejo otra vez y me encuentre muerta
usando tus ojos
mirándome como me ves
transparente
vacía
sin nada más
que un cuerpo.