1.
Te duele el lado izquierdo del cerebro, por momentos pensás que tenés un tumor, pensás en ir al médico y pedirle que te haga una tomografía pero él te va a derivar con un neurólogo y cuando te pida que te hagas los exámenes de sangre y orina vas a dejar pasar el tiempo con la receta pegada en la heladera junto a los dibujos que te hacen tus sobrinos, imanes de pizzería y una calcomanía con azulejos y un hola escrito en fibrón. A veces te duele el derecho también, justo encima de la oreja, es como un punto de sangre pulsando por salir pero que tiene decidido quedarse ahí y molestar lo más que pueda. Podría ser un tumor o podría ser cualquier otra cosa, me digo mientras intento desviar el pensamiento. A veces te late unos segundos y luego para, qué alivio cuando para. A veces aparece y desaparece a lo largo del día y a veces ni te acordás que existe.
2.
Ese día te despertaste con el pelo hecho un pegote. Con olor en la cara y en las manos de haber dormido 12 horas seguidas. Pensás que quizá no sea buena idea prender el Facebook como primera acción del día. Sacás la leche y el nesquik de la heladera – lo apoyás sobre la mesa – llenás de comida el tacho de las gatas – prendés la computadora y vas al baño. Cuando llegás te mirás al espejo y examinás las dos tenues lineas sobre tu frente. Todos te dicen que pareces de menos pero vos solo ves las dos tenues lineas a punto de instalarse.
3.
Mamá recomienda evitar las expresiones fuertes de la cara, lo que invoca en mi una clara imagen mental: una cama de sábanas lisas, planchadas con almidón, con una fragancia a enjuague de ropa. En el centro, una persona tendida pasa casi totalmente desapercibida.