En la avenida Santa fe esta vez lo primero que vi fue a una vieja tirada en la vereda tocándose la panza sucia mientras se levantaba el pulóver abrigado y se contorsionaba en el piso como si estuviera en éxtasis. A diez metros un linyera estaba sentado y tomaba agua de un bidón grande con flores adentro, metidas a la fuerza supuse que para darle gusto al agua. Me compré un jean y la chica que me lo vendió era hermosa, pero no en términos tradicionales sino al pensarla para que estuviera conmigo, completando mi blancura con su piel más negra. Cuando salí por avenida Pueyrredón lo crucé a Alan Pauls caminando muy rápido y es alto. Me encontré con Nicolás, comimos un revuelto gramajo cerca de la Sociedad Rural y después, por cuestiones laborales, me fui a la parte de atrás de la feria del libro para entrar y recorrer nada: compré “¿Qué es la burocracia?” de Max Weber y “La mente del hombre de Estado” de Maquiavelo. Me escapé. Me fui de esa feria llena de stands improductivos y me bajé en la Plaza de Mayo, donde por no ver el nombre de las calles empecé a caminar en círculos buscando la calle Bolivar, que es la del cabildo. Entonces llegué a la terraza balcón de Nicolás y vi atardecer sobre los edificios plateados de Puerto Madero. Mientras tanto, Aníbal Fernández presentaba su libro en la feria. Igual el viaje hasta San Telmo valió la pena porque metí un pedazo en el bolsillo de mi pantalón nuevo y me lo traje. Me subí al 29 y el 29 anduvo y anduvo y se llenó de gente hasta el absurdo. Había un rubio muy prolijo al lado mío en esos caños de apoyo isquiático que hay en un hueco. En un momento le hizo una seña a alguien y una señora también rubia, de unos 50 años se dio vuelta pensando que era para otra persona atrás suyo y no, era para ella la seña y entonces el pibe le dijo “venga señora y apóyese acá para descansar las piernas” y la señora le dijo “no gracias”, sorprendida porque como ella había otras señoras de 50 años o más. Entonces el pibe le dijo “después no me diga que no le avisé, seguro que viene cansada del trabajo” y la señora sonrió pero dijo “no, está bien, no te hagás problema”. Al rato pidió permiso y vino y se apoyó en los caños en el medio entre el rubio prolijo y yo, y se puso a hablar con el rubio. No pasó nada, no había nada sexual ahí, el pibe se bajó en el jardín botánico y a otra cosa, pero la escena me dejó el parte de una lógica que está muy lejos de ser la nuestra y que por un momento llegué a envidiar.

Cuando me bajé para ir de nuevo a la parte de atrás de la feria e iba caminando por la calle monstruosa lateral, llamé por teléfono a mi jefa y me dijo que estaba en otro lugar, solucionando no sé qué problema, un desmayo, pero que intentara entrar de todas formas. Entonces llegué a la puerta y le dije al policía que yo era parte de una comitiva de tal cosa y el tipo me dijo “vení mañana”. Yo le dije “no, mañana no puedo, hace 7 horas entré por esta misma puerta, si querés buscala a Dora y ella te va a decir, en el stand 447”, y el tipo puso cara de asco y me preguntó si Dora era “una gorda con la cara así”, y puso sus manos como atrapando una pelota. Le dije que sí y entonces me dijo “pasá”.

En el colectivo de vuelta, antes de salir a la ruta, miré las avenidas de noche, las calles cerradas alternando con monumentales lugares abiertos y entendí cuál sería la angustia de vivir ahí, cuando después de unos días entendiera que no es una ciudad para ser visitada sino para ser habitada, que fue construida por hombres para ser vivida, para que gente viviese sus vidas todos los días, por lo que se reduciría a la condición de marco, inmenso, el marco más grande que pueda concebir en mi acotada concepción, pero un marco y no otra cosa al fin de cuentas. Esa sería mi angustia, una angustia bastante terrible por momentos, y ahora entonces me doy cuenta.