Poéticos e irónicos los muelles de la reminiscencia, lugar terrorífico en el que se atan los botes en orillas de lagunas oscuras, dignas de cualquier monstruo del lago Ness, con aguas tan turbias, que mientras el recuerdo más resuene, menos claro se vuelve.

La mente desacostumbrada al buen comer, extraña las migajas que alguna vez llamó festín. Bañada de un egocentrismo cegador decide darse el gusto, desmerecido, al cenar aquello retornado por una memoria traicionera, quien nos hizo olvidar el juramento, ahora incumplido, de jamás volver a pasar hambre.

Como si fuera sacado de una película de terror, el recordar se trastorna en un análogo al agónico llamado a la muerte para recibir el tan esperado beso de esta, trayendo a flote un barco ya hundido con el fin de caer en las profundidades nuevamente, orquestado por el mismo motivo olvidado de antaño.

Las olas, únicas poseedoras de racionalidad, cuales me escupían lejos de este calvario, hoy yacen dormidas, dejándome reposar los pies remojándolos en la dicotomía de abandonar el Titanic o ahogarme con él.