Al ritmo de la insolencia fuimos pecando en lo que jamás pudimos entender. Formando un “no sé qué” que nos encantó tanto que fingíamos saber. La melodía de tan dulce voz fue opacando las desagradables palabras enunciadas. Las caricias empezaban a doler, pero rimaba tan bien con lo nuestro que se nos hizo tan natural. Anhelábamos tanto el comienzo que ignorábamos la posibilidad de un final. Hoy nos encontramos agotados, ensangrentados de tan insano baile, en el intento de recordar como fue nuestra primera vuelta e intentando fallidamente replicarla.